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Cien años y 40 pisos
List Arzubide fue testigo de todas las piezas que formarían al México moderno.
Tenía apellido de pianista pero fue poeta. También maestro, soldado, activista, editor y hasta experto en la técnica rusa para titiriteros. Vivió 100 años. Asomó la cara por primera vez al mundo apenas unas horas antes de finalizar el siglo XIX y a punto estuvo de sobrevivir triunfante al muy ajetreado siglo XX mexicano. Se llamaba Germán List Arzubide (para ser músico le faltaba una Z en el teclado y para escritor, ni una sola letra). Nació en Puebla el 31 de mayo 1898, murió en la ciudad de México en el mes de octubre 100 años después, y hubo de ser, para la historia de la cultura y las letras de México, una figura de revoluciones y vanguardias.
List Arzubide fue testigo de todas las piezas que formarían al México Moderno. La primera de ellas, una de las más espantosas tragedias de la Revolución maderista: cuando el 19 de noviembre de 1910, por las calles de su natal Puebla, entraron las tropas de Porfirio Díaz, atacaron la casa de los hermanos Serdán, mataron a Aquiles, Máximo y casi a su hermana Carmen con lujo de escándalo y violencia. Para rematar, al día siguiente, cuando por si no hubiera sido suficiente los federales obligaron a Germán, su hermano y madre, entre otros simpatizantes de Madero, a ver la casa ensangrentada y el cuerpo inerte de Aquiles. Nada más para advertirles lo que podía pasar si se unían a los sediciosos.
En 1920, contaron en Bellas Artes los que le rindieron homenaje a List Arzubide por la centuria de su nacimiento, que el poeta se encontraba a bordo del convoy de trenes huyendo con el gobierno de Venustiano Carranza en plena rebelión de Agua Prieta justo cuando los rebeldes cortaban las vías en Aljibes. Pero la fortuna quiso que el poeta fuera forzado a quedarse atrás por no tener ni el dinero ni la influencia para conseguir un caballo y no huyera junto con Carranza a encontrar la muertes en Tlaxcalantongo. Que por eso a List Arzubide le gustaba decir: ¿Qué sería mi historia si hubiera alcanzado caballo? .
La Historia le tenía reservado otro futuro: dos años después conocería al abogado y poeta -también poblano- Manuel Maples Arce.
El padre del movimiento estridentista, la única vanguardia mexicana con su propio manifiesto y teorías estéticas particulares. List Arzubide firmó el Manifiesto Estridentista Número 2, que a la letra decía:
En nombre de la vanguardia actualista de México, sinceramente horrorizada de todas las placas notariales y rótulos consagrados de sistemas cartularios, con veinte siglos de éxito efusivo en farmacias y droguerías subvencionales por la ley, me centralizo en el vértice eclactante de mi insustituible categoría presentista, equiláteramente convencida y eminentemente revolucionaria, mientras que todo el mundo que está fuera del eje, se contempla esféricamente atónito con las manos torcidas, imperativa y categóricamente afirmo, sin más excepcionales a los players diametralmente explosivos en incendios fonográficos y gritos acorralados, que mi estridentísimo acendrado es para defender de las pedradas literales de los últimos plebiscitos intelectivos: Muera el Cura Hidalgo, Abajo San Rafael, San Lázaro, Esquina, Se prohibe fijar anuncios. Viva el mole de guajolote.
Una vez expresada la revolución artística y sus motivos -el amor y la vida son hoy sindicalistas, decían- List fundó la revista Horizonte y se juntó, siempre, en el Café de Nadie con Arqueles Vela, Kin Taniya e incluso un muy joven Diego Rivera. List Arzubide, primariamente un poeta, escribió los poemarios Esquina y El viajero en el vértice y dentro de ellos su muy famoso poema Silabario :
Mutt y Jeff no sabían/ que ella se extravió en mis brazos/ por esto la Academia/ no la puso en su diccionario./ El otoño imprudente nos espió por el ojo de la chapa/ y el silencio iba en zancos. /¿Será el muerto el que chifla la Adelita en la esquina?/ Esto de las traiciones/ son chismes de la luna .
Lúcido y pensante, el poeta trabajó en la educación, fundó la Universidad Nacional Obrera de México, editó por muchos años de la revista Tiempo. Introdujo a México, con Germán Cueto, el nuevo teatro guiñol mexicano y hasta el fin de su vida siguió escribiendo y publicando ensayos literarios. Pero todo fuera como eso. Todavía es una maravilla sin tiempo ni medida aquel verso suyo que dice:
Hay que tirarse de 40 pisos, para reflexionar en el camino . (¿O habrá que vivir más de 100 años para quedarse en la memoria?).