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Opinión

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Tradiciones y costumbres

Una medida sencilla, impidiendo que los partidos la politicen, puede evitar que el número de autos en circulación crezca al infinito.

Muchas cosas pueden aprenderse con tan sólo caminar por las calles y ser un poco observador. No se requiere hacerlo a una hora en especial o por algún rumbo en particular, simplemente salir a caminar con la mente abierta. Una de las cosas que se observa es esta vieja costumbre nacional de que las señoras o el chofer vayan a recoger a los niños a la salida de la escuela. Como la tradición ordena, mientras más grande y nueva la camioneta, mejor se da la imagen de poder y posiblemente quienes conducen esos vehículos piensen, o simplemente crean, que de esa forma inspiran respeto. Nada saben de la admiración que puede inspirarse en otros, simplemente al comportarse de una manera civilizada y respetuosa.

Desde temprano, antes de la hora de entrada y mucho antes de la hora de salida, se forman largas filas de autos y camionetas, así como enormes congestionamientos causados por todos aquellos que no pueden evitar pasar por ahí a esas horas y, faltaba más, no ceden el paso y echan la lámina para ejercer sus derechos. Nada más imaginar la cantidad de horas-hombre desperdiciadas en ese acto y pensar la cantidad de gasolina que se quema, debería llevarnos a exigir a la autoridad competente que hiciera algo para evitar ese desperdicio, digno de una economía en pleno subdesarrollo. Para quienes lo ignoran, este comportamiento genera externalidades negativas para el resto de la población, quienes tienen que respirar un aire más contaminado por el consumo excesivo de gasolina y quienes sufren los efectos de los congestionamientos del tráfico que estas personas y sus vehículos causan.

Dentro de la teoría de las finanzas públicas, se dice que una labor, quizá obligatoria de un buen gobierno, es evitar o sencillamente reducir esa externalidad, diseñando algún instrumento para que quien la cause la internalice; esto es, que sufra el efecto de su comportamiento y pague por los daños causados. Algo así como el anuncio de los verdes, pero en serio; no se trata de sólo palabrería y anuncios electorales. La forma como se evita que quienes conducen autos contaminen el aire, o lo hagan menos, es elevando el precio de los combustibles, mediante un impuesto. De esta forma, quienes no quieran pagar el impuesto no utilizarán su automóvil, o lo harán de forma más responsable.

Muchos dirán que quienes no tienen hijos en escuelas que exigen a sus padres poseer una poderosa y costosa camioneta para transportarlos no tienen por qué pagar el impuesto y posiblemente tengan razón. En alguna ocasión alguien sugirió que la cuota de transporte escolar fuera deducible de impuestos, de manera que en lugar de usar una camioneta las familias prefirieran utilizar el transporte escolar, pero dicha idea no prosperó. Asimismo, siempre habrá quien se queje acerca de lo que sea para evitar el uso del transporte escolar, de la misma forma que la gente, en cuanto puede, adquiere un automóvil para evitar el uso del transporte público. Que es incómodo, inseguro, tardado y demás rollos tercermundistas, aunque quienes así opinan no se fijan, en sus viajes al viejo mundo, o al mundo desarrollado, que ésta es la práctica común y normal en todas las ciudades.

Se trata de una medida sencilla, pero que debe establecerse lo más pronto posible y evitar que los partidos la politicen, de lo contrario, con el control que las autoridades tienen del uso del suelo, veremos cómo el número de autos en circulación crece e invade hasta los lugares otrora tranquilos.

mrodarte@eleconomista.com.mx

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