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Arte e Ideas

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Tormenta de mierda, ?o la antihistoria de Chile

Me dio por releer a Bolaño. Algo hay en el aire que?lo obliga a uno hacerle caso a sus advertencias.

Cuentan los anecdotarios de la editorial Anagrama que Jorge Herralde primero y Juan Villoro después fueron los que convencieron a Roberto Bolaño de cambiarle el título a su novela de 1999, Nocturno de Chile. Dicen que Bolaño, con ese dejo casi perezoso de su parte, con esas ganas adolescentes por lo iconoclasta había titulado al manuscrito como Tormenta de mierda.

Cacariano, fecalesco, el título original, me parece, le quedaba mejor a esta novela que parece más bien un poema narrativo. Conoce mejor a su auditorio el editor que el autor, supongo, y quizá a Herralde no le faltaba razón y hoy la extormenta de mierda, el Nocturno de Chile, es una de las novelas más leídas de Bolaño. El cambio de título también demostró que Bolaño estaba en lo correcto:?el mundo está habitado por hipócritas.

Nocturno de Chile es algo así como un reverso de la historia oficial del siglo XX chileno. Es la antihistoria chilena, el bies de la historia chilena. Eligieron a Allende, el gobierno socialista fue inestable y un día, el Ejército, que tan sólo el fin de semana anterior le había jurado lealtad a Allende, bombardeó la sede del gobierno chileno. Allende muerto, gobernó Augusto Pinochet, que trató de sacar el socialismo con sangre y autoritarismo disfrazado de capitalismo.

Lo que la hipocresía se obstina en esconder (será por salud mental) es la complicidad del propio pueblo chileno con su desgracia... de cierto sector del pueblo chileno. Mejor: de la clase intelectual chilena.

En Estrella distante, la novela inmediata anterior a Nocturno, Bolaño pone el dedo en una llaga dolorosa: el arte, la poesía, no vacunan contra la sevicia. El arte también puede usarse contra la vida, como un misil. Carlos Wieder, el poeta con unos ojos detrás de los ojos , es también un torturador, sádico que toma fotos de sus víctimas desmembradas y las hace pasar como el arte más elevado.

Ese amancebamiento entre ambos clanes (los militares y los escribanos) no es explorado en su totalidad en Estrella distante. Por eso Bolaño necesitó escribir Nocturno casi de inmediato. Y se lee como eso: una obra de urgencia, escrita en un trance febril.

Trance febril como el del protagonista de la novela, el cura Sebastián Urrutia Lacroix, conocido también por su nombre de pluma, H. Ibacache. El cura Ibacache, como lo conoce todo el corrillo cultural chileno, es crítico literario de cierto vuelo, cronista y miembro de la cofradía cerrada que es la intelligentsia local.

Urrutia Lacroix está a punto de morir, así lo ve venir. Al pie de su cama, un espectro, un joven poeta envejecido , viene a arrancarle de la piel todos sus pecados.

La novela corre como un río de conciencia (un stream of consciousness a la William Faulkner, con la salvedad de que Bolaño es más inteligible y tiene mayor habilidad para los chistes), sin puntos y aparte, como un poema o como la ecolalia de un loco.

Nocturno de Chile cuenta episodios de la vida del cura Ibacache: su visita al mundo de Farewell, el gran maestro de la crítica literaria, una especie de Monsiváis chileno; su viaje a Europa como investigador de las técnicas de conservación de las iglesias antiguas; su labor educativa como maestro de marxismo de Pinochet y la junta militar en pleno y finalmente, el episodio más escandaloso de todos, las fiestas de la escritora María Canales en una mansión de un barrio alto que esconde el horror en el sótano.

La pedantería de los intelectuales, tan similar al autoritarismo que se le ve venir al país; los halcones que cazan palomas para proteger iglesias en Europa ilustra la persecución militar de los disidentes políticos, su destrucción salvaje para proteger una supuesta paz social (la paz de los sepulcros); los señores Oido y Odeim ( odio y miedo escritos al revés) que se presentan para hacer la vida de Ibacache cada vez más inmoral. La casa de Farewell representa lo que Nicanor Parra llamó el paraíso del tonto solemne: una casa libresca, pedante.

El episodio final de la novela, el de las fiestas de María Canales, es el más revelador.

Todos los escritores del momento iban a las alegres fiestas de María Canales. Todos elogiaban lo buena anfitriona que era la también escritora (aunque a sus espaldas se burlaran de sus cuentos), todos conocían a su esposo gringo, sonriente y enigmático. Un día un invitado se pierde en su laberíntica mansión y encuentra una habitación aislada con un hombre desnudo, deformado por los golpes, duerme o está desmayado o está agonizando. El rumor fue pasando de boca en boca, que en casa de Canales algo pasaba, que su marido raro torturaba presos políticos, que ahí olía a muerte. Pero no dejaron de ir a las fiestas, de beber en la bonita mansión de Canales, tan buena anfitriona.

Ibacache, tan culto, tan amante de la poesía, es uno de esos que no se alejaron de la casa de Canales. Ibacache se horroriza cuando se encuentra con María Canales, una vez que la verdad sobre su casa se ha desvelado públicamente, y a ella lo único que le importa es hacer despegar su carrera literaria. Es una burla acre de Bolaño a la idea del arte por el arte.

Bolaño, cuya presencia quizá sea la del joven poeta envejecido que acecha al cura, es sólo un avisador del fuego, no un juez. El horror existe , parece decirnos, detrás de los tapices, detrás de la belleza del arte y de la calma opaca de la decencia . La hipocresía anda libre. Que se desate la tormenta de mierda.

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