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Chemsex: Qué hay detrás del sexo bajo sustancias
Dra. Carmen Amezcua | Columna Invitada
Hace unos días llegó al consultorio un hombre de poco más de treinta años: profesional exitoso, amable, con esa sonrisa que busca agradar y cierto temblor en la voz. Hablamos de ansiedad, insomnio, de una sensación de vacío que lo asaltaba los domingos por la tarde. Durante las primeras sesiones, el tema giró en torno a su trabajo, su familia, la dificultad para conectar con los demás. Hasta que una mañana, en voz baja, confesó:
—Estoy teniendo fines de semana de chemsex. No sé si lo disfruto o me está destruyendo… pero no puedo parar.
Reconozco que no era un término que manejara con soltura. Lo había encontrado de pasada en algunos artículos, pero nunca lo había explorado a fondo. Lo que descubrí fue un fenómeno tan extendido como invisible, que mezcla deseo, euforia y riesgo en una combinación que puede ser tan seductora como devastadora.
¿Qué es el chemsex?
El chemsex —contracción de chemical sex— es la práctica de mantener relaciones sexuales prolongadas bajo el efecto de drogas psicoactivas, especialmente entre hombres que tienen sexo con otros hombres (HSH). Las sustancias más comunes son mefedrona, GHB/GBL, metanfetamina y ketamina, muchas veces combinadas entre sí. El objetivo: desinhibirse, intensificar el placer y extender la actividad sexual durante varias horas o incluso días.
Aunque el término comenzó a popularizarse en Londres hacia la década de 2010, sus raíces se remontan a las fiestas clandestinas de los años noventa, cuando algunos clubes gay mezclaban música electrónica, éxtasis y exploración corporal como formas de resistencia y libertad. Con el tiempo —y con la aparición de aplicaciones de citas y drogas potentes— el fenómeno se volvió más extendido, más intenso y también más riesgoso.
¿Quién lo practica?
Aunque puede darse en diversos contextos, la evidencia señala que el chemsex es más frecuente entre hombres jóvenes HSH, en entornos urbanos, con acceso a tecnología y, en algunos casos, con diagnóstico de VIH o antecedentes de trauma, homofobia internalizada o exclusión social.
Un estudio publicado en The Lancet HIV en 2020 reveló que hasta un 30% de los hombres HSH en grandes ciudades europeas había experimentado con el chemsex en el último año.
Factores como la pandemia, el aislamiento social, el aumento de la ansiedad y la facilidad para conseguir drogas por internet han contribuido a que esta práctica se amplifique en los últimos años.
¿Por qué es importante hablar de esto?
El chemsex no solo implica un mayor riesgo a las infecciones de transmisión sexual.
También existen consecuencias de mayor calado psicológico: cuadros de adicción, psicosis, ansiedad severa, depresión, dependencia emocional, aislamiento progresivo e incluso crisis existenciales profundas.
El doctor Adam Bourne, investigador de Sigma Research y pionero en el estudio del fenómeno, advierte: “Muchos hombres comienzan buscando conexión y placer, pero terminan atrapados en una dinámica que los aleja aún más de sí mismos y de los demás”.
Otros especialistas, como el psiquiatra español José Luis Pedreira, alertan sobre la desregulación dopaminérgica que provoca la metanfetamina: una auténtica explosión de euforia que deja al sistema nervioso central en ruinas tras el “bajón.”
También hay quienes han pedido abordar el chemsex desde la escucha, no desde el juicio. El activista David Stuart (†), una de las primeras voces en visibilizar esta práctica, insistía en la necesidad de crear espacios seguros, de apoyo y diálogo, para quienes se sienten atrapados en una espiral que mezcla deseo, dependencia y soledad.
Una mirada desde la psiquiatría integrativa
Desde una perspectiva de psiquiatría integrativa, vale la pena preguntarse: ¿qué busca el cuerpo cuando anhela la intensidad del chemsex? ¿Qué grita el alma cuando se lanza a la hiperconexión química y física?
Este fenómeno no debería abordarse únicamente desde la abstinencia o la regulación normativa, sino desde una mirada más amplia que contemple la necesidad de reconectar con el cuerpo, las emociones y el sentido profundo de la experiencia vital.
Algunos ejes clave de intervención incluyen:
- Reparar el vínculo con el cuerpo. Prácticas de conciencia corporal como el yoga terapéutico, la respiración somática o la meditación compasiva pueden ayudar a devolverle al cuerpo su lugar como fuente de placer seguro y presencia, y no solo como escenario de consumo o rendimiento.
- Nutrir el sistema nervioso. El uso crónico de estimulantes y depresores deja huella en el eje hipotálamo–hipófisis–adrenal y en la microbiota intestinal. El acompañamiento con adaptógenos, nutrición funcional, suplementación (magnesio, omega 3, L-teanina) y la restauración del sueño son clave para sostener procesos de recuperación.
- Revisar el trauma y la vergüenza. Con frecuencia, el uso de sustancias en contextos sexuales está asociado a heridas previas: rechazo, violencia, abuso, disociación. Terapias somáticas, EMDR, psicoterapia asistida por psicodélicos (en contextos donde es legal) o grupos de integración emocional pueden abrir caminos de sanación real.
- Recuperar el sentido de comunidad. El chemsex suele emerger como respuesta al aislamiento. Crear redes seguras de contacto, expresión, arte o espiritualidad puede ofrecer alternativas de pertenencia más sostenibles y nutritivas.
- Replantear el placer. No como evasión, sino como vía legítima de conexión, gozo y espiritualidad encarnada. Porque el placer no tiene por qué doler, ni cobrarse después con silencio y culpa.
Lo que no se habla, se repite en silencio. Hablar de chemsex no es condenar ni simplificar. Es mirar de frente una realidad compleja que toca temas profundos: el deseo de pertenecer, la búsqueda de placer, el miedo a estar solo, el dolor acumulado en cuerpos que han sido rechazados o invisibilizados.
Hoy agradezco a ese paciente por su valentía al nombrar su práctica. Porque solo cuando algo se nombra, se puede transformar.
Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a dra.carmen.amezcua@gmail.com o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua.