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Opinión

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Paradoja yanqui

Estamos frente al reverso de la medalla: no sólo ?no quieren más tierra mexicana, sino que proponen construir una pared que divida a México y EU.

En 1783, el político y militar español Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, advirtió gran premonición que el gobierno americano se proponía fijar los límites de su territorio en la embocadura del río Bravo siguiendo su curso hasta el grado 31 y de allí, tirando línea recta, hasta el Pacífico, apropiándose de Texas, Nuevo Santander (Tamaulipas y parte de Nuevo León), Coahuila, Nuevo México y una porción de Sonora y Nueva Vizcaya (Durango, Chihuahua, Sinaloa). Casi casi lo lograron. En 1812, Luis de Onís, diplomático también hispano, escribió al entonces virrey de la Nueva España, Francisco Javier Venegas, recordándole la conjetura que el conde había formulado casi 30 años antes. Los vecinos, desde entonces, con visión de futuro, se entrometieron en la política mexicana (Poinsett), ocuparon Texas, se hicieron de los territorios del norte y nos invadieron en 1847. Todo eso y mucho más. En el XIX se luchó rabiosamente, guerra fratricida, cuyo telón de fondo era optar entre entregarse a Europa o a Estados Unidos. La balanza se inclinó a favor de los segundos, cuando el Benemérito clamó por su ayuda militar y financiera para derrotar a los conservadores. Ganamos nosotros los liberales, pero con el costo de la dependencia de los americanos. América para ellos por los siglos de los siglos, amén, según la frase elaborada por el presidente John Quincy Adams y atribuida a James Monroe. Suerte que el entreguismo no fue totalmente aprovechado por los yanquis. Sus razones tuvieron y bien poderosas: nada que significara darles más fuerza a los sureños.

En el Caribe aconteció algo similar. La explosión y hundimiento del Maine, acorazado inservible de la marina de EU, fueron atribuidos a España, mentira que los americanos usaron para quedarse con Puerto Rico, Cuba y Filipinas.

Hay episodios de dignidad y valor nacionales a fines del siglo XIX. Nos negamos a prorrogar el arrendamiento de la bahía de Magdalena, en Baja California, donde los del norte habían establecido una base naval. También frustramos sus ambiciones sobre el istmo de Tehuantepec y su proyecto de un canal y un ferrocarril transoceánicos.

En los inicios del siglo XXI, la situación ha cambiado radicalmente; estamos frente al reverso de la medalla: no sólo no quieren más tierra mexicana sino que proponen construir una pared que físicamente divida a los dos países. ¿En qué quedamos?

¡Que viva Trump! ¿Cómo la ven?

paveleyra@eleconomista.com.mx

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