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Política

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La vida en Ayotzinapa

Entre muros que llevan la imagen de símbolos socialistas, en los normalistas predomina la fe católica y la convicción de que al salir ayudarán enseñando a la comunidad.

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Jesús atraviesa con toda seriedad el arco que da la bienvenida a la escuela en donde su hermano mayor está internado. Lleva una pequeña pecera entre las manos. El habitante de ese cuadrito de vidrio será un pez betta al cual todavía trae dentro de una bolsa de plástico con agua. El pez se mueve tranquilamente ondeando su arco iris púrpura.

¿Para quién es ese pez?, le pregunto. Me responde -con una sonrisa tímida- que es para su hermano.

Su hermano mayor es Huicho, estuvo en la balacera de Iguala del 26 de septiembre, cuando fueron desaparecidos 43 estudiantes y tres más fueron asesinados a balazos por integrantes de la policía municipal.

Su madre, también sonriente, interviene en la plática y me dice que a Huicho le gustan mucho los peces. En la casa tenemos una pecera con unos peces así de gordos , dice y hace con las manos una forma redonda del tamaño de una naranja.

Sí, Huicho estuvo en la balacera, me responde parcamente.

Todavía estaba ahí cuando ella le llamó al celular, aterrada, por las versiones del ataque que corrían de boca en boca entre los habitantes del pueblo.

Platicamos en medio de personas que suben y bajan, porque es sábado y es día de visita en la Escuela Normal de Ayotzinapa, en la que, para ser sinceros, no ha dejado de haber visitas desde hace tres semanas. La cancha de basquetbol es el centro de reunión para las personas que llegan a dejar víveres o comida preparada para los padres de los jóvenes desaparecidos y también para los grupos que han llegado a apoyarlos. En el centro de la misma cancha hay un altar improvisado con un crucifijo y flores en una mesa, están rodeados por los salones de clases en los que dominan imágenes del Che Guevara o Lucio Cabañas, el guerrillero que fuera el alumno más famoso de esta escuela.

Me llama la atención que en medio de su educación socialista haya imágenes y referencias religiosas. Aquí, la mayoría son creyentes, me dice ella.

Huicho me confunde con una persona de Derechos Humanos a la que también esperaba, gracias a eso puedo seguir con ellos por todos los pasillos por los que caminan. Pasamos por lavaderos al aire libre en los que tres jóvenes lavan sus pantalones; caminamos entre decenas de jovencitas que vienen de visita de otras escuelas normales; en Ayotzinapa sólo hay varones. Seguimos caminando entre aulas que ahora son dormitorios improvisados, subimos y bajamos hasta que nos damos cuenta de la confusión. Entonces me deja encargada con su mamá mientras encuentra a los que serán mis entrevistados.

Gracias a eso puedo seguir platicando con su madre.

Me espanté horrible, dice la mujer. Le llamé luego luego, para saber si estaba bien y oí los balazos. Se refiere al ataque que sufrieron hora y media después del primero. Nadie llegó a ayudarlos, nadie, ni los militares del batallón que está casi enfrente de donde les dispararon, dice.

Huicho estuvo casi dos horas escondido entre dos autobuses hasta que se fueron los policías que les dispararon, por eso está vivo.

Dice que trata de convencer, sin éxito, a su hijo de que deje esa escuela. Jesús, el joven de 14 años que sigue con la pecera en las manos, me dice que quiere estudiar la licenciatura en derechos humanos, también en la normal de Ayotzinapa. Su madre se apresura a decir no, aquí no. Él dice convencido que sí.

La escuela tiene sus cosas buenas, dice ella. Los enseñan a trabajar la tierra, siembran sus propios alimentos, tienen sus propios animalitos para comer, no necesitan traer un peso en la bolsa. Y cuando salen trabajaran aquí mismo ayudando y enseñando a la comunidad.

Pero el gobierno no los quiere. Prefiero que no estudie a que me lo maten, agrega sincera.

¿Cómo les van a enseñar a ser guerrilleros?, me responde, en dónde ve las armas, los enseñan a pensar, nada más, pero eso es peligroso, ¿verdad?

Huicho tiene 19 años y no fuma ni toma, hace mucho deporte, aquí nadie fuma, me dice justo cuando prendo un cigarro.

Huicho regresa y me deja encargada con otros estudiantes mientras él atiende sus visitas. Se van y los otros estudiantes me cuentan cómo es su vida en Ayotzinapa, cómo era antes de que sus compañeros fueran desaparecidos.

Esos campos de flores amarillas que vio allá -me dice Jorge- son los que utilizamos para sembrar. Dependiendo la temporada es lo que sembramos, ahorita es el tiempo de flor de cempasúchil, por eso está lleno, la vendemos y esos recursos nos ayudan para mantenernos. Pero con lo que pasó de los compañeros desaparecidos, ya se perdió todo ese trabajo, porque ahorita ni hemos tenido tiempo para ir por la flor.

Jorge será maestro en poco tiempo, está en su último grado. Él no estuvo en Iguala cuando los atacaron, porque a los más avanzados los mandan a dar clases a las escuelas rurales. La actividad , como el boteo para recoger dinero, la realizan los de reciente ingreso, es por eso que la mayoría de los desaparecidos son menores de edad. Habían ingresado apenas en julio a la escuela.

Hasta ese momento llega Ernesto, se presenta conmigo muy serio y me hace saber que es uno de mis entrevistados que he estado esperando por horas.

En dónde va a ser, le pregunto. Me indica que lo siga. Bajamos unas escaleras y se detiene frente a un cuarto de apenas seis metros de largo cuyo frente está pintado de rojo con ventanas y puerta negras. Afuera tiene imágenes del Che Guevara de un lado y un puño apretado del otro lado de la puerta de entrada

El día del ataque a los normalistas Ernesto iba en el tercer autobús. Es el autobús del que se llevaron a todos sus compañeros cuando él había bajado a ver quién los estaba bloqueando. Gracias a que había bajado del autobús vio el inicio de la balacera, vio cuando bajaron uno a uno a sus compañeros y los sometieron. Vio las patrullas y cómo los subieron a ellas.

En la casa del activista, frente a la cual estamos parados ahora, vivían él y 19 camaradas más. De esa casa 10 de sus habitantes están desparecidos y cinco más abandonaron la escuela en los siguientes días.

Ernesto se sienta en el escalón de la puerta de entrada y respira profundo. Me dice que podemos empezar la entrevista y se dispone a contar lo que vivió ese día hora por hora.

areli.quintero@eleconomista.mx

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