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Opinión

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La segunda cuesta

La política social mal enfocada y la medición errónea de algunos conceptos pueden llevarnos a conclusiones equivocadas.

Dentro de los muchos aspectos escasamente estudiados, en especial por los que se autodenominan especialistas en el diseño e instrumentación de la política económica, se encuentra el relacionado con los patrones de conducta de los consumidores de bajos recursos, o como se les llama actualmente, de la base de la pirámide. Dentro de algunas actividades de negocio ya les ha dado por hacerlo y los resultados son que han encontrado que este segmento de consumidores tiene un potencial enorme. Tiendas departamentales especializadas, casas de empeño, algunas compañías que venden microseguros y algunos agentes de viajes lo han hecho, y sus resultados han sido sorprendentes. Los bancos no le han encontrado la cuadratura al círculo y siguen preguntándose qué hacer para aumentar la penetración de la banca y servicios financieros, conocida en los círculos bajos como la bancarización. Tampoco el agente cobrador de impuestos le ha entrado en serio al problema y siguen amenazando a los cautivos con llevarlos al paredón si no cumplen, pero el hecho es que ni los empresarios organizados que exigen se le cobre al comercio organizado informal ni los cobradores saben cómo hacerlo.

En tanto los teóricos de café siguen especulando sobre lo que debe hacer el gobierno, el grupo social que hoy nos ocupa tomó sus merecidas vacaciones de Semana Santa. Luego de cubrir su déficit heredado de las pasadas fiestas de fin de año y la vuelta a clases, ahorraron un par de quincenas, vendieron algún electrodoméstico redundante en casa y con la simpleza que contestan las encuestas que les preguntan si son felices tomaron su maleta, al perico o a la mascota favorita -faltaba más- y a darle vuelo a la hilacha. Hoy las filas en las casas de empeño deben estar un poco lentas y las visitas a los parientes pudientes y poco frecuentados deben estar a la orden del día, con el objeto de, cuanto antes, volver a la normalidad.

Los datos disponibles de las últimas encuestas de ingresos y gastos de los hogares dan cuenta de la forma en que han evolucionado los patrones de gasto de los consumidores, en especial de los de menores ingresos, pudiendo observarse que los gastos en alimentos y bebidas consumidos fuera de casa, así como los que se hacen en telefonía celular y los denominados teléfonos inteligentes, son los dos componentes que más han crecido, desplazando en importancia a algunos otros conceptos. Del lado de los ingresos, sorprende ver la forma en que los denominados ingresos corrientes no pecuniarios, así como las transferencias y los ingresos por remesas, han aumentado, dejando muy atrás a los salarios como fuente de ingresos.

De acuerdo con algunos teóricos que se han abocado al estudio del fenómeno de la pobreza, la principal causa de que las familias no progresen y rompan ese círculo vicioso es su falta de capacidad para hacerse de bienes de capital, o simplemente capital humano especializado para enfrentar su situación. Conforme los ingresos derivados del capital comienzan a crecer, la pobreza tiende a disminuir, de manera permanente. Primera moraleja: nuestra política social está mal enfocada. El otro aspecto a estudiar y concentrarse es en cómo los pobres ganan su sustento. En este sentido, las familias pobres, sobre todo en áreas urbanas, sobreviven gracias a los ingresos derivados de la prestación de servicios, tales como limpieza y cuidado de casas, cuidado de niños, servicios personales como conducir automóviles, carpintería, plomería, jardinería y otros. Es muy probable que la encuesta de ingresos no mida correctamente estos conceptos y que estemos alcanzando conclusiones erróneas.

mrodarte@eleconomista.com.mx

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