Lectura 3:00 min
Un entramado ?de pelo y sudor
La novela ganadora del Premio Herralde describe a manera de juego de tenis un encuentro entre Caravaggio y Quevedo.
Muerte súbita es una novela fuera de serie, magnífica. Nos gana, sin duda, pero no por muerte súbita, esa extensión de los partidos de tenis que sucede cuando los rivales son equivalentes. No, nos gana con clara superioridad, pero quizá no tanto por lo que cree o intenta Álvaro Enrigue, el autor mexicano, sino por otras cosas.
La novela ganadora del Premio Herralde recibe su nombre por el partido de tenis que juegan dos fascinantes personajes sí, es apenas el segundo y ya llevo dos calificativos que ponen la vara demasiado alto, pero es que son el pintor italiano Caravaggio y el poeta español Francisco de Quevedo, no hay otra forma de escribirlo.
Estos dos artistas se enfrascan en una partida de algo que nada tiene que ver con lo que actualmente hacen Nadal o Murray, es un misterioso juego con una buchaca, donde el árbitro grita tenez de vez en cuando, algo donde no tienen recogebolas ni piden tres pelotas para descartar una, pero que si lo hicieran recibirían unos amasijos de pelo humano con algunas otras cosas.
Así es como se hacían antes las pelotas de tenis o tenez y, según nos cuenta Enrigue, la cabellera de Ana Bolena, la reina a la que Enrique VIII de Inglaterra decapitó, tuvo ese destino: la manufactura de tres pelotas.
Así, la historia de las pelotas de Ana Bolena tiene también una parte en la novela.
Pero el cabello humano se usaba para más cosas que pelotas y pelucas. Otra parte de la historia sucede en América y tiene que ver con un escapulario que la Malinche le hizo con su propio pelo a Cortez.
Y el propio Enrigue, en su indagación sobre estos artefactos y los seres humanos que los rodean, es también un personaje, aunque muy menor.
UN JUEGO PELIGROSO
Caravaggio y Quevedo no están jugando por placer, sino como una forma de lavar un agravio que, aunque desconocemos, ha de ser grave. Es un duelo, en realidad. Un duelo entre dos personajes que hasta la fecha son reconocidos no sólo por sus descomunales talentos artísticos (sí, regreso a los adjetivos grandilocuentes), también por sus excesos, parrandas y habilidad para el pleito.
Y un pleito es, justamente, lo que parece el tenis de aquel entonces. Y más si el honor está en juego.
Sin embargo, hay que admitir que si Enrigue hubiera dejado solos a Quevedo y Caravaggio también nos hubiera ganado, pero en muerte súbita. Su historia no llega a ser tan interesante como las del escapulario y las pelotas, con las que en realidad hace sus saques as, con lo que nos deja en seis cero o seis uno.
Por cierto, si las primeras dos páginas le resultan un poco pesadas, espere a llegar a la tercera, de ahí en adelante sólo verá pasar la pelota y, quizá, podrá contestar un par de veces.
manuel.lino@eleconomista.mx