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Opinión

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Verdades a fin de cuentas (I)

Se generan tantos residuos por el deseo desordenado, absurdo, de consumir más de lo que se precisa.

Alas teorías que tratan de explicar y ofrecer remedios a los males de la humanidad se suma un documento que no puede ser menospreciado por su sencillez, la encíclica Alabado seas del obispo de Roma. Contrasta con las elaboradas conjeturas de economistas y sociólogos. En seguida reproduzco algunos de los conceptos que expresa Jorge Mario Bergoglio.

Los ejes del escrito (163 páginas, Ediciones Paulinas, México, 2015) son la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta (ésta impacta a aquéllos), la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honrados, la grave responsabilidad de la política internacional y de cada país, la cultura de los desechos y la propuesta de un nuevo estilo de vida.

El cambio es deseable, pero preocupa cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad.

Requiérense consenso y acción mundiales. De manera similar, por tanto, se necesita que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente a favor de la vida.

Una lección que debemos tomar muy en cuenta, pues nos viene como anillo al dedo: si la política no es capaz de romper una lógica perversa y queda reducida a discursos empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes problemas del hombre. Y aquí está el detalle: si los gobiernos no funcionan, la sociedad, a través de organizaciones no oficiales y de asociaciones intermedias, debe obligarlos a desarrollar normatividades, procedimientos y controles más rigurosos. ¡Claro que nos viene el saco!

Para ningún país ni ninguna persona es posible el aislamiento y por ello no debe haber espacio para la globalización de la indiferencia. Mientras más vacío está el corazón de un hombre, más necesita objetos para comprar, poseer, consumir y... finalmente convertir en basura. El ritmo del consumo, del desperdicio y de la alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del la Tierra.

¿Qué mundo vamos a dejar a los que ahora son niños pequeños? ¿Escombros, desiertos y suciedad? Se generan tantos residuos por el deseo desordenado, absurdo, de consumir más de lo que se precisa.

paveleyra@eleconomista.com.mx

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