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Un sinvergüenza encantador
El regreso de James Levine a la batuta fue lo más notable de la estupenda nueva producción del MET.
Muy acorde con esta temporada, el Met ofrece la ópera Falstaff, hilarante comedia de Verdi con la que el recinto neoyorquino concluye con gran colorido, humor, buena música y escenas chuscas el año del bicentenario del nacimiento del compositor italiano. Se trata de la historia de un libertino simpático, desvergonzado, quien ama tanto la comida y la bebida como a las mujeres, y al que un grupo de damas mete en cintura, lo cual es una proeza dadas las dimensiones del personaje.
Pero la puesta en escena del Met, transmitida al Auditorio Nacional este sábado 14 de diciembre, depara al espectador varias otras sorpresas. En primerísimo lugar está el retorno a los escenarios del Lincoln Center de Nueva York del maestro James Levine, después del accidente que sufriera en el 2011 y que lo dejara al margen de la dirección de la orquesta del Met (una de la mejores del mundo, en gran parte gracias al empeño de Levine).
Y ahí estaba sonriente, con su cabellera gris alborotada, este gran músico, agradeciendo los cálidos aplausos del público en un peculiar podio que le fue diseñado especialmente y que consiste en una silla de ruedas que se elevaba por encima de los músicos. Y por supuesto, no nos decepcionó: la excelente música de Verdi fluyó tersa, precisa, bien dirigida.
La segunda buena noticia fue que esta puesta en escena es una nueva producción a la que se lanza el Met luego de medio siglo de no haber hecho cambios. Por ello, aunque el libreto original de Arrigo Boito (basado en Las alegres comadres de Windsor y en fragmentos de Enrique IV, de Shakespeare) sitúa la acción dramática en Windsor durante el reinado de Enrique IV, a principios del siglo XV, en esta puesta los hechos ocurren en la Inglaterra de los años 50 del siglo XX.
Otra sorpresa es que la dirección le fue encargada al canadiense Robert Carsen, quien venía precedido de una gran fama, producto de que esta misma obra fue representada el año pasado en el Royal Opera House de Londres, de la cual se contaron maravillas.
ESTUPENDO ELENCO
Otra noticia agradable fue el estupendo elenco, un equipo de gran calibre (y peso) encabezado por el mejor Falstaff de los últimos tiempos (tiene en su haber 200 actuaciones de dicho personaje). Nos referimos al barítono italiano Ambrogio Maestri, un cantante a la italiana para quien el personaje hedonista y echado para adelante parece haber sido diseñado a la medida.
Maestri, aparte de ser un excelente cantante, es un gourmet consumado que disfruta de la cocina en el restaurante de su propiedad en Italia. A propósito de este carácter hedonista, la ópera abre con una escena en la que Falstaff hace el recuento de lo que ha consumido la noche anterior junto con sus dos secuaces: seis pollos, 30 jarras de jerez, tres pavos, dos faisanes, una anchoa
Escuchamos también, entre otros, a la soprano Angela Meade (como Alice Ford), a la excelente mezzosoprano Jennifer Johnson Cano (Meg Page), a la soprano Lisette Oropesa (Nannetta, gran actuación y una voz brillante) y a la magnífica mezzosoprano Stephanie Blythe (Mrs. Quickly).
Muy agradables (aunque desiguales en la actuación y en la voz) fueron los personajes de Paolo Fanale (Fenton), Franco Vassallo (Ford, enfundado en un ridículo traje de vaquero), Carlo Bosi (Dr. Caius), Keith Jameson (Bardolph) y Christian van Horn (Pistol).
Pero definitivamente, al final, Ambrogio Maestri (potente voz, bien colocada, gran actuación) se llevó el mayor caudal de aplausos y vivas de un público neoyorquino que no dejaba de manifestar su aprobación por la puesta en escena que acababa de ver: la gente en todos los niveles del Met se mantuvo varios minutos puesta de pie aplaudiendo a la que es una de las mejores óperas de este año.
Otro gran participante de esta obra que contribuyó a que fuera muy atractiva fue el vestuario, a cargo de Brigitte Reiffenstuel, unos trajes vistosos, coloridos, bien concebidos. También la escenografía, a cargo de Paul Steinberg, estuvo a la altura, y la escena en el bosque para castigar a Falstaff fue el punto culminante de la obra. Porque no sólo fue la concepción dramática, que da un vuelco a lo que se venía presentando (abundancia de escenas interiores), sino por el ambiente lóbrego, fantástico, lleno de brujas, duendes... En fin, una obra redonda, bien montada.
ricardo.pacheco@eleconomista.mx