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El cíclico destino ?de las arañas de Marte
Si toda pulgada cúbica de espacio es un milagro, el mareo es al espacio lo que la impaciencia al tiempo. Y el tiempo no es sino el espacio entre nuestros recuerdos.
Si toda pulgada cúbica de espacio es un milagro, el mareo es al espacio lo que la impaciencia al tiempo. Y el tiempo no es sino el espacio entre nuestros recuerdos. Tal espacio, que poco tiene que ver con los planetas y sistemas solares, se midió con reloj y nos duró como 10 años. Casi una década recordando a David Bowie. Sin disco, ni presentación, ni espacio para aplaudirle. Porque el espacio también es la fábrica del polvo de estrellas que arrojaba Ziggy cuando bajaba para regalar música a los simples mortales y también el caldo sideral de sus arañas. Mientras estuvo en órbita, perdido en el espacio, los terrícolas nos enterábamos poco a poco de que se acercaba: algunas colaboraciones musicales, su asistencia a algún homenaje.
Nuestra memoria, sin embargo, seguía trabajando: ya fuera por haber estado en vivo o de manera diferida. Para repasar, basta activar un simple control: Bowie, nacido en 1947 en Gran Bretaña, talentoso, teatral, con el ansia de notoriedad y la música por dentro, llamó primero la atención en 1969 cuando su canción Space Oddity llegó al top five de la lista británica de sencillos.
Después de tres años de experimentos, en 1972, con el glam rock llenándolo todo de brillantina de colores, inventó a un andrógino, vampírico y muy extravagante álter ego. ¿Su nombre? Ziggy Stardust, su maquillaje y vestuario, espaciales y especiales, y el disco que lo acompañaba, The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, el que sería llamado a ser iconografía, luego historia y al final leyenda. El primer sencillo, una canción llamada Starman y todos los otros cortes, como si de arañas de Marte se tratara, ascendieron en el hit parade, ocuparon una escalera que subía al cielo y terminaba en el espacio. David Buckley, su biógrafo, describe el impacto que Ziggy/ Bowie causó en esa época con palabras rotundas pero sencillas: Ziggy Stardust era el personaje más importante de la cultura pop y el núcleo del rock había sido sacudido desde su centro. No tardaríamos en saber, sin embargo, que la vida de Ziggy sería relativamente corta y sólo una faceta de una carrera marcada por continuas reinvenciones, innovaciones musicales, insólitas producciones visuales, todo tipo de espectáculos, ya fueran teatrales alucinaciones fílmicas, conciertos de gran escala o trabajos en colaboración muy íntimos pero con figuras públicas como John Lennon, Mick Jagger, y Brian Eno, por ejemplo. Las renovaciones, apariciones y desapariciones fueron continuas. Los discos, muchos y casi siempre una maravilla (difícil decidirse entre Young Americans, Hunky Dory, Low o la segunda y definitiva creación de Space Oddity, el álbum de 1982 ).
Y en ésas andábamos -enterándonos de la exposición en su honor en el Museo Victoria and Albert que cerrará el 11 de agosto, mirando el video del astronauta cantando Space Oditty en la estación espacial internacional- cuando aterrizó en nuestros oídos The Next Day.
Hemos tenido suerte. Valió la pena. Dicen los que saben y los fanáticos de las arañas de Bowie que este álbum muy bien puede emparentarse con otros trabajos extraordinarios de la discografía de Bowie: Aladdin Sane, Scary Monsters. Incluso con la que -se suponía- sería la trilogía final de las travesías del músico: la constituida por Hour, Heathen y Reality. The Next Day es mucho mejor.
Aunque quizá hable la emoción de haber colmado la espera y la esperanza de obtener un regalo caído del cielo.
Cosa de escucharlo, decidir cuál es su canción favorita. Si le gusta más lo suave, Valentines Day o el rock de Dirty Boys o la melancolía de Where are we now . Pero no importa. Todo fuera como eso. Ziggy regresó y lo dijo siempre: los humanos no saben lo que poseen en la Tierra. Será porque la mayoría no ha tenido ocasión de abandonarla y regresar después a ella.