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Opinión

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Déficit de empleo

Únicamente generando empleos con una remuneración atractiva será posible incentivar a mucha gente para que deje la informalidad.

Hace ya algunos años los demógrafos estimaron que la economía requería generar poco más de 1 millón de nuevos empleos por año para poder dar trabajo a los jóvenes que año tras año se incorporan a la población económicamente activa. Debido a las varias crisis que ha sufrido la economía, en especial a partir de los 70 del siglo pasado, la economía no ha tenido la capacidad de generar tal número de puestos de trabajo, lo que ha llevado a que los jóvenes tomen alternativas para ocuparse, siendo una de ellas la economía informal y otra la emigración hacia otra región del mundo. Según las cifras disponibles, casi seis de cada 10 empleos son informales, aunque al parecer este número ha ido a la baja en años recientes. Esto significa que tenemos un enorme déficit en materia de empleo, no obstante que la tasa de participación de la población de 15 años y más es menor a la de economías más desarrolladas, ubicándose ligeramente por arriba de 59 por ciento. Si tenemos que la población económicamente activa es poco más de 52 millones de personas, podemos darnos cuenta de cuál es el déficit que la economía ha acumulado en materia de creación de empleo.

Independientemente de las problemáticas que genera la informalidad, como son la falta de pago de impuestos, los problemas de basura, la falta de acceso a servicios médicos y otros, los problemas sociales como el aumento en la delincuencia, el robo, la corrupción y la pérdida de valores y el capital social causan mayores problemas al resto de la sociedad. Sin la complicidad de las autoridades sería muy difícil que se mantuviera la informalidad; y si -como hemos visto- ha aumentado, implica que cada vez son más los corruptos que la toleran y hasta la promueven. En estas circunstancias no deben causar sorpresa los conflictos surgidos ahora con una parte del magisterio, quienes han reaccionado de forma agresiva contra una autoridad que consideran carente de principios, legitimidad y calidad moral. Lo que parece muy difícil es relacionar las protestas de la gente contra diversos actos de autoridad, con esta carencia de autoridades confiables. Ya sea la aprehensión de vándalos o el impedir ciertos actos de protesta, son inmediatamente repudiados por grupos organizados por unos cuántos, que los invitan a dar rienda suelta a su inconformidad, acumulada durante muchos años.

El no brindar acceso a muchos jóvenes al sistema educativo de calidad y negarles la oportunidad de tener por lo menos un empleo con una remuneración digna termina por volverse en contra de las autoridades incapaces. Cuando añadimos la cantidad de funcionarios corruptos que vagan libremente por todos los sitios, sin que nadie se atreva a tocarlos, las cosas tienden a ponerse peor. De esto se desprende la urgencia de que finalmente las reformas empiecen a rendir frutos en materia de empleo, ingresos y crecimiento, porque qué tanto más puede resistir la presión es algo que nadie sabe, y no hay un modelo que permita estimar esto; es simplemente cuestión de sensibilidad y sentido común. Únicamente generando empleos con una remuneración atractiva será posible incentivar a mucha gente para que deje la informalidad y empiece a ver que su país sí puede ofrecerle un modo de vida digno y un futuro previsiblemente mejor.

mrodarte@eleconomista.com.mx

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