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Arte e Ideas

Lectura 4:00 min

Creador de alucinaciones

La mejor película de este gran cineasta es Cronos.

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De niño, a Guillermo del Toro (Guadalajara, 1964) le obsesionaban los monstruos. Fue en la adolescencia cuando se enteró de que con esas pesadillas tan queridas suyas podía hacer algo: historias, películas.

Era muy joven cuando conoció a Dick Smith, el legendario creador de efectos especiales que trabajaba en cine de terror. El gran logro de Smith: los ruidos regurgitados por la niña de El exorcista. Del Toro bebió de la fuente del maestro y muy pronto ya estaba creando sus propios efectos.

El siguiente caso fue la clave: inventar personajes, y no cualquier personaje, alucinaciones que mantuvieran a los niños despiertos toda la noche, que dejaran perplejos a los adultos y que, finalmente, crearan historias memorables.

Fue en los 80 cuando conoció a Alfonso Cuarón, los dos jóvenes e innovadores, ambos directores y escritores del mítico programa de Televisa Hora marcada, un show que contaba sencillas historias de terror que en manos de esos dos jovencitos se volvían memorables.

En Hora marcada, Del Toro chocó sus armas por primera vez como narrador. En realidad narrar es su lado flaco, a pesar de que escribe prácticamente todas sus películas. Su fuerte sigue siendo el mismo que cuando adolescente: criaturas fantásticas y dónde encontrarlas.

Su gran debut como director fue con una película que aún hoy es analizada por cinéfilos, críticos y estudiantes de cine: Cronos, con Federico Luppi, una historia de vampiros que sale de la narrativa tradicional para ser una nueva forma de contar una historia de terror y suspenso. Para mí, Cronos sigue siendo la mejor película de Del Toro: bien narrada, inteligente, con personajes inolvidables no sólo por su apariencia sino por su psicología.

La cinta llamó tanto la atención que Del Toro dio rápido el brinco al desierto angelino donde se encuentra una tierra de fantasía llamada Hollywood. Mimic fue su primer rollo hollywoodense y, aunque es una película de monstruos fallida, sigue siendo una historia transmitida por televisión y gozada por público de todas las edades. Propuestas no le faltaban al tapatío. Cintas de fantasía, de suspenso, de pleno terror. Pero también otras que no le interesaban: dramones y cosas por el estilo. “Me interesa si hay vampiros”, dijo una vez famosamente.

En España encontró otro lugar fértil para su imaginación. Allá filmó la estupenda El espinazo del Diablo, una película que lo dejaría marcado como un estilista. El espinazo, una historia de miedo e infancia, es el caldo de cultivo para la película de Del Toro más querida por el público: El laberinto del Fauno.

Pero antes de meternos en las honduras violentas y fantásticas de El laberinto hay que darnos una vuelta por los cómics. Blade y Hellboy, dos historietas sobre seres sobrenaturales, capturaron la atención del director ya maduro después de varias películas donde él, a pesar de su juventud, ponía las reglas del juego, algo único en el mundo autoritario de Hollywood.

Del Toro, después del gran éxito de crítica y de taquilla que fueron, tanto Hellboy y su secuela, como El laberinto del Fauno, tenía a la industria del cine a sus pies. Hizo Pacific Rim, una historia de robots gigantes al estilo japonés. Desgraciadamente fue una decepción en taquilla y no se lograron las secuelas que tenía planeadas.

Otro gran inventor de universos, Peter Jackson, le echó el ojo y lo propuso como director de la trilogía de El Hobbit, la primera novela de Tolkien. El proyecto no prosperó, pero habría sido interesante ver qué podía hacer Del Toro con las criaturas tolkenianas.

Lo que siguió fueron dos buenas cintas que, a pesar de no ser perfectas, evocan mundos fascinantes: La cumbre escarlata y La forma del agua.

Hoy premiada por los Golden Globes, La forma del agua es la primera gran historia de amor en el currículo de Del Toro. El personaje de Sally Hawkins se enamora de lo que todos calificarían como un monstruo. Para ella es el amor de su vida, una criatura tierna y cariñosa.

Eso resuma la carrera de Del Toro: alucinaciones llenas de amor, monstruos salidos de un cuento de hadas valiente y extraño (no se le puede acusar de no tener visión). Monstruos hoy finalmente reconocidos.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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