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Potencial y ficción

OpiniónEl Economista

“Todos debemos ser periodistas” escribió Jorge Ramos en una columna reciente, a propósito de las noticias falsas que circularon en redes sobre su supuesto fallecimiento. Más allá de lo insólito de leer sobre la propia muerte, el periodista mexicano recuerda algo que me parece esencial: la responsabilidad de verificar antes de publicar, de distinguir los hechos de las ficciones.

En tiempos de redes sociales y de inteligencia artificial, convivir con la mentira se ha vuelto cotidiano. En México, además, la desinformación —que no siempre es falsa, pero sí engañosa— suele venir del propio gobierno. Leonardo Padura lo resume con precisión en su último libro: “no hay mejores inventores de historias que los políticos; esos sí son novelistas consumados”. Y el morenismo, en materia de ficción, tiene a sus mejores plumas.

Pienso en esa capacidad para la ficción cuando observo la narrativa económica actual. Es cierto que Claudia Sheinbaum heredó un entorno difícil, interno y externo. También lo es que México ha mostrado resiliencia frente al contexto global, aunque hay elementos menos épicos como el hecho de que el crecimiento sigue siendo mediocre y la inversión nueva harto escasa, pese a los discursos que presumen cifras récord de inversión extranjera directa.

Cualquiera que mire los datos con seriedad sabe que la mayor parte de esa inversión récord son reinversiones de empresas que ya operan en México. La falta de capital nuevo tiene dos causas principales. La primera, la incertidumbre por la próxima revisión del Tratado entre México Estados Unidos y Canadá (T-MEC) —que, desde mi perspectiva, se renovará—. La segunda, la desconfianza que genera la transformación del sistema judicial tras su primera elección popular, un experimento que ha erosionado aún más el Estado de derecho.

La semana pasada, la presidenta Claudia Sheinbaum recibió a una delegación de directivos de empresas miembro del Foro Económico Mundial (WEF). Fue una visita lucidora, útil para reforzar la narrativa de que México “está en la mira” de los inversionistas. Pero en entrevistas, el presidente del WEF, Børge Brende, insistió en el “potencial” del país, y lo deseable que sería que creciera 3% o 4% anual.

Desde mis tiempos de estudiante, hace casi veinte años, escucho el mismo estribillo de que México tiene un gran potencial. Lo dicen inversionistas, organismos multilaterales y gobiernos, sin importar el color. Y, sin embargo, ese potencial nunca termina de materializarse. México tiene tamaño, fuerza laboral, ubicación y mercado; pero, al menos hoy, no tiene certidumbre regulatoria, justicia confiable ni planeación de largo plazo.

Hace unos días, en una reunión fuera del país, escuchaba a directivos de empresas explicar por qué prefieren invertir en otras geografías, algunas, por cierto, más complejas y con menos “potencial” que el mexicano. La respuesta es simple: la distancia entre las bases y la capacidad de ejecución. Esa brecha es real y pesa cuando las decisiones implican miles de millones de dólares.

Pienso en esos ejecutivos que evalúan al país con una mirada externa y vuelvo al texto de Ramos. Si “todos debemos ser periodistas”, los analistas también tenemos la tarea de observar, contrastar y contar lo que es, no lo que quisiéramos que fuera. Porque, aunque algunos equiparen el realismo con pesimismo, otros entienden que nombrar los problemas es la única forma de enfrentarlos.

La verdad, por incómoda que resulte, es que el potencial de México no se traduce en inversión, ni en crecimiento, ni en futuro. Potencial sin ejecución es promesa vacía. Quizá el panorama cambie cuando se despeje la incertidumbre del T-MEC. Con todo, bien haríamos en no confundir el relato autocomplaciente del oficialismo con la realidad que habitamos.

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