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Fiebre de la Independencia (Final)
Próximo a morir, el Canónigo Cepeda Silva, de nombre Onésimo, siente arrepentimiento por haber tomado parte en las juntas conspirativas contra la Corona Española en la casa del Corregidor de Querétaro don Miguel Domínguez, cuya esposa doña Josefa, era la animadora más ferviente de la rebelión de la que forman parte el Cura de Dolores don Miguel Hidalgo y Costilla; los capitanes del Regimiento de la Reina, Ignacio Allende y Juan Aldama, así como los personajes de ficción ibargüengoitiana el Capitán Arias -quien para el segundo acto se llamará Genaro- y el civil Epigmenio González, quien ya no volverá a salir porque no tengo presupuesto para tantos actores. El contrito Canónigo pide al Padre Gil lo confiese delante de dos testigos. Uno de éstos es Arias. Cepeda Silva detalla en donde se celebran las reuniones, así como la intención de abrir las hostilidades el 1 de octubre del año de los sucesos (1810).
Una vez que don Onésimo confiesa, su médico de cabecera el cual en la invención del guanajuatense no tiene nombre y aquí tampoco, pues no están los tiempos como para derrochar en nombres propios, le hace ver que su mal tiene remedio y éste consiste en tener ayuntamiento con una hembra. El Canónigo Cepeda aceptó con tres condiciones. Primera: discreción absoluta. Segunda: Que por ningún motivo lo sepa su Excelencia el Obispo Rivera y Queipo de por sí no lo tengo muy contento por no cumplir con los votos de pobreza, no quiero que sepa que también rompí mis votos de castidad. Cuarto: ¡Qué tenga unas chichotas!
Segundo Acto
En la casa del Corregidor, están Hidalgo, Allende y Aldama, alias El Rey del Albur. Juegan a Dígalo con Mímica.
CORREGIDOR.- Artículo, ¿la, los, el? (Hidalgo indica afirmativo)
ALLENDE.- El... (Hidalgo indica que sí) El jinete sin cabeza. (Hidalgo indica que no)
ALDAMA.- El pelón metiche. (Hidalgo indica que no) El pelón con suelas. (Hidalgo hace seña de que no y vuelve a tocarse la cabeza) Bésame mucho...
Hidalgo hace señas de que lo golpean, lo martirizan, sufre.
CORREGIDOR.- Sacrificio... (Hidalgo hace señas que por ahí va) Sufrimiento... (Hidalgo indica que está cerca) ¡Martirio!
Hidalgo a señas dice que casi está. Sólo hay que usar un artículo.
ALLENDE.- El mártir... (Hidalgo dice que sí. Acto seguido se soba la calva) ¡El Mártir del Calvario!
Todos lo celebran. Entra doña Josefa con cara de circunstancias.
DOÑA JOSEFA.- (Habla como fresa) Uno de mis guarros acaba de llegar y me dijo que moribundo el Canónigo Cepeda ha pedido confesarse delante de testigos. ¡Qué mal pedo, goeyes!
CORREGIDOR.- ¡Recórcholis! Eso significa que hizo alguna denuncia.
ALLENDE.- ¿Qué tal si lo que denunció fue nuestro levantamiento?
HIDALGO.- Conste que se los advertí. A mi los curas me dan mala espina con sus votos de castidad y de obediencia.
DOÑA JOSEFA.- ¡Don Miguel, usted es cura!
HIDALGO.- Pero yo no ejerzo esas zarandajas.
CORREGIDOR.- Me preocupa mucho que el Canónigo haya dicho en donde hacemos nuestras juntas.
HIDALGO.- Por eso yo sugerí que sería mejor hacer las juntas en Guanajuato, ahí no corríamos ningún peligro porque el intendente Riaño es mi amigo.
CORREGIDOR.- Se equivoca señor cura. Por lo visto usted no ha leído que el intendente no tiene amigos.
DOÑA JOSEFA.- ¡Ay Miguel sí serás pendejo goey! No es el intendente el que no tiene amigos. Es el Presidente el que no tiene amigos.
ALLENDE.- Eso es cierto: El Presidente no tiene amigos. Tiene tíos.
ALDAMA.- Ahí me dicen el día que sea la insurrección. Debo irme...
