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Frankenstein: un hijo pródigo y un prodigio
Es una historia viva, dolorosa y radiante; así es en la puesta en escena del National Theatre de Londres.

Cómo nacemos, ese gran misterio de nuestra vida. Frankenstein, puesta en escena del National Theatre de Londres, comienza precisamente con un parto: de un saco gigantesco, un vientre artificial, surge un recién nacido con la salvedad de que no se trata de un bebé sino de un hombre adulto.
Un hombre con la cara y el cuerpo surcado por costuras. Horroroso y terrible, pero al fin y al cabo un recién nacido. Es la criatura a la que el genio Victor Frankenstein le dio vida de manera artificial. Aterrado ante su obra, el doctor Frankenstein lo abandona para que muera a la intemperie.
Como símbolo acaso de lo inexorable del destino, una locomotora llega al escenario. Su escándalo y su humo es una bienvenida amable si la comparamos con la que los hombres le reservan a la criatura de Frankenstein: golpes, insultos, linchamiento.
Hasta que se encuentra con una familia buena y noble a la que aprende a amar. Ese amor lo convierte en ser humano. Y como humano ha de aprender la verdad: incluso los más buenos, lo más nobles de los hombres son capaces de actos atroces.
Si cree que la historia del doctor Victor Frankenstein y su Criatura ya es cosa vieja, se equivoca. Es una historia viva, dolorosa y radiante; así es en la puesta en escena del National Theatre de Londres.
El dramaturgo Nick Dear, adaptando directamente de la novela de Mary W. Shelley, y el director Danny Boyle logran justamente lo que se necesita de una adaptación: que ilumine un nuevo ángulo de una historia que ya conocida.
Este Frankenstein rescata la parte más filosófica del trabajo de Shelley, incorporando de manera paulatina la acción y el suspenso de tal suerte que la intensidad va creciendo y las dos horas de duración, a pesar de lo difícil que puede llegar a ser el texto, no se sienten.
La música electrónica de Underworld (responsable del soundtrack de Trainspotting, emblema del Boyle cineasta) crea una atmósfera de contrastes: sonidos metálicos en esta historia tan humana. A pesar del aparente anacronismo (¿música de rave en un ambiente decimonónico?), lo de Underworld es solo uno más de los aciertos en un espectáculo tan perfecto, tan rico en todos los sentidos que sin duda verlo en vivo debe ser inolvidable. Incluso pasado por el tamiz del video y la distancia su hechizo mantiene su potencia.
Benedict Cumberbatch y Johnny Lee Miller se llevan el peso de las actuaciones, especialmente Cumberbatch que en la función que se proyectó en el Lunario interpretó a la criatura (en la temporada londinense Miller y Cumberbatch alternan los papeles de Victor Frankenstein y del monstruo), un papel de gran exigencia física, es a partes iguales danza y actuación.
Lo que Danny Boyle y la compañía del National Theatre de Londres lograron con el montaje de Frankenstein es impresionante. Ojalá, dado el éxito de las dos funciones agotadas en el Lunario, las proyecciones se repitan pronto.
Qué forrtuna tienen los ingleses que pueden disfrutar de una compañía nacional de teatro que hace tan bien las cosas. Hay que verlo para creerlo, aunque tenga que ser en video.
cmoreno@eleconomista.com.mx