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Opinión

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La imposibilidad del sueño bolivariano

Francisco de Miranda y Simón Bolívar soñaron una América unida desde la Nueva España hasta la Tierra del Fuego, una tremenda e inacabable nación destinada a convertirse en la gran potencia del mundo. Bolívar dio los primeros pasos, pero el sueño pronto se derrumbó.

¿Qué fue lo que aconteció? ¿Por qué las colonias británicas en Norteamérica sí pudieron unirse exitosamente y convertirse en la gran potencia que conocemos y las colonias españolas, por el contrario, se fragmentaron, se sumergieron en el caos político y se ahogaron en el rezago económico, la injusticia, la violencia y la desigualdad? Han pasado más de dos siglos, y muchas de nuestras naciones iberoamericanas siguen atrasadas, pobres y llenas de conflictos.

Tras liberar la Capitanía General de Venezuela, Simón Bolívar extendió su movimiento por el Virreinato de Nueva Granada, desde Colombia hasta el Ecuador. Caracas, Bogotá y Quito lo declararon “Libertador de las Américas”, y esa enorme extensión, de casi 2.5 millones de kilómetros cuadrados (las actuales Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá, que de seguir juntas serían el país más grande de habla hispana) se unió para formar la Gran Colombia, Estado del cual Bolívar sería primer presidente, de 1819 a 1830.

El éxito inicial y aparente de la Gran Colombia hizo suponer a Bolívar que su sueño de una América hispana unida podía hacerse realidad. Ya en 1798, Francisco de Miranda había redactado un proyecto de constitución para una inmensa nación que se extendía desde el paralelo 45ºN (los actuales Oregon, Idaho, Wyoming, South Dakota, etcétera) hasta el Cabo de Hornos. La Gran Colombia bolivariana era sin duda el primer paso de este colosal proyecto.

La misión del Libertador prosiguió y marchó hacia el Perú para expulsar a los españoles y alcanzar la independencia. Y también logró liberar la zona que hoy ocupa Bolivia, país que lleva ese nombre en su honor. Pero todo fue en vano. Bolívar, que murió en 1830, pudo ver cómo se resquebrajaba su Gran Colombia –seguía siendo presidente– y cómo todo esfuerzo de unión era totalmente inútil. Poco antes de su muerte escribió:

“He gobernado durante veinte años, y de ello he llegado a muy pocas certezas: América [del sur] es ingobernable; los que sirven a una revolución aran en el mar; lo único que uno puede hacer en América [del sur] es emigrar; este país caerá inevitablemente en las manos de masas desenfrenadas y luego pasará imperceptiblemente a las manos de pequeños tiranos de todas las razas y colores; una vez que seamos devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad absoluta, los europeos ni siquiera nos verán como algo digno de conquistar; si fuera posible para alguna parte del mundo volver al caos primitivo, eso sería América [del sur] en su hora final.” (Citado por el historiador N. Ferguson en “Civilization”).

Este pesimismo profético, para horror de todos, se hizo realidad en prácticamente toda la América hispana.

El “sueño bolivariano” ha quedado reducido al eslogan populista del chavismo venezolano, un discurso resentido e ineficaz que pervive en los nacionalismos izquierdistas de las Américas. Pero este nacionalismo es incapaz de ver más allá de su propia frontera. Y esa es la profunda contradicción de quienes lo pregonan, porque los nacionalismos ven hacia dentro, se encierran en sí mismos, mientras que el sueño bolivariano era todo apertura. Si se me permite el símil, el sueño de Bolívar es como el Nirvana, y los nacionalismos latinoamericanos son como el individualismo. El individuo se niega a fusionarse con el todo, pues cree que al perder la individualidad, se perderá a sí mismo, y por eso se apega vulgarmente a lo mundano. Pero aun la gota que se cree única e irrepetible, y que se aferra al egoísmo, puede alcanzar el Nirvana y dejar de ser Una: entonces se fusionará con el infinito océano cósmico, que es la nada.

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