DOÑA JOSEFA.- Pero capitán, ¿cómo se va ahora que va a empezar la tertulia y voy a declamar bien chido? (Hace ademanes decimonónicos) Que somos libres/ la ley pronuncia/ y todo anuncia/ felicidad.
HIDALGO.- Bueno me voy porque tengo que viajar hasta Dolores.
ALLENDE.- Yo voy a San Miguel el Grande...
ALDAMA.- Si vas a San Miguel el Grande, yo te doy un empujón.
Inician mutis. Oscuro. Luz sobre una calle donde se encuentran el Capitán Arias y el Alcalde Ochoa.
ARIAS.- Claro que para mí no fue sorpresa. Yo he estado yendo a las juntas. Sólo para ver que oigo. Yo soy fiel a su majestad.
OCHOA.- Muy bien capitán Arias...
ARIAS.- Para usted soy Genaro... (Con los dedos pulgares de ambas manos y con los índices hace un encuadre cinematográfico. De ahora en adelante todo lo verá así).
OCHOA.- Vamos a casa del Corregidor.
Oscuro. Luz en la puerta de la casa del Corregidor. Éste abre la puerta y no puede dejar de mostrar su nerviosismo. El capitán Genaro Arias sigue con sus dedos en pose cinematográfica.
CORREGIDOR.- Señor Alcalde Ochoa, capitán Arias, pasen. ¿Qué los trajo por aquí?
Por ahí anda doña Josefa, también nerviosa.
ARIAS.- Un carruaje.
OCHOA.- Estamos aquí por lo que supimos de boja del Canónigo Cepeda.
DOÑA JOSEFA.- Supe que estaba moribundo. ¿Murió?
ARIAS.- No, algo sucedió que el señor Canónigo sólo quiere estar en su lecho refocilándose a una damisela de amplios pectorales.
OCHOA.- El nos dijo que en esta casa se celebran las juntas de conspiración contra la Corona Española.
DOÑA JOSEFA.- ¡Qué mal pex! Ave María Purísima, goeyes... Doña Josefa va hacia adentro de la casa.
NARRADOR.- Señoras y señores, querido público, en estos momentos nos avisan que queda muy poco espacio para contar la aventura completa. Baste saber que doña Josefa, a través de una clave consistente en dar tres golpes en el piso, se comunicó con su vecino el alcalde de la cárcel y éste lo hizo con Hidalgo y Allende, quienes se levantaron en armas.
El capitán Arias, siempre con sus dedos semejando un lente cinematográfico ha estado del lado insurgente y del lado realista. Así han pasado los meses. En diciembre en Guadalajara don Miguel Hidalgo se sube en un ladrillo y se marea, pues se autonombra Generalísimo de todos los Ejércitos Insurgentes, lo que le cae en la punta del caracol a Ignacio Allende. El 17 de enero los Insurgentes son goleados por los realistas al mando de Félix María Calleja en la Batalla del Puente de Calderón.
A estas alturas, dicen los que los conocieron que don Miguel Hidalgo y don Ignacio Allende eran como perros de carnicería: todo el día gruñendo, pero todo el día juntos. A la jauría se les unieron Aldama y Jiménez. Decidieron ir al norte para unirse a la Caravana por la Paz y la Dignidad del poeta Javier Sicilia. No llegaron muy lejos, fueron capturados por las tropas del realista Elizondo al que se unió Genaro Arias y sus manos cinematográficas en Acatita de Baján. Tras ser fusilados, sus cabezas fueron colgadas de las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas.
Epílogo
Doscientos años después Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez deciden salir de la Torre de la Independencia, hogar del Ángel -de cualidades pectorales dignas de la admiración del señor Canónigo Silva- y mausoleo de los ilustres padres de la patria. Su afán de abandonar su reposo es conocer la Estela de Luz de la que han oído hablar en el más allá. Apenas han enfilado unos cuantos pasos por Paseo de la Reforma, son detenidos por una patrulla de la Policía Federal al mando de Genaro García Arias, tataranieto del capitán Arias. ¿Adónde van, culeros? ¿Son del #132? ¿Votaron por El Peje? ¿Por qué andan disfrazados si falta mucho para el Halloween? Vamos a llevarlos a Tres Marías para investigarlos.
Aldama, Allende y Jiménez suben a la patrulla. Abajo sólo quedan Hidalgo y García Arias. Abusado -ordena el jefe policíaco- cuidadito y se te ocurre decirnos dónde está El Chapo Guzmán .