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Arte e Ideas

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El color del cielo es un engaño… en la obra de James Turrell

Crónica de la presentación de la pieza “Espíritu de luz”, inaugurada este martes en el Tec de Monterrey, como parte del proyecto más célebre y extenso del artista visual para la manipulación de la percepción.

Son las 5:45 de la mañana del domingo 20 de febrero. Corren los últimos minutos de oscuridad total en la capital neoleonesa. Un grupo de más de 60 personas espera sobre la banqueta de la avenida Junco de la Vega, en el costado norte del Tecnológico de Monterrey. Es inusual ver a tanta gente reunida la madrugada de un domingo en este sitio.

La imagen del Tec en la zona ha cambiado radicalmente en un par de años. Donde antes había un terreno solitario que se utilizaba como estacionamiento del estadio sede del equipo de futbol americano de los Borregos Salvajes, la institución reverdeció e hizo construir un complejo integrado por un parque, un centro deportivo y un corredor artístico.

Prácticamente todo el conjunto fue inaugurado en noviembre de 2021, excepto por la pieza fina de este rompecabezas de recuperación urbana y enriquecimiento artístico, el epílogo del proyecto: una adición más a la celebérrima serie de instalaciones skyspace que desde hace más de 50 años el artista estadounidense James Turrell (California, 1943) ha sembrado por todo el mundo.

Por este proyecto y otro tipo de trabajos lumínicos, a Turrell le quedaría el mote literal de neoluminista, guardando la debida distancia de la corriente pictórica del siglo XIX. Es un maestro de la manipulación de la mirada y del espacio. Su herramienta principal, la luz; su teoría fundamental, la cartografía, la percepción psicológica, la matemáticas, la geología y la astronomía. Con ese currículum, no sería raro que hace uso cientos de años la gente lo llamara alquimista.

Bautizado como “Espíritu de luz”, este skyspace fue construido especialmente para el sitio y programado para interactuar con el amanecer y el atardecer de la ciudad.

El color es una ilusión

Aquel grupo de personas que espera afuera de esta evocación de pirámide circular, o de zigurat contemporáneo recubierto con pasto y atravesado por el medio con un túnel, será el primerísimo en presenciar la secuencia que Turrell y su equipo comenzaron a calibrar desde una semana antes. Se trata del equipo mexicano que colaboró en su construcción y afinación, autoridades universitarias y algunos invitados especiales.

La presentación oficial y con toda la prensa de “Espíritu de luz” se programó para el martes 22 de febrero, pero la pieza quedó lista desde el fin de semana y el artista dio su aprobación para realizar las dos primeras presentaciones privadas: la que interactuará con los colores de la mañana y aquella que lo hará al atardecer del domingo.

Ahora son las 5:53 de la mañana. James Turrell desciende de una camioneta negra y con una mínima reverencia saluda a quienes esperan por él. De ropas negras y una larga barba blanca, el artista ahora mismo luce como un presbítero que se aparece en el atrio para llamar a misa. La sesión está por comenzar.

“Espíritu de luz” es una construcción de concreto, granito negro y sodalita con un interior esférico, como un globo ocular, y una cúpula minuciosamente tersa. Esta superficie será bañada por los colores bien premeditados y ensayados de luces led que se ocultan a los costados del espacio. Al centro, en el ápice del salón, Turrell y su equipo diseñaron una abertura que mira hacia el cielo, una especie de pupila que se convertirá en el punto neurálgico del objeto artístico, el espacio por donde la luz gradual del amanecer se filtrará en esta cápsula de observación, al mismo tiempo que sus paredes se bañen de colores azules, amarillos, violetas, verdes…

El diseño del interior permite una ocupación máxima de 48 personas sentadas por sesión, aunque en esta será una excepción y el resto que no alcanza sitio no tiene reparo en ocupar el piso.

Con anticipación, el equipo de comunicación anunció que de última hora el artista advirtió que no daría una sola entrevista o declaración pública. Él está ahí, pero apenas y se limitará a hablar. Ahora se asemeja a un chamán rodeado de sus pupilos a punto de abrir los secretos de su temazcal. Aunque en este temazcal, a estas horas de la mañana, más bien es un baño de viento frío. Sus únicas y breves palabras son dichas al interior.

“El trabajo que nos trajo aquí ha sido extraordinario. Ahora es suyo, así que quiero que lo disfruten y se asuman como parte fundamental para que esta obra quede completada. Les recomiendo que no traten de capturarla con el teléfono, la pieza fue hecha para el ojo humano”, dice Turrell en voz baja, pero bien escuchado en este habitáculo que también tiene cualidades acústicas.

El cielo celeste y verde… y ocre

Son las 6:10 de la mañana, comienza la observación, se hace el silencio, todos con la vista levantada hacia ese filtro al exterior. Tanto será el silencio de la próxima hora que hará posible escuchar la respiración profunda de algunos presentes, más y más profunda hasta caer dormidos. Otro de los sonidos recurrentes al interior quizás será incómodo: varios intestinos comenzarán a expresar su apetito y se les escuchará fuerte y claro.

En esa semipenumbra, Turrell baja la mirada con frecuencia. Pareciera que le agrada espiar al resto mientras estos abren los ojos y la boca, asombrados por la contemplación. Una luz muy a la distancia, al fondo del firmamento, apenas perceptible, se cruza a toda velocidad. “No es un avión, viaja muy rápido”, descartan algunas vocecitas en esta cámara sonora, “¡más bien es un satélite!”. En pocos minutos es posible observar el paso de dos satélites.

A la par, las luces que bañan las paredes de la pieza comienzan a variar en tonos, y con ellos, el color de ese cielo que hasta hace unos momentos parecía el mismo, invariable, primero negro, luego azul profundo y cada vez más claro que, en cuestión de 60 minutos, cambiará de tonos de manera inaudita.

Son las 6:45 de la mañana, el habitáculo se ilumina de azul y el cielo pasa de morado a olivo. 6:52, el observatorio se tiñe de amarillo y el cielo ahora luce un azul celeste más potente que el mismísimo del mediodía. Pero súbitamente la pieza cambia a azul y ahora el cielo pasa a áureo y a ocre. El ojo es engañado por esta técnica de percepción y complemento de colores y luces, una de las grandes obras en la trayectoria de Turrell.

Finalmente parece que ha terminado de amanecer. “Enjoy the day”, son las palabras con las que el artista culmina la sesión.

James Turrell: una trayectoria luminosa

James Turrell comenzó las serie de proyectos arquitectónicos skyspaces durante la década de los 70 y desde entonces ha instalado más de 90 de estas construcciones en todo el mundo. Con “Espíritu de luz” ya hay tres piezas permanentes del artista en México, dos de ellas son skyspaces. La primera de estas cámaras observatorias, “Encounter”, se terminó de instalar en enero de 2020, en el Jardín Botánico de Culiacán, Sinaloa.

En 2013, Turrell fue investido con la Medalla Nacional de las Artes y Humanidades por el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama.

Skyspace en cifras

  • 1,700 metros cuadrados, el área de la construcción
  • 48 personas, el aforo por cada sesión
  • 20 metros de profundidad, la cimentación con pilas de concreto

ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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