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Opinión

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Estado Islámico: el efecto "copycat"

El 5 de junio de 1974, uno de los colaboradores de Isaac Rabin entró a la reunión en la que se encontraba con su gabinete de seguridad, y lo interrumpió por un instante. Eran momentos de una enorme tensión. Se acababa el tiempo que habían puesto los secuestradores para empezar a matar ciudadanos israelíes en Entebbe, Uganda, a cinco mil kilómetros de Tel Aviv, si no dejaban libres a 40 reos palestinos (algunos de ellos acusados de terrorismo). Las cadenas del mundo interrumpían sus transmisiones para llevar la noticia. En todas las capitales se respiraba la misma tensa expectativa sobre lo que sucedería apenas unas horas después, si Israel decidía no negociar con los secuestradores.

Rabin sabía que si fallaba en ese trance, su gobierno caería y él sería culpado personalmente por la muerte de más de 100 personas. Era el caso más complicado, el más azaroso, para poner a prueba una política de por sí polémica: la de cero negociación con terroristas.

El estado mayor calculaba que si se seguía la opción del operativo de rescate, habría bajas tanto entre los comandos como entre los civiles secuestrados. Era un altísimo precio. Pero Rabin estaba determinado a llevar hasta sus últimas consecuencias esa política, en la que creía firmemente.

Fue en ese momento cuando entró su colaborador y lo interrumpió para preguntarle en voz baja si su hijo Omert, perteneciente a la fuerza de élite, participaría en la operación. No pronunció palabra alguna: sólo asintió con la cabeza.

Un día después Rabin habló con los familiares de los rehenes. Con toda seguridad le pidieron que negociara, si era preciso, pero que garantizara que regresaran con vida sus seres queridos. Con toda seguridad, también, él les dijo que haría todo lo posible. Y así fue. Según se supo después, Rabin llegó incluso a pensar en dejar libres a los presos. O, en otras palabras, pactar con los secuestradores.

Apenas horas más tarde vino la otra junta con su gabinete: la decisiva. Los aviones que llevaban a los comandos para realizar la inédita operación de rescate habían partido ya, desde el Sinaí, para efectuar su misión, a pesar de que no se había tomado la decisión final sobre si ese era el mejor curso de acción. Los aviones partieron sabiendo que en caso de que no se lograse el consenso, podían simplemente dar media vuelta y regresar. El momento en que llegarían al punto de no retorno sería en cuestión de minutos, así que había que apresurar las deliberaciones.

La decisión fue apegarse a la doctrina de no negociación con terroristas, a la que siempre ha apelado el Estado de Israel. La opción sería la militar.

Los aviones no tuvieron que dar la vuelta. Los comandos sabían que había altísimas posibilidades de perder la vida. Al frente de la misión estaba Ohmert Netanyahu, hermano del actual primer ministro, Benjamin Netanyahu. Moriría apenas unas horas después

¿El resultado le dio la razón?

Las horas que siguieron fueron las más angustiosas. Finalmente, cuando le llamaron a Rabin para avisarle que la operación había sido un éxito, supo que había tocado el punto más difícil de la carrera de cualquier estadista, y que había salido ileso. La euforia fue total en Israel. La gente se volcó a las calles a recibir a los sobrevivientes. ¿Por qué tanto júbilo, si en realidad habían muerto cuatro personas? Porque, si bien se había pagado ese alto costo, salvaron al resto de los rehenes sin necesidad de negociar con los terroristas, lo que, tarde o temprano, hubiera llevado a más secuestros.

En nuestro post pasado comentábamos esta doctrina, a la que se adscriben todos los países desarrollados, aunque en la práctica sólo la cumplen algunos. Dado que el mundo se está enfrentando a un fenómeno radicalmente nuevo, la amenaza del Estado Islámico (EI), decíamos que los eventos para ponerla a prueba, irremediablemente se van a repetir.

David Rohde, el periodista que estuvo cautivo durante siete meses por fanáticos talibanes, argumenta a favor de la no negociación. Dice que pagar rescates no hace sino aumentar más y más la sed de secuestros. Lo mismo si se trata de negociaciones de rehenes por presos.

Países como Estados Unidos y Gran Bretaña no sólo no negocian con terroristas, sino que prohíben a sus ciudadanos que lo hagan. La familia de James Foley, uno de los periodistas decapitados por el EI, fue notificada que si pagaban algún rescate por su hijo podrían ser sujetos a proceso. Y Gran Bretaña prohíbe a las aseguradoras que reembolsen pagos por rescates.

