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Opinión

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El festejo perfecto

La celebración no es hoy, es mañana. Y no se trata de recordar a un muerto ni de agasajar a un vivo. Nos incluye a todos. A nosotros y a los otros. Los que se fueron, los que se quedaron, quienes jamás se han ido de aquí, los que están a punto de llegar, los que sólo los imaginamos y hasta los que no conoceremos nunca. Una fiesta sin desperfectos, lector querido: el Día Internacional del Libro

La idea de dedicar un día al libro y celebrarlo en el mundo entero fue una propuesta de la Unión Internacional de Editores de España. La iniciativa fue presentada por el gobierno español a la UNESCO en 1995, en su 28ª reunión. La Conferencia General de este organismo aprobó por unanimidad la idea y aceptó declarar el 23 de abril de cada año como el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor. El origen fue magnífico: algún observador de almanaques y calendarios se dio cuenta de que el mismo día del mismo año, el 23 de abril de 1616, habían muerto dos de los más grandes literatos de Occidente: Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Después, se unió a la lista el fallecimiento del Inca Garcilaso de la Vega, la fecha del nacimiento de Vladimir Nabokov en 1889 y, ya del siglo pasado, la muerte de Alejo Carpentier en 1980 y la del escritor español Joseph Pla, el 23 de abril del año siguiente. Ya eran demasiadas coincidencias para un mismo día y la UNESCO aceptó por ser una maravillosa forma de reconocer a los autores que, saltando la barrera de idiomas y naciones, reunieron sus talentos en páginas escritas. La fecha y la fiesta se convirtieron en simbólicas y significativas. No sólo para la literatura universal, también para impresores, bibliotecarios, autores, editores y lectores. (Si tanta pasión libresca y bibliográfica le agobia y necesita otros datos para celebrar la fiesta, sepa que el 23 de abril también se celebra San Jorge, héroe legendario que mató al dragón para salvar a la rosa roja de Inglaterra, lo que muy bien puede explica el Día del Libro y la Rosa, por ejemplo).

Todo fuera como eso y tan puramente institucional, pero con el libro nada es así. Los libros nos dan consejos que no se atreverían a darnos nuestros amigos, como dijo Numa Pompilio, y el hallazgo afortunado de un buen libro puede cambiar el destino de un alma. Las bondades que se han dicho sobre ellos son todas ciertas y cada quien opina sobre los libros de manera diferente: “para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro”, consideraba Emily Dickinson; para Bioy Casares los libros eran  los responsables de su gusto por la vida; Benjamín Franklin dijo que eran la única riqueza posible; para Emerson, construían la fortuna de los hombres; para Mao Tse Tung, el libro era un objeto peligroso y para los sabios árabes, un jardín que se lleva en el bolsillo.

Por si todavía no está encantado con el protagonista de la fiesta, el libro como objeto también es bello en sí. Su historia, también gloriosa, porque primero fue de piedra, luego de madera, guardó palabras y versos en la corteza de un árbol, dijo oraciones sobre tablas de bambú y desplegó increíbles pensamientos sobre la seda. Todo ello mientras emprendía su recorrido hacia el papel. Y fue así como libros, escritores, editores, impresores y lectores entretejieron su historia, vistiéndose de mil formas y celebrando mil fiestas de cumpleaños

No se trata de leer muchos libros, como escribió Séneca el filósofo, lector querido, basta con leer los buenos. Aunque muchas veces el mero hecho de pensar en leer un libro asuste y muchos hayan tomado el hecho de negarse a leer como una suerte de manifiesto. Una forma de perder el tiempo. Aburrido. Como tomar un somnífero para el insomnio o ponerse un sombrero, que sólo sirve para presumir y calentar la cabeza. Son los que suponen a la lectura como una suerte de superioridad cuya característica fundamental es marcar una diferencia entre los que leen y los que no. Sin embargo, se equivocan: leer no necesariamente te vuelve una mejor persona. No sólo significa acumular libros o información polvorienta. Leer es a la inteligencia lo que el ejercicio al cuerpo. Mediante ella nos hacemos contemporáneos de todos los hombres y ciudadanos de todos los países, nos regala mirar lo nunca visto, oculta lo que no queremos ver, va curándonos del tedio, desapareciendo la tristeza y nos permite ir al encuentro de algo que está a punto de ser y nadie sabe qué será.

No se pierda la celebración que todos vamos a ir. Haremos un homenaje mundial e invitaremos a quienes no se animan, a compartir el placer de los libros y la lectura. No se agobie si tiene otros planes, apenas probará convertirse en lector o no divisa un libro cerca. Tenga la seguridad de que –como escribió André Gide–   la vida es tan afortunada que, como final de fiesta, libros y personas se encuentran.

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