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¡Aguas!
El cambio climático ya está con nosotros, altera la distribución del agua, provoca inundaciones en algunas zonas y sequía en otras. Las lluvias menguan y son imprevisibles. Más ciudades y regiones del mundo se verán afectadas por severa escasez de agua.
Confieso mi ignorancia de todo lo relacionado con el agua en nuestra ciudad, sólo sé que por fugas se escapa un caudal considerable y que mucha gente, si bien le va, se tiene que bañar a jicarazos. El asunto llama mi atención cuando leo el Time del 19 de febrero, porque resulta que una metrópoli costera, moderna, rica y progresista, con 4 millones de habitantes, se va a quedar sin agua, literalmente, dentro de un par de meses, el “Día Cero”: se trata de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, que genera 10% del PNB del país.
¿Causas?: deficiente planeación, sequía prolongada y mal manejo de la situación crítica. El actual racionamiento, 50 litros diarios por persona, tendrá que reducirse a la mitad. El escenario es horripilante. ¿Se imaginan ustedes comer en platos de cartón y con los dedos para ahorrar el líquido? Y eso no es nada: las actividades productivas se verían gravemente disminuidas y con ello el empleo, en agricultura, industria, hoteles, restoranes y demás servicios, luchando por mantener el abasto en hospitales e instalaciones similares. El fenómeno implica, naturalmente, el peligro de inestabilidad social y política.
El cambio climático ya está con nosotros, altera la distribución del agua, provoca inundaciones en algunas zonas y sequía en otras. Las lluvias menguan y son imprevisibles. Más ciudades y regiones del mundo se verán afectadas por severa escasez de agua; ya la padecen, por ejemplo, Sao Paulo y Melbourne. También la CDMX con los numerosos municipios que se le apeñuscan dando lugar al monstruo de 23 millones de individuos, donde, asimismo, en este caso, impera la ley de la desigualdad: pocos tienen mucho y muchos tienen poco o muy poco o nada en absoluto. Lo malo es que, dado el carácter derrochador del mexicano rico-naco, si los que tienen poco tuvieran mucho serían tan dispendiosos con el agua como lo son hoy los riquillos.
Lo cual me lleva a considerar lo que se cobra por este elemento que es el más escaso —después del aire limpio— y que por ello debería ser caro. Pero no lo es. Las tarifas exageradamente bajas propician el despilfarro. Y no veo esfuerzo significativo alguno, ni por parte de las autoridades ni por la de organismos privados socialmente responsables, para promover el consumo racional del agua. Veámonos en el espejo de Ciudad del Cabo: ¡aguas!
