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Opinión

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Verdades a ?fin de cuentas (II)

Para cuidar y proteger a las generaciones futuras, hay que limitar al máximo el uso de recursos no renovables, moderar el consumo, reutilizar y reciclar, esto es, contrarrestar la cultura del desperdicio, generalizada en algunos países ricos y sectores altos y medios en casi todas las naciones.

El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de la humanidad y responsabilidad de todos. El clima es un bien común y por ende, tiene serias dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas. La protección del ambiente debe constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no puede considerarse aisladamente.En los relatos bíblicos, cargados de simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que todo está relacionado y que el auténtico cuidado de nuestra vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de fraternidad, justicia y fidelidad con los demás. A la vez apremia la necesidad del humanismo, que de por sí convoca a los distintos saberes hacia una mirada más integral e integradora. Cuando no se reconoce el valor de un pobre, de un embrión humano, de un discapacitado, difícilmente pueden escucharse los gritos de la naturaleza.

Los costos humanos, a la postre, también son económicos. Dejar de invertir en las personas por un rédito o utilidad inmediatos, encarnizada competencia, es mal negocio para la sociedad en su conjunto. Prioridades deben ser el acceso al trabajo para todos y la vida digna a través del trabajo para todos.

La pérdida de biodiversidad, o sea, de especies animales y vegetales, de la armonía al pernicioso desequilibrio entre ellas. El deterioro de la calidad de vida. La tendencia universal a la urbanización, con los trastornos anímicos que acarrea la aglomeración en ciudades, ansiedad, tensión, animosidad, etcétera.

La inequidad planetaria.

La visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte propicia inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad.

La ecología también supone el respeto a las identidades culturales.

Estamos ante un desafío educativo, en el cual la familia, mucho más que la educación formal, desempeña un papel crucial, prioritario.

Esto puede servir de colofón: Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral -Bergoglio enfatiza en la que tiene lugar en los últimos dos siglos-, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad de bien poco nos ha servido .

paveleyra@eleconomista.com.mx

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