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Paradojas del cigarro
La Comisión de Hacienda y Crédito Público de la Cámara de Diputados aprobó un incremento de 7 pesos a cada cajetilla de cigarros, aplicable a partir del 1 de enero del 2011.
La Secretaría de Salud reporta un gasto anual de 45,000 millones de pesos en el combate a las enfermedades producidas por el tabaquismo en nuestro país. En comparación, en el mismo periodo, la industria tabacalera genera un impuesto de 23,000 millones de pesos. Con el incremento de 7 pesos por cajetilla, se calcula que se recaudarán a partir del 2011, 12,000 millones de pesos más; esto hace que aún sea deficitaria -en 10,000 millones de pesos anuales- la proporción entre el gasto por los servicios de atención sanitaria a los fumadores y lo recaudado por el consumo de cigarros.
Pero el caso del tabaco, en su modalidad más popular de consumo: el cigarro, ofrece varios puntos de vista paradójicos. Si bien produce muerte, enfermedades y altos gastos en salud pública, también genera ingresos económicos y fuentes de trabajo en los sectores manufactureros y agrícolas. Si el objetivo de gravar con 7 pesos la cajetilla -de manera pareja sin tomar en cuenta los diferentes precios que éstas tienen en la actualidad- es, además del obvio incremento en la captación de recursos, el de desalentar el consumo de cigarros, me parece a mí que este propósito no se va a lograr. Si acaso va a provocar que el fumador cambie a una marca de menor costo.
Una de las características de la demanda de cigarrillos es que es inelástica; es decir, un incremento en el precio no afecta de manera directa la compra-venta porque fumar es una adicción. Una adicción a la que se le ha rodeado de lo que Jean Cocteau llamó encantos poderosos .
Hay mucho que explorar, psicológicamente, en el peligroso ritual de fumar. Temerario instrumento para mitigar la soledad, la ansiedad y la angustia. Negativo placer para convocar a la inspiración. Nefasta costumbre de interacción social. Vicio amenazador y venenoso. Desde el siglo XIX se sabe que el alcaloide de la nicotina ingerido por los ratones en dosis puras y minúsculas les produce la muerte instantánea. (Por eso nunca dejo mis cigarros al alcance de estos roedores).
Yo fumador, me confieso
Un cigarro, dice una conseja popular, es un cilindro de papel relleno de tabaco con una braza en un extremo y la boca de un pendejo en el otro. Yo soy de ésos. Llevo 49 años como fumador. Calculo que en ese lapso habré fumado, en promedio, una cajetilla y media diaria: 30 cigarros al día, lo que da un total de 10,950 cigarros por año; igual a 536,550 cilindros rellenos de tabaco en 49 años. El tamaño de un cigarro normal -los denominados King Size no son de mi preferencia pero si no hay de otros me los fumo- es de aproximadamente 8 centímetros, de los cuales 5 están constituidos por materia fumable, los otros 3 son de filtro. La multiplicación de los centímetros fumables por el número de cigarros consumidos por mí arrojan por resultado la cantidad de 26,875 metros con 50 centímetros. Lo que significa que durante 49 años he sido tan pendejo que le he metido a mis aguantadores pulmones casi 27 kilómetros de nicotina, alquitrán, amoniaco, arsénico, butano, cianuro, metano, cadmio, monóxido de carbono, y otras 4,000, sí, 4,000, sustancias químicas más. (El número de kilómetros fumados es el equivalente a la distancia que existe entre la Villa Olímpica y los Indios Verdes. Trayecto que recorrido a pie, a velocidad normal, tardaría uno 9 horas de travesía -aproximadamente 40 minutos menos que en automóvil en horas pico-. En mi caso la marcha se prolongaría a 10 horas considerando que haría una parada de 5 minutos cada 45 para echarme un cigarro).
