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El patrioterismo y la intervención extranjera

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OpiniónEl Economista

Rodrigo Perezalonso

En Corea del Sur, cuando hay problemas de gobernabilidad, el gobierno invoca los crímenes de Japón de la Segunda Guerra Mundial. En Venezuela, con la crisis interna, el gobierno arenga a la población en contra de Estados Unidos. Es una estrategia tan antigua como lo es la propia historia humana. Buscar un enemigo externo para cerrar filas en torno a ti, distrayendo así de los problemas nacionales. México no es la excepción.

En México, la soberanía es un concepto flexible, moldeable al antojo del poder. Un día es el escudo contra las presiones extranjeras, y al siguiente, moneda de cambio en negociaciones estratégicas. Hoy, con la sombra de Donald Trump acechando desde el norte y una crisis interna que no da tregua, el gobierno de Sheinbaum ha decidido jugar la carta del nacionalismo, impulsando una reforma constitucional que, más que blindar la independencia del país, refuerza el control político sobre sectores clave.

Esta medida surge tras la designación por parte de Estados Unidos de seis cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, lo que ha generado tensiones diplomáticas y ha puesto en entredicho la verdadera intención detrás de esta iniciativa. La reforma propuesta busca modificar el artículo 40 de la Constitución para establecer que “México no aceptará ningún tipo de intervención extranjera”.

El texto es repetitivo con otras disposiciones constitucionales y abunda en el concepto de soberanía patriotero que sigue buscando ver a nuestro país como una víctima de los imperios colonizadores, de las fuerzas oscuras extranjeras que nos quieren conquistar.

Curiosamente tenemos a un bravucón al norte que también usa el nacionalismo para arengar a sus bases electorales. El objetivo es mantener enojado a su electorado, culpando a México de todos sus problemas. Sin embargo, la estrategia de ambos -del gobierno mexicano y de Estados Unidos- no aborda los verdaderos problemas de fondo. Encuentra soluciones simples a problemas complejos.

El verdadero problema es que ambos países han claudicado en su deber de combatir al narcotráfico, la migración ilegal y la falta de oportunidades económicas. La ceguera de Estados Unidos al problema de tráfico interno de drogas es hipócrita. Mientras no se combata el consumo y el tráfico no habrá solución de largo plazo. Por otra parte, la exportación de armas a nuestro país, ignorando que el 70% de ellas viene de Arizona y Texas, también es curiosa.

Por otra parte, el gobierno de AMLO se dedicó a los “abrazos, no balazos” y cedió terreno a los criminales en forma imperdonable. Por eso resulta curioso que su sucesora se enrede en el lenguaje de si debe o no proteger a narcotraficantes. La captura de Ismael “El Mayo” Zambada, del Cártel de Sinaloa, y su solicitud de repatriación han evidenciado la falta de una respuesta coherente.

En lugar de abordar de manera directa estos desafíos, el gobierno ha optado por una narrativa patriotera, utilizando la soberanía a través de una reforma constitucional innecesaria, como bandera para desviar la atención de los problemas internos. La presidenta Sheinbaum ha declarado que “México no quiere confrontación” y que busca la “colaboración entre países vecinos”, pero al mismo tiempo impulsa reformas que podrían tensar aún más las relaciones diplomáticas. La reforma promovida por la presidenta Sheinbaum parece ser una maniobra política destinada a desviar la atención de los problemas internos y las presiones externas, utilizando la soberanía como pretexto para fortalecer su posición.

Mientras México juega al nacionalismo simbólico, Trump y su discurso antiinmigrante toman fuerza. Aferrarse al patrioterismo es cómodo, pero nunca ha sido una estrategia de supervivencia.

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