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López Luján, una pasión que nació frente a un álbum de filatelia

Solo cinco arqueólogos han conseguido un asiento en El Colegio Nacional, “la cátedra más alta de la nación”, en toda su historia.

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Solo cinco arqueólogos han conseguido un asiento en El Colegio Nacional, “la cátedra más alta de la nación”, en toda su historia. Leonardo López Luján, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y director del Proyecto Arqueológico Templo Mayor, se acaba de convertir en el quinto. Llegó de la mano de Javier Garciadiego, Antonio Lazcano, Jaime Urrutia, Juan Villoro y Eduardo Matos, su maestro y colega éste último, quien saludó el ingreso de “su mejor alumno y su mejor maestro” al Colegio Nacional, el pasado viernes.

El presidente en turno del Colegio, Alejandro Frank, recordó que el arqueólogo Alfonso Caso,  uno de los 15 fundadores de este cuerpo de sabios se integró en 1943, le siguió Ignacio Bernal, en 1972; Eduardo Matos Moctezuma, fundador del Proyecto Templo Mayor y mentor del nuevo integrante, lo hizo en 1993; finalmente, la arqueóloga Linda Manzanilla Naim, especialista en la cultura teotihuacana, se incorporó hace dos años a esta comunidad que fomenta y difunde la ciencia y la cultura en México.

“Leonardo López Luján sigue la tradición de los grandes arqueólogos mexicanos, que han dado gran lustre y reconocimiento a la ciencia mexicana, rescatando la historia y la cultura del México precolombino”, dijo Alejandro Frank, al saludar el ingreso del arqueólogo a El Colegio Nacional.

El doctor en antropología Leonardo López Luján, de 54 años de edad, ha recibido innumerables reconocimientos a su trabajo dentro y fuera de México. Destacan el Premio Alfonso Caso del INAH en 1998 y 2016; Medalla al Mérito del Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México en 2016 por sus trabajos de rescate arqueológico de la antigua Tenochtitlan, y en el 2015 la Academia China de Ciencias Sociales lo distinguió con el Premio Fórum de Arqueología de Shanghái por encabezar uno de los 10 mejores proyectos de arqueología en el mundo.

Es autor de 16 libros, y coordinador y coautor de una decena de catálogos, entre los que destacan La Casa de las Águilas (2006), Escultura monumental mexica (con Eduardo Matos Moctezuma, en 2012), El capitán Guillermo Dupaix y su álbum arqueológico de 1794 (2015), y más recientemente, Arqueología de la arqueología: ensayos sobre los orígenes de la disciplina en México (2017).

Además, ha sido profesor invitado en las universidades de Princeton, Harvard, La Sapienza, en Roma, Sorbone, de París y el Instituto de Estudios Avanzados de París, entre otras.

Pero mucho antes de pisar las aulas en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en México, y las de la Universidad de París X Nanterre, donde cursó la licenciatura en arqueología y el doctorado en antropología, respectivamente, la suerte de Leonardo López Luján estaba echada.

Su pasión original por escudriñar el pasado se remonta a su infancia y adolescencia. Su madre, Martha Luján, fue asistente de Alberto Ruz Lhuillier, el arqueólogo que descubrió en 1952 la tumba de Pakal, en Palenque. Cuando López Luján nació, en 1964, su padre, Alfredo López Austin, era ya un prominente investigador del mundo de los antiguos nahuas.

A los 16 años de edad, López Luján se incorporó como ayudante del profesor Eduardo Matos Moctezuma en el proyecto arqueológico de Templo Mayor, y a quien relevó en la dirección del proyecto desde 1991. 

En el brillante discurso que pronunció como lección inaugural al tomar asiento entre los destacados integrantes del Colegio Nacional, “Pretérito pluscuamperfecto. Visiones mesoamericanas de los vestigios arqueológicos”, Leonardo López Luján revela cómo su curiosidad y, a la postre su carrera, arranca frente al álbum de filatelia de su hermano, repleto de timbres en los que sobresalen imágenes de imponentes ruinas y tesoros egipcios y grecolatinos.

“¿Cómo logró escapar a ese destino si, en la España de los estertores del franquismo, acudía él (su hermano), domingo a domingo, a la muy sevillana Plaza de Santa Marta para comprar timbres de carabelas, goletas y buques de vapor? Yo lo acompañaba y, para emular a mi mayor, buscaba cuanta estampilla tuviera imágenes de pirámides, esfinges o sarcófagos, señal inequívoca de la dulce condena de mi porvenir, de una vocación que –alentada por mis padres— desembocaría en mi hoy y mi mañana”, confiesa el nuevo integrante de El Colegio Nacional.

López Luján hizo un recorrido por los distintos momentos de su carrera recurriendo a evocaciones relacionadas con su itinerario intelectual: Egiptomanía romana, Olmecomanía maya, El pasado (re)compuesto, El espectáculo de las ruinas, Dioses gigantes y toltecas, De regreso al porvenir y Antes, ahora y después.

Así, de los obeliscos romanos transportados desde Egipto, López Luján da un salto transatlántico, para situarse en la diversa Mesoamérica y ejemplificar las maneras en que nuestros antepasados “analizaban” los vestigios arqueológicos, cómo se enfrentaban ellos a su propio pasado. Se sabe de las visitas que los mayas del periodo Clásico realizaban a los desocupados sitios olmecas; lo mismo que mexicas, tlaxcaltecas y tlatelolcas, al acudir a Teotihuacan, Xochicalco y Tula, que eran enormes ciudades que, para aquel entonces, el Posclásico, ya estaban abandonadas.

Al responder a la lección inaugural, Eduardo Matos Moctezuma, también miembro del Colegio Nacional y profesor emérito del INAH, refirió que en la arqueología “muchos son las llamados y pocos los escogidos”, citando el evangelio de Mateo, y saludó el ingreso de su discípulo afirmando que ha sido “su mejor alumno y su mejor maestro”.

A su pertenencia a la Sociedad Mexicana de Antropología, la Sociedad de Americanistas, la Academia Británica, como miembro corresponsal en México, la Sociedad de Anticuarios de Londres,  ahora López Luján agrega su inclusión en el selecto grupo de científicos de El Colegio Nacional, convirtiéndose en el quinto arqueólogo en recibir tal honor, y como se dice en el argot taurino: no hay quinto malo.

francisco.deanda@eleconomista.mx

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