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Opinión

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La crisis de la IA occidental es real

Occidente debería movilizarse estratégicamente para liderar la IA, como en el Proyecto Manhattan, pero actúa contrario a ello por la arrogancia, miopía y codicia de su industria, poniendo en riesgo su ventaja en economías democráticas avanzadas.

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SAN FRANCISCO – El lanzamiento del modelo chino de grandes lenguajes DeepSeek-R1, con sus impresionantes capacidades y su bajo costo de desarrollo, conmocionó a los mercados financieros y dio pie a que se hablara de un “momento Sputnik” en la inteligencia artificial. Pero que un modelo chino potente e innovador alcance una paridad con los productos estadounidenses no debería sorprender. Es el resultado previsible de un gran fracaso de la política estadounidense y occidental, del que la propia industria de la IA tiene gran parte de culpa.

Las crecientes capacidades de China en el campo de la IA eran bien conocidas por la comunidad investigadora de IA e incluso por el público interesado. Al fin y al cabo, las empresas y los investigadores chinos de IA han sido muy abiertos respecto de sus avances, publicando artículos, haciendo que su software fuera de código abierto y hablando con investigadores y periodistas norteamericanos. Un artículo del New York Times del pasado mes de julio llevaba por título: “China está cerrando la brecha de la IA con Estados Unidos”.

Dos factores explican que China prácticamente haya alcanzado una paridad. En primer lugar, China tiene una política nacional agresiva y coherente para alcanzar la autosuficiencia y la superioridad técnica en toda el espectro de la tecnología digital, desde los bienes de capital para semiconductores y los procesadores de IA hasta los productos de hardware y los modelos de IA -y tanto en aplicaciones comerciales como militares-. En segundo lugar, las políticas gubernamentales estadounidenses (y de la UE) y el comportamiento de la industria han dado muestra de una conjugación deprimente de complacencia, incompetencia y codicia.

Debería resultar obvio que el presidente chino, Xi Jinping, y el presidente ruso, Vladimir Putin, no son amigos de Occidente, y que la IA impulsará transformaciones económicas y militares de enormes consecuencias. Dado lo que está en juego, mantener el liderazgo de la IA dentro de las economías democráticas avanzadas justifica, e incluso exige, una enorme movilización estratégica público-privada a nivel del Proyecto Manhattan, la OTAN, diversos esfuerzos de independencia energética o políticas de armamento nuclear. Sin embargo, Occidente está haciendo lo contrario.

En Estados Unidos, la investigación gubernamental y académica en materia de inteligencia artificial va a la zaga tanto respecto de China como del sector privado. Debido a una financiación inadecuada, ni las agencias gubernamentales ni las universidades pueden competir con los salarios y las instalaciones informáticas que ofrecen empresas como Google, Meta, OpenAI o sus homólogas chinas. Asimismo, la política de inmigración norteamericana en relación a los estudiantes de posgrado y a los investigadores es contraproducente y carece de sentido, porque obliga a personas de gran talento a abandonar el país al finalizar sus estudios.

Luego está la política estadounidense de regulación del acceso chino a la tecnología relacionada con la IA. Los controles de las exportaciones han tardado en aparecer, han sido totalmente inadecuados, han contado con poco personal, se han eludido con facilidad y no se han aplicado lo suficiente. El acceso chino a las tecnologías estadounidenses de IA a través de servicios y acuerdos de licencia ha permanecido prácticamente sin regular, incluso cuando las tecnologías subyacentes, como los procesadores Nvidia, están sujetas a controles de exportación. Estados Unidos anunció normas más estrictas para la concesión de licencias justo una semana antes de que el expresidente Joe Biden dejara el cargo.

Por último, la política estadounidense ignora el hecho de que la I+D en IA debe contar con un fuerte respaldo, debe ser utilizada y, cuando sea necesario, debe ser regulada en todo el sector privado, el gobierno y el ejército. Estados Unidos sigue sin tener un equivalente en IA o TI del Departamento de Energía, los Institutos Nacionales de Salud, la NASA o los laboratorios nacionales que llevan a cabo (y controlan estrictamente) la I+D estadounidense sobre armas nucleares.

