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Tiniebla al final del túnel
Sin la enorme sangría de recursos que con sus raterías provocan políticos y burócratas ladrones, ¿cuántos problemas estarían resueltos en la actualidad?
El asunto de gases envenenados es viejo en el mundo. Rutherfurd relata que en 1819 arribaba a la capital inglesa un coche de la época, esto es, tirado por caballos; cuando llegaba a la calle principal, el conductor apenas podía ver sus cabezas de los caballos-, oscuros vapores formaban una especie de manta y atrapaban más humos (...) se convertía en ese denso e impenetrable horror en el que los hombres ocultaban sus rostros (...) .
Nosotros, de presumir la región más transparente, que causaba admiración a los viajeros extranjeros, pasamos a estar mucho peor que Londres hace 200 años. ¿Por qué? Una sola causa: incuria, imprevisión y corrupción de los gobernantes. Sin la enorme sangría de recursos que con sus raterías provocan políticos y burócratas ladrones, ¿cuántos problemas estarían resueltos en la actualidad?
Planteemos soluciones.
1ª. Echar fuera de la megalópolis, lo más lejos posible, a unos 10 millones de habitantes inmigrantes, esto es, no nacidos aquí, no chilangos de pura cepa, con todos sus bártulos y automóviles. 2ª. Ídem las fábricas que generan exhalaciones mefíticas. 3ª. Prohibir la venta de autos nuevos y sacar de circulación aquellos con seis o más años de vejez. 4ª. Hacer grandes agujeros en las montañas que circundan el valle para que por ellos sople harto viento fresco desde fuera de la olla podrida. 5ª. Establecer un servicio público de transporte de personas, limpio, seguro y eficiente, de modo que surgiera un espíritu de comunidad al viajar juntos el vendedor de pollos, la señora de Las Lomas, el joven politécnico, el abogado del despacho y la empleada doméstica. Sólo circularían la comitiva del presi y los vehículos de los importantes con su cauda de guaruras. 6ª. Que los funcionarios oficiales dejen de robar y de abusar. 7ª. Gravar fuerte la tenencia de coches con motor a gasolina y subsidiar generosamente a los eléctricos.
Ninguna de las soluciones apuntadas es viable, por motivos que el avisado lector imagina con facilidad. En todo caso, la opción cuarta sería la más posible y la sexta, la imposible, por cualquier lado que se la mire.
Sólo queda esperar a que los hados intervengan para que el viento y la lluvia nos sean favorables. Propongo que se organicen rogativas masivas para implorar la intervención de Ehécatl y Tláloc. Tenemos olvidado el panteón azteca. Hay que revivirlo. Nos conviene.