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Suplica por insumos el Hospital Infantil Federico Gómez; Presidencia desdeña la petición

Maribel Ramírez Coronel | Salud y Negocios
Cuarenta y cinco médicos cirujanos del Hospital Infantil de México Federico Gómez (HIMFG), un bastión de la pediatría nacional fundado en 1943, y primer integrante de la Red de Institutos Nacionales de Salud con prestigio internacional, pidieron encarecidamente apoyo a la presidenta Claudia Sheinbaum para tener insumos y poder salvar la vida de muchos niños que esperan cirugía. Fue una súplica no de favores ni de condiciones laborales ni de protocolos, sino de que considere las vidas frágiles de pequeños colgando de un hilo.
En una carta dirigida con "profundo respeto" a la presidenta, los médicos del HIMFG claman por lo más básico: tener insumos, medicamentos esenciales y oxígeno presupuestal que les permita operar a sus pequeños pacientes, niños, niñas y adolescentes —muchos de comunidades indígenas remotas, familias que han recorrido cientos de kilómetros para salvar a su pequeño— que enfrentan cánceres pediátricos, tumores cerebrales; que requieren trasplantes de órganos vitales, que tienen malformaciones congénitas graves; bebés prematuros al límite que necesitan cirugías neonatales.
"Tenemos el conocimiento, la experiencia, las habilidades y, sobre todo, el compromiso para operarlos y curarlos", escriben. Pero están atados de manos: sin anestesia suficiente —reducida al 50%—, sin endoscopias plenas durante meses, sin fluoroscopios hasta hace poco, con listas de espera que se van difiriendo, dejando a las familias en interminable espera.
"Ver a uno de estos pequeños que podría salvarse, pero no poder operarlo por falta de insumos, no es solo una tragedia médica. Es una herida ética y humana que nos duele a todos", mencionan los médicos en la carta.
Pero igual o más doloroso es el tipo de respuesta que sale de Palacio Nacional. Desde Atención Ciudadana, firmada por la licenciada Adriana Contreras Vera, directora general del área, se refiere a la petición como si se tratara de un reporte de luminarias fundidas o un trámite por licencia de construcción. La presidenta "nos pide atender su solicitud, la cual ha sido leída con detenimiento". Se canaliza a "compañeros servidores públicos de las dependencias correspondientes", se asigna un folio (2025-10-152XPRY5), un teléfono (800-080-1127) para seguimiento, y como de burla, se invoca el artículo octavo de la Constitución: el derecho a una respuesta.
Es la burocracia en su forma más deshumanizada: un trámite foliado que congela una petición que habla de que se están perdiendo vidas de pequeños que podrían salvarse con una intervención, y la respuesta es darles un número de folio. ¿Cómo se atreve el Estado a reducir un clamor por piedad infantil en un expediente más que queda en la pila de archivos?
Los propios médicos en la carta mencionan la causa de todo esto: la autoridad hacendaria le tiene retenido al HIMFG una gran parte de su presupuesto anual. Las propias autoridades del hospital les mencionan eso, que por "trámites administrativos", un porcentaje importante del presupuesto 2025 del HIMFG está retenido en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP).
Inconcebible. Estamos ya casi en fin de año. ¿Cómo es posible que recursos destinados a salvar infancias queden atrapados en papeleo, mientras las salas de cirugía se vacían de anestésicos y los diagnósticos se posponen? Esta retención de recursos al Hospital Infantil no es un descuido técnico: es una decisión política desde la SHCP que tiene mínima sensibilidad social; prioriza el equilibrio fiscal por encima de los pacientes que esperan trasplante o una resección tumoral para seguir viviendo.
Esta situación evidencia que el secretario de Salud, David Kershenobich, parece maniatado; no es posible que el máximo titular del Sector Salud no sea capaz de desatorar el flujo elemental hacia sus institutos. Él fue director de uno de esos institutos, el de Nutrición y Ciencias Médicas, INNCMSZ, y sabe lo que se vive dentro. Por su lado, los directores de hospitales públicos que podrían amplificar estas demandas, más bien están sumidos en un silencio ensordecedor. Saben que alzar la voz —reclamar insumos como estos cirujanos lo han hecho— equivale al despido; entonces dirigen institutos amordazados que medio funcionan y más bien viven en agonía.
Los cirujanos que pusieron su nombre y apellido en esa carta a Presidencia no son rebeldes; son los últimos bastiones de una ética médica que choca contra una indiferencia incomprensible.

