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De Bangladesh a Venezuela
¿Cuándo caen las dictaduras? Cuando ciertas circunstancias se dan, se supone. Cuando las fuerzas opositoras son capaces de unirse y trabajar juntas, cuando el régimen ya no es capaz de solventar las necesidades mínimas de la población, cuando se pierde una guerra, cuando la dirigencia democrática supera egos y personalismos, cuando un dictador muere y hay condiciones para avanzar hacia una transición pacífica, etc. La historia está llena de ejemplos contradictorios, pero eso sí, dictadores de todo el mundo a lo largo de la historia reciente han aprendido de una manera u otra cuál es la clave indispensable y principalísima para conservar el poder: asegurarse la lealtad del ejército y de las fuerzas de seguridad.
En algunos casos los tiranos logran aplastar las protestas y perseverarse por mucho tiempo. En este sentido, el ejemplo de Cuba es desalentador. Otros autócratas perdieron el poder y hasta la vida, como Ceausescu o Gadafi. A veces se dio lugar de manera insólita a una transición pacífica a la democracia, como en Checoslovaquia. Todos estos ejemplos ofrecen claves sobre lo que puede pasar ahora en Venezuela, país actualmente en medio de una disyuntiva histórica tras el flagrante fraude electoral perpetrado por el gobierno de Nicolás Maduro.
El caso venezolano recuerda la caída en Filipinas del dictador Ferdinand Marcos, quien llevaba más de dos décadas en el poder cuando intentó perpetrar un fraude electoral masivo contra el movimiento opositor liderado por Corazón Aquino en 1986. Fue derrocado tres semanas después por la cúpula militar. También pueden encontrase paralelismos con lo sucedido con el autócrata serbio Slobodan Milosevic, quien perdió el poder en el año 2000 frente a un movimiento pacífico de protesta y tras la negativa de las fuerzas armadas a reprimir las movilizaciones.
Las llamadas “revoluciones de colores” como la de las Rosas en Georgia (2003), la Naranja en Ucrania (2004) y la de los Tulipanes en Kirguistán (2005) fueron movilizaciones antiautoritarias exitosas porque los militares se abstuvieron de actuar contra ellas. Lo mismo sucedió durante la Primavera Árabe de 2011 en Túnez y Egipto.
Pero en Siria, Bashar al Asad ordenó reprimir las protestas a sangre y fuego. Con ello inició una guerra civil larga y crudelísima, y Asad sigue en el poder gracias a sus fuerzas de seguridad y al apoyo externo de Vladimir Putin. También la matanza de Tiananmen (1989), el fracaso de la Revolución Azafrán en Myanmar (2007) y la represión en la propia Venezuela (2017) y Nicaragua (2018) y Bielorrusia (2020) ofrecen una lección atroz a los autócratas de todo el mundo: al ejército no debe temblarle el pulso a la hora de dispararle a la gente. ¿Resistirá Maduro y se saldrá con la suya robándose las elecciones? Pues como en tantos otros casos dependerá de las fuerzas armadas.
Las protestas en las calles, las sanciones internacionales o una economía en crisis pueden ayudar para acabar con una dictadura, pero no bastan. Lo más importante es la actitud del ejército y las fuerzas de seguridad. Esto lo comprobamos, una vez más, esta misma semana en Bangladesh, donde un régimen autoritario cayó tras semanas de violencia generalizada en las calles provocada por protestas estudiantiles, las cuales se saldaron con casi 300 muertos. La movilización ciudadana fue impresionante, pero la noticia de la renuncia del gobierno fue dada a conocer personalmente por el jefe del ejército, quien también anunció la formación de un gobierno interino.