No obstante, Adam Dolnik publicó recientemente en Foreign Affairs un texto pidiendo terminar con la política de no negociación. Dice que no existe evidencia empírica de que los terroristas escojan a sus rehenes basados en qué países pagan rescates. En realidad sí existe tal evidencia, como citamos en el blog pasado. Y, ante su argumento de que el Estado Islámico se tardó en pedir rescates por sus primeros rehenes (insinuando que no es lo que más les interesa), en realidad eso confirma que después descubrieron un medio de financiarse, que puede ser cada vez más utilizado.

El otro argumento que expone es que la política de no negociación provoca que cada vez menos trabajadores humanitarios vayan a las zonas de conflicto, lo que es un efecto nefasto que encuentra su causa en la costumbre de los grupos integristas de secuestrar inocentes, no en la política que intenta evitar que proliferen esos crímenes.

Es cierto que las operaciones militares de rescate de rehenes rara vez tienen éxito, como sucedió con la riesgosísima misión de Entebbe, en donde los comandos israelíes llevaban una réplica del Rolls Royce que usaba el delirante líder ugandés Idi Amin (que apoyaba a los secuestradores) para despistarlos y de ahí iniciar el operativo. Así que es previsible que cada vez haya menos operaciones de rescate (una de las últimas fue la que llevaron a cabo fuerzas SEAL para extraer a Jessica Buchanan de Somalia, en 2012). Pero visto bien, este dato resulta independiente, casi anecdótico, de la discusión sobre si se debe negociar o no con integristas.

Por último, ya no aplica el comentario de Dolnik de que el Estado Islámico no necesita recursos, pues los tiene a caudales. En realidad el EI se está enfrentando a derrotas significativas, y es posible que los aliados recuperen pronto Mosul, además de que les han acotado el acceso al dinero por el contrabando de petróleo.

Es posible que en breve el EI empiece a requerir recursos frescos para sus campañas militares, por más que lo financien oscuras organizaciones cataríes. Si les funciona la industria del secuestro, como le ha funcionado a grupos afines, es posible que recurra más a él en el futuro.

Y ni siquiera tienen que ser ellos, en los territorios que dominan, los que recauden. Ahora cuentan con el fenómeno de copycat, o lo que ha sido llamado la yihad terrorista individual : el llamado a que otras personas, no necesariamente ligadas al EI pero en su nombre, actúen por su cuenta.

Hace unos días el Estado Islámico mató frente a las cámaras a 21 ciudadanos egipcios en Libia. ¿El Estado Islámico en Libia? En efecto. De ahora en adelante no tienen que ser ellos mismos los que perpetren las atrocidades. Para eso tienen a sus copycats, en donde quiera que se encuentren, quienes ya tienen instrucciones, pues Al-Baghdadi ya dio la orden de atacar a los intereses occidentales en todo el orbe, así como a los chiítas y a los sunitas moderados.

Los fundadores de Twitter, Jack Dorsey y Dick Costolo, han recibido amenazas de muerte de parte del Estado Islámico o sus copycats, por bajar de esa red social los videos de las decapitaciones. Esperemos nunca lamentar algún atentado contra ellos, pero en el mundo actual, que cambió desde julio pasado (con la refundación de ese grupo sanguinario), cada persona adoctrinada en la web puede matar en nombre de Alá y el autoproclamado Califa.

Al final de su exposición, Adam Dolnik apunta que una política más flexible en cuanto a los rescates de rehenes, con buenas negociaciones y sin reflectores, puede salvar muchas vidas, y en eso no le falta razón. Ciertamente, los familiares de cualquier rehén estarían de acuerdo con una solución inmediata, más allá de visiones y estrategias de largo plazo en contra del terrorismo.

Pero el dilema permanece insoluble. A fin de cuentas, todos los países han acabado por negociar en algún momento. Así lo hizo el mismo Estados Unidos con el sargento Bowe Bergdahl, al ser intercambiado por cinco presos de Guantánamo, en mayo de 2014 (para acabar de empeorar el cuadro, al parecer Bergdahl no era un héroe , sino un desertor). Y el mismo Israel acabó cediendo cuando el soldado Gilad Shalit, raptado por milicianos de Hamas, fue intercambiado por 1,027 reos palestinos. El país que no negocia por una cuestión de principios, acabó por ceder tal cantidad de presos a cambio de una sola persona.

Esto se puede leer como una claudicación de la política de no negociación con terroristas. Pero en cada caso entra la oportunidad política, la visión de los gobernantes en turno, y el innegable influjo de la marejada de opinión pública en cada momento preciso. Entre los 1,027 excarcelados, Israel dejó salir a algunos directamente involucrados con asesinatos de sus ciudadanos. ¿Qué pensaría hoy Isaac Rabin de ese acuerdo, que en su tiempo hubiera sido visto como vergonzoso, además de una invitación al otro bando a seguir tomando rehenes?

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