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Opinión

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...Y supermonstruos

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Ramón Martínez Leyva

De manera lenta pero imparable, desde el momento mismo de su descubrimiento los antibióticos nos pusieron en la senda para descubrir la cura contra más y más enfermedades de origen bacteriano. Entre las décadas de los cuarenta y los ochenta la industria médica descubría de manera constante nuevos tipos de antibióticos, principalmente para luchar contra las bacterias que se volvían resistentes a las primeras iteraciones de dichos antibióticos. Y es que los médicos los recetaban para todo (o no los recetaban, durante mucho tiempo estuvieron al alcance de cualquiera), incluso contra una gripe u otra infección viral, contra las que son inútiles. Para cuando nos dimos cuenta y comenzamos a tomar medidas en contra del uso indiscriminado de antibióticos, ya era bastante tarde.

Hemos descubierto cepas de bacterias que son capaces de resistir a todos los antibióticos que tenemos, y tenemos más de cien. Cepas de Pseudomona aeruginosa se han detectado en hospitales de todo el mundo, en casos de pacientes cuyas infecciones no pudieron ser eliminadas con ningún cóctel de drogas conocido antes de la muerte de sus huéspedes. Casos como estos son cada vez más comunes alrededor del mundo, casos donde un paciente entra para una intervención menor y se queda por una infección por superbacterias. Pero los antibióticos no sólo se utilizan en hospitales y bajo la supervisión de un doctor, por que los miles de millones de animales que criamos como alimento también toman antibióticos, y muchos.

Según la Administración de Drogas y Alimentos de EU, la industria alimentaria utiliza anualmente 80% de todos los antibióticos producidos en el mundo; porque criar animales hacinados, sin acceso a la luz, el aire o el simple espacio necesario para moverse es un caldo de cultivo ideal para enfermedades. Así que los rellenamos de antibióticos para evitar que se mueran y así nuestras hamburguesas sigan costando baratas y todos estemos contentos. Pero en el camino hemos creado más y más bacterias resistentes, y nos estamos quedando sin armas para luchar contra ellas: estamos volviendo a la era de los monstruos.

Entre 2015 y 2016, científicos de China notaron con extrañeza cepas de bacterias resistentes a la colistina, uno de los antibióticos de último recurso que tenemos (es tan tóxico para el hígado que nadie lo receta, ¿cómo lo encontraron los bichos?). Después se descubrió que fabricantes chinos llevaban años vendiéndolo al mercado productor de carne, y las inevitables bacterias resistentes al fármaco se abrieron camino hasta lograr sus primeros brotes significativos. Dado que nuestra civilización ha construido caminos que van desde y hacia cualquier parte del mundo, estas nuevas cepas pronto se extendieron por Occidente de manera fácil y rápida.

Y como no sólo criamos animales en tierra sino también en piscifactorías, también hemos usado los antibióticos para prevenir brotes infecciosos en cultivos de peces y mariscos. Estos se depositan directamente en el agua donde se cultivan, misma que termina vertida en los océanos, donde se suma al agua de desecho de granjas e instalaciones de procesamiento de carnes, lo que provoca que cada vez más los ríos y cuerpos de agua de todo el mundo se encuentren saturados de antibióticos, creando resistencia en cepas bacterianas que viven en las poblaciones de especies que capturamos a través de la pesca industrial.

Esto pinta un panorama desalentador para los científicos que luchan contra la resistencia a los antibióticos en todo el mundo; pero aunque la guerra contra estos monstruos es cada vez más difícil, no todo está perdido. Los antibióticos han posibilitado en buena parte el desarrollo de la medicina moderna en casi todas sus áreas. Nos sirven para tratar infecciones severas, y nos permiten “invadir” nuestro propio cuerpo de maneras severas pero controladas, como en intervenciones quirúrgicas, quimio y radioterapias, trasplantes de órganos, etc., por lo que un futuro sin ellos parece francamente aterrador.

Así, nuevos tratamientos basados en bacteriófagos (virus especializados en matar bacterias) que atacan sólo a las bacterias sin dañar las células de nuestro cuerpo –casi como misiles teledirigidos– al igual que nuevos anticuerpos obtenidos a través de terapia génica y antibióticos muy poco usados anteriormente, nos permiten seguir luchando contras estos bichos superresistentes que cada día causan más y más muertes en la población humana. Es responsabilidad nuestra utilizar los antibióticos de manera responsable, para evitar que en un futuro estos pequeños pero terribles supermonstruos causen aún más estragos en la población humana. Tal vez lo logremos.

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Ramón Martínez Leyva

Es ingeniero en Sistemas Computacionales. Sus áreas de conocimiento son tecnologías, ciencia y medio ambiente.

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