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Por un 2026 más crítico y respetuoso…
Marisol Ochoa | Columna invitada
Termina el 2025. Un año que ha visto pasar guerras, hambrunas, liderazgos políticos y económicos más preocupados por imponer su voluntad, incapaces de asumir responsabilidades y acuerdos que dignifiquen el valor de la vida, las creencias, las preferencias y amplíen los espacios de libertad de expresión. A su vez, este año ha dado continuidad a la potencialización de la violencia y procesos de exclusión en todas sus formas: tráfico de sustancias ilegales, armas, destrucción del medio ambiente, aumento de los niveles de corrupción, procesos migratorios crueles e inhumanos, feminicidios, desapariciones y criminalidad. Sí, este es un año que nos desvela que los procesos históricos de sociabilidad y los modelos económicos y políticos que rigen nuestros medios de convivencia y comunicación están potencializando la crueldad, la apatía y una gran desolación, donde lo que importa es producir, obtener ganancias a corto plazo, responder a las crisis en la inmediatez y procurar nuestro bienestar, sin importar lo que ocurra con el resto, privilegiando la cultura del “yo” sobre la del “nosotros”.
Sí, este año nos evidencia que la solidaridad y la apuesta por el fortalecimiento comunitario se desvanece con el paso del tiempo, lo cual implica que nos detengamos un momento y tomemos un respiro para tratar de comprender qué nos ha pasado y hacia dónde vamos. Detener el tiempo, desconectarnos de las redes sociales, dejar de informar por unos minutos y contemplar. Hace unas semanas, Byung-Chul Han, filósofo coreano, radicado en Alemania, recibía el premio Princesa de Asturias a la Comunicación y las Humanidades por sus reflexiones críticas e incómodas a la sociedad contemporánea, donde la radiografía de los últimos años no hace más que comprobar cómo nuestra sociedad se ha vuelto una sociedad del autorendimiento y la autoexploración, que ha perdido el sentido de la vida interior y se ha volcado a un proceso de exacerbación de consumo desmedido, cosificando toda posibilidad de convivencia para crear una comunidad más solidaria y humana.
Este nuevo modelo de convivencia, que se desarrolla en la globalización y que se potencializa en la era digital, ha logrado transformar las formas de convivencia social en todas sus formas, vulnerando principalmente la capacidad de tomar distancia, procurar nuestro espacio privado, pensar y discernir. Nuestra actualidad nos muestra todos los días este debilitamiento crónico, en donde nuestras capacidades para organizarnos, protegernos, crear y conservar nuestro entorno y medios de convivencia se precariza, responde a la emergencia en una desmesurada aceleración sin criterio y cuestionamiento y, lo que es peor, que nos produce una apatía y falta de atención desmesurada.
Byung-Chul Han nos recuerda algo sumamente importante: nuestras sociedades han perdido el respeto. El respeto es la capacidad de cuidar y procurar la distancia entre nosotros, que es el único camino para reconocernos en nuestras diferencias. Nuestras democracias han perdido el respeto, esta capacidad para mirar de nuevo, para escuchar y asumir la heterogeneidad que hace que nuestra sociedad pueda escucharse, pensar y dialogar. Sin respeto, no existe capacidad para lo público, ya que todo se vuelve un espectáculo cruel, vulgar y descortés. Hoy la falta de respeto implica que la agresividad, la indiscreción y la humillación —el shitstorm en la comunicación digital— se vuelvan atributos que exhiben el poder y formas mediante las cuales se puede ascender a tenerlo, sin dar cuenta de que estas formas de convivencia social solo fortalecen los procesos de autoexploración, autodestrucción, deshumanización, soledad y aislamiento.
Uno de los síntomas más graves de esta precarización la podemos observar en las formas de indignación a nivel mundial, que se han enfocado más en aglutinar la atención que en producir discursos en el espacio público que deriven en agendas y acciones constantes y firmes. Así, la indignación no debe recaer solo en la rebeldía, la histeria o la obstinación, como lo menciona Han en su ensayo En el enjambre, sino en la comunicación discreta, clara y con una vital identificación con la comunidad, donde no exista un “yo”, sino un “nosotros” que evidencie la procuración del cuidado responsable y comunitario. Así, cuando las cosas verdaderamente nos indignen, nos produzcan cólera, ya que no es la preocupación de unos cuantos ni la de un “yo” en singular, es la del conjunto de una sociedad que puede desarrollar la capacidad de interrumpir el estado de las cosas y promover que surjan posibilidades donde no las hay. No se trata de la catarsis, sino de la capacidad de hacer de la cólera un recurso de acción colectiva que permita tomar distancia y obrar un discurso en el espacio público que dignifique el dolor y promueva un “no más” en todas sus formas.