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Opinión

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Sustancias de veras peligrosas

Con su acostumbrada inteligencia y su enorme elegancia (al escribir, porque, qué fachas), Marcial Fernández escribió hace unos días en su columna Marcapasos la entrega ¿Consumir drogas es un derecho? y me gustaría hacer un par de contribuciones a su argumentación.

Dice Marcial: La curiosidad, el pasatiempo más añejo de la humanidad, llevó a nuestros ancestros a la tarea de probar las plantas que fueron hallando a su paso. Algunas mitigaban el hambre, otras alegraban y algunas más mataban. Así se formó un inventario de lo que sí, lo que no y lo que a veces , por lo que cabe preguntarse ¿si la Humanidad lleva milenios disfrutando con las que sí y las que a veces, con qué derecho las prohíben los estados modernos?

Muchas de las sustancias que llamamos drogas no se fueron probando, sino que se desarrollaron junto con la humanidad en lo que en términos biológicos se llama coevolución. Pongo un ejemplo.

La cafeína fue inventada por separado por dos plantas distintas: los arbustos del género Coffea en África (que la tienen en sus semillas), y arbustos del género Camellia, en Asia (que la ubicaron en sus hojas).

Estos géneros no pertenecen a la misma Familia ni al mismo Orden, para encontrar nexos entre ellos debemos llegar hasta el nivel taxonómico de la Clase (Magnoliopsida), donde también podemos encontrar a los geranios y los rosales. Pero las coffeas y las camellias, tan diferentes entre sí, encontraron las misma sustancia que les permitió gustar a los humanos y beneficiarse con su agricultura (por un tiempo, los químicos debatieron si le llamarían cafeína o teína). Sin duda las hojas de té y los granos de café de ahora tienen mucha más cafeína que hace 20,000 años.

Unas plantas americanas encontraron soluciones similares a su interés por propagarse, sustancias que, igual que la cafeína, son alcaloides. En el sur, la especie Erythroxylum coca halló, desde luego, la cocaína, y supongo que no necesito decir qué encontraron las plantas de la especie Nicotiana tabacum para asegurar su inmenso éxito reproductivo gracias a que le proporcionan placer a los humanos.

Todas estas sustancias pertenecen a lo que se llama el metabolismo secundario de las plantas, es decir, no son necesarias para mantener vivo al organismo sino para algún otro fin. Otros ejemplos de productos del metabolismo secundario son las sustancias que dan aroma o color a las flores, algo que parece tener tanto éxito entre los humanos como entre las abejas, o los venenos que muchas plantas sueltan en el suelo para combatir plagas o competidores.

El alcohol, como bien señala Marcial, fue primero. Es un derivado de la fermentación de los frutos (es un metabolito primario, es decir, forma parte del metabolismo que mantiene vivas a las bacterias u hongos que lo producen), y su producción es muy anterior no solo a la Humanidad sino a los vertebrados y hasta a las células con núcleo, pero fueron los humanos los que le encontraron un uso fundamental a este producto de desecho: tener líquido para beber libre de bacterias y otros organismos potencialmente patógenos (incluso las bacterias que elaboran el alcohol mueren cuando sube la concentración del mismo).

Ese uso fue importantísimo sobre todo en ciertas regiones europeas, donde el agua potable era escasa (quizá debido a la contaminación generada por las propias poblaciones humanas). Se puede pensar que en Asia y América no fueron tan necesarias las bebidas alcohólicas y por lo tanto las poblaciones nativas no desarrollaron bien la maquinaria enzimática que permite metabolizar el alcohol. Esto nos hace más propensos a americanos y asiáticos a emborracharnos y padecer alcoholismo (me da pena que mucha gente sabe eso con respecto a los japoneses pero no con respecto a los indígenas).

Ciertamente, como vemos, estas sustancias pueden ser consideradas venenosas, pero son venenos de acción muy muy lenta, tan lenta que no solo permiten que quien los ingiere pase de la edad reproductiva sino también de la más productiva (digamos hasta los 55, 60 años), por lo que han sido invisibles, como venenos, para la evolución biológica y la cultural, que tanto se ha fijado en ellos como fuentes de disfrute.

Marcial señala que protegernos de estos venenos parsimoniosos, últimamente y en este país, no solo ha costado muchas más vidas de las que ha salvado. Pero ni los 50,000 muertos por la violencia se comparan con las muertes que genera, en México, otra sustancia de origen vegetal a la que nadie considera un veneno y cuyo sabor nos sirve para calificar a las mejores cosas de nuestra vida.

¡Azúcah!, gritaba Celia Cruz hasta hace no mucho tiempo (también lo cantaba).

Olvidémonos, primero, de que si Celia fue cubana y no africana fue porque sus antepasados fueron traídos a América para trabajar, muy probablemente, en las ricas plantaciones de caña de la isla. Y concentrémonos en que la amplísima gama de azúcares que generan los inmóviles ejemplares del reino vegetal coevolucionaron con los activos animales desde mucho antes de que existieran los homínidos.

Las dulces frutas no tienen más función para las plantas que atraer a animales que se las coman y desperdiguen sus semillas. La avidez por el azúcar, sea en su forma dulce o almidonada (como la encontramos en el arroz, las papas, el trigo o el maíz), es poderosísima. Y más porque, a diferencia de la cafeína o la nicotina, esta sustancia sí es imprescindible para vivir. La agricultura del almidón está detrás de todas las grandes sociedades.

La de la humanidad y el azúcar era (y sigue siendo, en general) una relación mutuamente beneficiosa, hasta que los humanos nos pasamos de listos, tuvimos ingenio y purificamos el azúcar.

Así, la principal causa de muerte en México, la diabetes tipo 2 (la ue no depende de insulina, es un producto directo de nuestra adicción al consumo de azúcar, de la exagerada capacidad para saciarla que se ha desarrollado y de que no tenemos buenos hábitos de alimentación ni ejercicio.

En México, unas 14 millones de personas padecen la enfermedad y la mitad de ellas lo desconoce, pero las campañas para combatirla, que, justo es decirlo, se han hecho en abundancia en este mismo sexenio del combate al narco, son mucho menos escandalosas, más racionales y a nadie se le ocurriría penalizar ni prohibir la producción o la venta de azúcar para protegernos de la mortífera diabetes.

No está de más recordar algunas palabras que Fernando Savater dijo en la FIL hace un año:

La persecución de las drogas no fue inventada por médicos celosos de la salud. Nació en Estados Unidos por razones sociales y xenófobas. Se perseguían las diversas sustancias identificadoras de grupos sociales, por ejemplo, el opio de los chinos que trabajaban en el ferrocarril, la marihuana de los gitanos, el whisky de los irlandeses. Así nace la persecución, impulsada por grupos como el Ku Klux Klan.

Eso se ha extendido en el mundo. Hoy parece que hablar de la despenalización de las drogas es como hablar de la despenalización del canibalismo .

En resumen: las adicciones (esos desbalances de la maquinaria bioquímica del placer) son peligrosas, sí, todas y unas más que otras (y ya vimos que la de apariencia más inofensiva es la peor). Pero la forma de combatirlas no es a garrotazos ni balazos ni prohibiendo las cosas que han evolucionado para gustarnos y con las que hemos convivido sanamente durante milenios, sino con educación e información, admitiendo y, muy importante, respetando las decisiones que cada quien haga sobre su propia persona.

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