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Arte e Ideas

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Matar a un ruiseñor

La Decena Trágica es el episodio de nuestra historia que me parece más conmovedor. Un hombre de ideales, pero mal político, es asesinado por otro sin ideales, pero con buena mano para el arribismo.

La Decena Trágica es el episodio de nuestra historia que me parece más conmovedor. Un hombre de ideales, pero mal político, es asesinado por otro sin ideales, pero con buena mano para el arribismo. Francisco Ignacio Madero —sí, se llamaba Ignacio, aunque a muchos nos enseñaron en la primaria que se llamaba Indalecio—, fue como un ruiseñor: brillante e ingenuo.

La semana pasada hablábamos de trenes y de cómo nadie sabe para quién trabaja. Los trenes de Porfirio Díaz le sirvieron a Madero para recorrer el país y hacer su campaña antireelección en 1909.

El asunto era de gran preocupación para Madero. Ya desde 1904 había fundado en su Coahuila el Partido Antireeleccionista y durante toda esa década primera del siglo (quizá más tiempo), el chaparrito (era chaparrito) no tuvo otra obsesión más que deponer a Díaz e instalar la democracia en México.

Los trenes fueron sus aliados. A bordo de ellos recorrió todo el país. Habló con todo tipo de gente, los convenció de salir a votar y si no había elección, a salir a pelear. Habló en plazas, teatros, arenas de toros y palenques. El año pasado estuve en uno de los lugares donde Madero se dirigió a la gente. Fue en el palenque de León, un lugar de larga historia que ahora se encuentra en el trance de una larga remodelación.

Estar en el mismo sitio en el que estuvo Madero animando al país a la democracia fue extraño, como caminar encima de una tumba. Espero que no sea la tumba, precisamente, de nuestra democracia.

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