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Arte e Ideas

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El cronista que escribió como pintando

Manuel Payno tenía la facilidad de escribir con tanto ?detalle que parecía que estaba realizando un retrato.

Diverso desde el principio y autor de textos que de tan coloridos a veces parecían retratos, Manuel Payno está definido en sus biografías como cronista de viajes, orador, periodista, profesor de historia y narrador. Quizá porque sus obras más conocidas son novelas. Todas ellas, impresionantes como un mural. La primera, llamada El fistol del diablo, inició en México la llamada tradición folletinesca, es decir, la de las ediciones por entregas; la segunda, tal vez la más conocida, Los bandidos de Río Frío, es una recreación -con muchas estampas de la vida en México a mediados del siglo XIX- de un célebre proceso judicial que atribuló todos los sectores de la sociedad en su momento. Críticos de hoy y de ayer no se ponen de acuerdo sobre cómo considerar a Payno: un escritor soberbio que pretendió hacer obras de arte sin lograrlo, un liberal confundido que terminó en servidor público o un cronista relevante que impulsó el periodismo nacional como nunca antes se había hecho.

Hay erratas y manchones desde el día de su nacimiento. Algunos dicen que nació el 28 de febrero, otros que el 21 de junio, sin embargo, todos están de acuerdo en que fue en el año de 1810.

Testigo y actor de los episodios históricos más relevantes de la historia nacional, justo cuando nuestro país comenzaba a llamarse México; no es extraño que Payno tuviera mucho material para la escritura y llevara también una vida de novela. Piénselo usted, querido lector: apenas había nacido cuando se gritó la Independencia, en cuanto terminó sus estudios ingresó al ramo de aduanas; junto a Guillermo Prieto fundó la aduana en la ciudad de Matamoros. Fue secretario del general Arista en el año 1840;, con el grado de teniente coronel dirigió una sección en el Ministerio de Guerra; en 1842 el presidente Santa Anna lo envió a Nueva York para estudiar el sistema penitenciario; en 1847 combatió contra los estadounidenses durante la invasión; estableció un servicio secreto de correos entre México y Veracruz; fue secretario de Hacienda en tres ocasiones; participó en el auto golpe de estado de Comonfort en 1857, por el que fue procesado y aprehendido. Cuando se restauraron la república y el orden, fue varias veces diputado; en 1882, con el gobierno de Manuel González, fue enviado a París; cuatro años después, nombrado cónsul general de España, y a su regreso a México en 1892, elegido senador. Murió dos años después en su casa de San Ángel.

Después de revisar aquella ?vida tan larga, la polémica sobre los oficios y talentos de Manuel Payno?se acomoda. Por supuesto que su labor como novelista es trascendente en la historia de la literatura mexicana, pero fue en la prensa donde su tinta de variado trazo ?-como dice Mariana Ozuna- hizo su palabra pública y su pensamiento influyente. Sin duda un notable impulsor del periodismo, Payno colaboró lo mismo para proyectos culturales como El?Museo Mexicano, La Revista Científica y Literaria, que para periódicos de la vida política nacional, unos tan serios como El siglo XIX y El Federalista y otros tan polémicos o especializados como Don Simplicio, El Eco del Comercio, El Boletín de la ?Sociedad de Geografía y Estadística y El Álbum Mexicano. Tal variedad de medios permitió, como era de esperarse, abundancia de colaboraciones, opiniones y temas. ?Payno lo mismo escribe sobre los colibríes, el pulque y la vegetación, que sobre la política, las calles y los oficios de la ciudad. Muchas veces pone el dedo en la llaga y escribe artículos como el titulado La prensa asalariada , publicado en El siglo XIX donde, responde a una polémica escribiendo:

El que escribe, aunque sea en favor del gobierno ¿por qué lo ha de hacer de balde? En nuestro país, y con mucha justicia, los abogados y médicos sólo por una consulta cobran honorarios. Los periodistas, que abogan ante el tribunal entero de la nación, lo mismo que los abogados por buenas o malas causas, ¿por qué han de hacerlo de a gratis? Pero en el momento en que se sabe que un periodista recibe una remuneración de su trabajo, ya sea de su editor, ya del gobierno, ya de un particular interesado en un asunto, se le llama vendido y asalariado. ¿Por qué no se le dice vendido y asalariado a un abogado que redacta un escrito, al médico que receta flor de tila y al ingeniero que levanta un plano o hace el dibujo de una fachada? ¿Qué no es un trabajo noble, hermoso, delicado y sumamente laborioso el de un escritor público que estudia las cuestiones, que revuelve las bibliotecas y que procura arrojar la luz y la claridad en las más importantes cuestiones sociales? Vender la conciencia y las opiniones y la justicia es lo intrínsecamente malo, ya sea el abogado, el magistrado, ya el escritor público, pero escribir conforme a los sentimientos, a la verdad y aun a las afecciones privadas con una sana conciencia nos parece legal, permitido y decente. Y bien ganado el dinero que se logra con una labor tan dura e importante. Nadie hace nada por nada. La caridad misma busca su recompensa en el cielo .

En otras colaboraciones, se descara revela hábitos casi secretos. Y de paso aporta a la posteridad conocimiento sobre ciertas particularidades de la ciudad en su época. Su crónica de 1843, titulada El ómnibus de Tacubaya , ?comienza así:

Uno de tantos días entré, como tengo costumbre, a tomar el famoso beef-steak de Paoli. Todo el mundo que vive en México, y aún muchos foráneos, saben que el Café de Paoli, uno de los más elegantes y concurridos de la capital, está situado en la calle de Plateros y que se sirve en él a todas horas el delicado y sustancioso plato referido, por lo que me tomo el trabajo de recomendar a mis gastrónomos lectores que cambien sus tres y medio o cuatro reales por tan agradable mercancía... y sigo con mi cuento .

Entre artículos de historia y filología, apuntes sobre la desarreglada situación financiera de México ante el mundo, referencias sobre costumbres, memorias y los valores que se tambaleaban y no habían de perderse jamás, Manuel Payno apostó al orden y al conocimiento. En una metáfora curiosa asentada seguramente en su experiencia como servidor público hacendario, escribe que para animar y solucionar toda crisis es necesario distribuir, cambiar y hacer efectivos los valores. Explica que el más perfecto caudal de las personas se compone de valores. Y que no está hablando de valores monetarios.

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