En mi vida de fumador sólo una vez hice el propósito de dejar de fumar, fueron las siete horas más horribles de mi vida. En otra ocasión, por sugerencia de un neumólogo, traté de sustituir los cigarros por chicles. Me resultó imposible encender los chicles. Algunos amigos, para dejar de fumar, me han recomendado los parches. Pero a mí cuando más se me antoja el cigarro es después de parchar.
Si el cigarro fuera inocuo, no hubiera fumadores
Ésta fue una de las muchas conclusiones a las que llegué luego de leer el ensayo Contra los no fumadores , escrito por Richard Klein, profesor de Literatura Francesa en la Universidad de Cornell, publicado en México por Tumbona Ediciones, en su colección Versus que dirigen Julián Ettiene y Pablo Duarte.
Richard Klein, encomia los cigarros, mas no promueve el hábito de fumar. Tampoco intenta disuadir a nadie de darle el golpe al veneno. Uno de los corolarios fundamentales de su obra es que la condena al acto de fumar, en la mayoría de los casos, no logra el efecto deseado, por el contrario, robustece el hábito y en ocasiones puede motivar la iniciación de una persona en esta actividad nociva y seductora.
En las pocas páginas de las que consta el ensayo prevalece un espíritu antimoralista, un aire de anarquía y una constante oposición a las prohibiciones puritanas y a la estigmatización de los fumadores: La libertad de fumar debe ser entendida como un importante símbolo de las libertades en su conjunto, y cuando se le amenaza uno debe voltear de inmediato a examinar qué otros controles están siendo apretados, qué otras imposiciones se llevan a cabo. La actitud de una sociedad sobre la libertad de fumar es un buen examen de la manera en que ésta entiende los derechos de la gente en general .
En su libro, Klein nos informa que Napoleón, Luis XIV y Hitler fueron enemigos del tabaco y no soportaban a los fumadores. El Führer, despreciaba de manera fanática y supersticiosa el humo del tabaco -no así el de los hornos crematorios-, el único al que le permitía fumar en su presencia era a su aliado Mussolini.
Aparentemente, Contra los no fumadores , es una apología del hábito de fumar llevado a la categoría de arte.
Pero en realidad, el escritor, como él mismo lo manifiesta, utiliza la hipérbole, figura retórica que consiste en aumentar o disminuir excesivamente aquello de lo que se habla; en su caso exagera en los elogios desmesurados hacia el cigarro para, con ello, sin dejar de reconocer los estragos que su consumo produce, ponerlo en su dimensión real, restituir su verdadera valía a lo que ha sido difamado sin moderación , concluye.
Lo paradójico del breve y suculento libro de Klein es que lo escribió con la intención de despedirse de su adicción al tabaco: La premisa de este libro es que los cigarros, aunque dañinos para la salud, son una grandiosa y bella herramienta de civilización ( ) Visto bajo esta luz, el acto de dejar los cigarros quizá deba ser abordado no sólo como una afirmación de la vida, porque la vida no es únicamente existir, sino como una ocasión para el duelo. Al dejar de fumar, uno debe lamentar la pérdida de algo o alguien- inmensa e intensamente bello en nuestra vida; uno debe dolerse por el ocaso de una estrella. Escribir este libro en alabanza al cigarro fue la estrategia que yo vislumbré para dejar de fumar, algo que he logrado definitivamente; es, por ello, tanto una oda como una elegía para los cigarros . (El autor de esta columna tendrá, tarde o temprano -aunque a mi edad temprano ya es tarde- que seguir el ejemplo del profesor Klein y dejar, de una vez y para siempre, ese humeante objeto de su deseo).
Oí por ahí
En el divertido monólogo Humo, amo y cosas peores , representado por la primera actriz y exfumadora compulsiva Raquel Pankowsky, todos los miércoles en el Café 22 de la Colonia Condesa, escuché esta frase que transmito al lector porque tiene miga: Si quieres fumar porque tienes un problema, al encender el cigarro tendrás dos .
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