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Opinión

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Los males comunes

Sin tocar recursos de programas internos, la inversión extranjera podría ser el impulso que necesita la economía en este momento.

Prácticamente en todo el mundo se han reducido las expectativas de crecimiento, exceptuando Estados Unidos, que a pesar de la baja en el volumen de comercio mundial, la volatilidad y la incertidumbre, continúa reportando cifras muy alentadoras. Todo está listo para que las tasas de interés empiecen su trayectoria ascendente, aunque la prudencia podría imponerse en la próxima reunión de la Reserva Federal, lo que llevaría a posponer el alza, aunque sería poco probable que se estableciera un consenso para la próxima fecha para iniciar los aumentos, lo que alentaría mayor incertidumbre y elevaría la volatilidad mundial, al menos en el corto plazo.

La crisis migratoria que se está viviendo y que apenas inicia posiblemente no haga más que agregar incertidumbre acerca del futuro, ya que como gesto humanitario las naciones europeas han aceptado recibir cierta cuota de inmigrantes, aunque no se han planteado la pregunta obvia: y luego, ¿qué hacemos con ellos? Resulta obvio que muchos van a demandar empleo y presionarán a la baja los salarios, por lo menos en las ocupaciones de menor productividad, lo que tendería a desplazar a algunos ciudadanos europeos que actualmente ocupan algunas de esas plazas, agudizando el problema de las elevadas tasas de desempleo. Las finanzas públicas se verían muy presionadas, para ofrecer toda una serie de servicios que demandarán los recién llegados, empezando por su alimentación y siguiendo por servicios de salud, educación, capacitación, vivienda y todo lo que sigue en la lista.

Dado que el inicio de la crisis europea lo marcó un exceso de gasto en muchas economías, déficit y endeudamiento, no hay para dónde hacerse en esto de la atención a los inmigrantes, aunque la decisión ya está tomada, e insistimos, es de aplaudirse. Es poco probable que este evento aumente el potencial de crecimiento de las economías, por lo que de no encontrar alguna medida que dinamice la actividad económica e impacte positivamente el empleo, se puede prever un largo periodo de estancamiento, aunque sólo en casos extremos podría llevar a una nueva recesión.

En nuestro país las cosas no se ven radicalmente diferentes, aunque muchos populistas ya andan elevando la voz, primero para que se ajuste la reforma fiscal, para reducir el IVA en la fronteras, mantener el gasto social y últimamente hay quienes claman por abrir la frontera y aceptar a algunos de los migrantes que buscan refugio. Al parecer no ven hacia la frontera sur del país y lo que pasa en Centroamérica, o si lo ven, no le encuentran significado alguno.

Del otro lado de la mesa siguen sin aparecerse las ideas para presentar un presupuesto austero, que recorte lo superfluo y eleve el gasto verdaderamente productivo. Ahora la amenaza es la intención de captar recursos para infraestructura educativa, aunque poco han pensado acerca del rendimiento de esa inversión y qué o quién la garantizaría, aunque casi cualquiera puede adivinar que será el gobierno quien se eche la soga al cuello. Sin llevar las cosas al extremo, poco se ha pensado en abrir verdaderamente la puerta para la inversión externa en infraestructura. Insistimos en que no hay que irse al extremo, porque el caso de China es muy reciente y hay que aprender muy bien la lección, que posiblemente muchos no han terminado de verla. Sin tocar recursos que puedan asignarse a otros programas internos, la inversión extranjera podría ser el impulso que necesita la economía en este momento y no estamos hablando del sector energía.

mrodarte@eleconomista.com.mx

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