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Arte e Ideas

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El premio de ?merecer un premio

Los premios literarios son esperados como si de un partido para las Grandes Ligas se tratara, captan siempre la atención del público y todos tienen algo que opinar.

En ocasiones, dijo un día Camilo José Cela, pienso que el premio de quienes escribimos duerme, tímido y virginal, en el confuso corazón del lector más lejano . Pero cuando lo dijo eran otros tiempos, otras novelas, otras narrativas, una poesía distinta. Autores diferentes, también quisiéramos pensar, de propósitos más altos, enamorados tan rotundamente del acto de escribir que no buscaban premios en metálico ($$$) o para ganar una fama inmerecida. Aquellos cuyo premio mayor fuera el haber sido escuchados, nada más por haber dicho verdades escribiendo.

Pero los premios a las letras, cuya diversidad y número parecen aumentar cada semana, efectivamente son una distinción por una actuación literaria particular otorgada tanto por instituciones gubernamentales como privadas, asociaciones, academias, fundaciones o personas individuales, como dice la definición. Y todos ellos están acompañados de una suma de dinero, una medalla o una beca. Además, aunque no se diga, por una suerte de posicionamiento en ciertas esferas. Todas muy diversas: buenas, malas, serias, frívolas o académicas, socialmente correctas y hasta de desprestigio atroz.

Pero todo fuera como eso. Al final, los premios son esperados como si de un partido para de las Grandes Ligas se tratara. La gran afición está pendiente de los premios literarios que parecen juegos de semifinal: el Nobel, el Príncipe de Asturias, el Planeta, el Villaurrutia y el que otorga la FIL de Guadalajara (todavía a nadie le quita el sueño saber quién ganó el Friedenspreis des Deutschen Buchhandels, el Aga Khan Prize for Fiction o el Premio Caracol de Bronce).

Los galardones –de temporada, de aniversario, de reconocimiento o de consolación- captan siempre la atención del público. Y todos tienen algo que opinar. Aumentan los críticos y los lectores especializados. (Aplausos).

Hoy, hay mucho en el campo de juego. Por lo menos de tres premios cuya noticia es reciente. El primero, quizá el más polémico porque ha levantado más ámpula (de la fea), es el que la Feria del Libro de Guadalajara (antes Juan Rulfo, después nada más de Literatura, hasta hoy Premio de Literatura en Lenguas Romances) ha decidido otorgarle a Alfredo Bryce Echenique.

Las razones que adujo el jurado para ello, aquel lejano 3 de septiembre cuando se anunció el veredicto, sonaban claras y certeras. El premio se otorgaba por ser Bryce Echenique una de las figuras fundamentales de la literatura latinoamericana actual.

Una frase absolutamente cierta. Y no hablaron de su trayectoria, su prosa desenvuelta, el humor inigualable, la genialidad sencilla y el hecho de ser el autor de Un mundo para Julius, novela que incluso ya rebasó el apelativo de clásica y tiene lugar honorario en la historia de la literatura escrita en español. Todo iba bien. Pero más de una ceja se levantó escandalizada, manifestando sorpresa por el reconocimiento a un escritor que había estado inmerso en acusaciones de plagio a varios artículos periodísticos (alegatos que comenzaron en su natal Perú hace algunos años sin mayores consecuencias).

El jurado de la FIL dijo que los asuntos penales no eran de su competencia. La Academia del Perú dijo más o menos lo mismo y elogió la obra completa de uno de sus autores más importantes. La lodosa campaña de prensa y desprestigio que algunos individuos, asociaciones y medios de comunicación –fundamentalmente mexicanos- emprendieron en su contra sigue hasta la fecha y es de una violencia inusitada. Ha consumido mucho tiempo, desperdiciado palabras en insultos y mantiene a la opinión pública leyendo cartas a favor y en contra (la última con una gran idea y de risa loca: que mejor renuncie el jurado de la FIL). Que lo devuelva. Que lo conserve. Que los ignore, que los desprecie. Pero todavía no llega el día de la premiación. Mientras tanto, estamos en suspenso. Lo único seguro es que, como dijo Cervantes, al bien hacer jamás le falta premio y hoy la envidia, la ignorancia y la egolatría siguen jugando a las cartas.

Los otros dos premios de noticia recientes tienen el encanto de los opuestos: al Nobel de Literatura, el chino, Mo Yan, lo conocen en su casa, como diría mi tía Cuca y a Mario Vargas Llosa, ganador de la primera edición del Premio Carlos Fuentes, lo vemos hasta en la sopa, como decimos todos. Las sensaciones y posibilidades ante ambos galardones se multiplican agradablemente: podemos leer por primera vez a uno a ver qué pasa y seguir leyendo al otro con la placidez de que ya sabemos lo que va a pasar.

ckuhne@eleconomista.com.mx

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