Esta situación se debe en parte a las burocracias gubernamentales escleróticas tanto en la Unión Europea como en Estados Unidos. El sector tecnológico de la UE está excesivamente regulado a niveles preocupantes, y los Departamentos de Defensa y Comercio estadounidenses, entre otros organismos, necesitan una reforma.

En este sentido, la industria tecnológica tiene algo de razón al criticar a sus gobiernos. Pero la propia industria no está libre de culpa. Con el tiempo, los esfuerzos de los grupos de presión y los nombramientos de personal a puerta giratoria han debilitado las capacidades de instituciones públicas de una importancia crítica. Muchos de los problemas de la política estadounidense reflejan la propia resistencia o negligencia de la industria. En aspectos críticos, ha sido su peor enemigo, así como el enemigo de la seguridad de Occidente a largo plazo.

Por ejemplo, ASML (el fabricante holandés de máquinas litográficas de última generación utilizadas en la fabricación de chips) y el proveedor estadounidense de equipos de semiconductores Applied Materials, presionaron para debilitar los controles a la exportación de bienes de capital para semiconductores, ayudando así a China en su esfuerzo por desplazar a TSMC, Nvidia e Intel. Para no quedarse atrás, Nvidia diseñó chips especiales para el mercado chino con un rendimiento ligeramente por debajo del umbral establecido por las restricciones a la exportación, que luego se utilizaron para entrenar a DeepSeek-R1. Y a nivel de modelos de IA, Meta y la empresa de capital de riesgo Andreessen Horowitz han ejercido una presión feroz para evitar cualquier limitación a los productos de código abierto.

Al menos en público, el comentario de la industria ha sido: “El gobierno es incompetente, pero si nos dejan en paz, todo irá bien”. Sin embargo, las cosas no van bien. China prácticamente ha alcanzado a Estados Unidos, y ya está por delante de Europa. Asimismo, el gobierno norteamericano no es incompetente, y hay que recurrir a él por ayuda. Históricamente, la I+D federal y académica se compara muy favorablemente con los esfuerzos del sector privado.

Internet, después de todo, fue impulsada por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Estados Unidos (ahora DARPA), y la World Wide Web surgió de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN). El cofundador de Netscape, Marc Andreessen, creó el primer navegador web en un centro de supercomputación de una universidad pública financiado con fondos federales. Por su parte, la industria privada nos proporcionó servicios en línea como CompuServe, Prodigy y AOL (America Online) -jardines amurallados centralizados, cerrados e incompatibles entre sí que fueron debidamente arrasados cuando Internet se abrió al uso comercial.

Los retos de la I+D en IA y el ascenso de China exigen una respuesta contundente y seria. Allí donde la capacidad gubernamental sea insuficiente, debemos reforzarla, no destruirla. Tenemos que pagar salarios competitivos por el trabajo gubernamental y académico, modernizar la infraestructura y los procedimientos tecnológicos de Estados Unidos (y de la UE), crear una capacidad sólida en materia de I+D dentro del gobierno -especialmente para aplicaciones militares-, fortalecer la investigación académica, e implementar políticas inmigratorias racionales, financiación de la I+D en IA, pruebas de seguridad y controles de exportación.

El único problema político verdaderamente difícil es la apertura, en particular la concesión de licencias de código abierto. No podemos permitir que todo el mundo tenga acceso a modelos optimizados para ataques con drones asesinos; sin embargo, tampoco podemos estampar el sello de “secreto máximo” en todos los modelos. Tenemos que encontrar un término medio pragmático, quizá recurriendo a los laboratorios nacionales de investigación para la defensa y a controles de exportación cuidadosamente elaborados para los casos intermedios. Por sobre todas las cosas, necesitamos que la industria de la IA se dé cuenta de que si no nos mantenemos unidos, nos mantendremos separados.

El autor

Charles Ferguson, inversor en tecnología y analista político, dirigió el documental Inside Job, ganador de un premio Oscar.

Copyright: Project Syndicate, 2025 www.project-syndicate.org

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