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Arte e Ideas

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La risa

El mexicano se ríe de sus tragedias para sobrevivir entre tanta miseria.

La gracia de la desgracia es el humor negro. Y de éste se deriva la más inteligente de las risas, aquella que, ante una situación insoportable, descubre su cara absurda para reírse, aligerar la tensión y que el mundo vuelva a ser vivible.

Se dice y, se dice bien, que la risa es curativa, que sana como en antaño los ensalmadores curaban a los enfermos mediante salmos. En otras palabras: dichos enfermos igual morían, pero sanos, o, en el caso de la risa, riéndose, que siempre será mejor que morirse triste, asustado o aterrado de lo que le tocará en el sorteo: el cielo o el infierno, la nada o reencarnar en una cucaracha, perro, jirafa, mariposa o monje tibetano.

Pienso en el infierno y me pregunto: ¿cuál de los círculos dantescos sería el más temible para, por ejemplo, Jonathan Swift, Arthur Schopenhauer, Thomas de Quincey, Villier de L’Isle-Adam, Friedrich Nietzsche, Saki, Franz Kafka, Emil Cioran, Rafael Bernal y Jorge Ibargüengoitia, mis autores favoritos en eso de encontrar los puntos más débiles y risibles a las cuestiones más dolorosas?

La respuesta, sin embargo, es obvia, poco graciosa y ajena al novenario infernal de Dante: un cielo o un infierno -para cuestiones prácticas significan lo mismo, aunque sean conceptos contrarios- en el que los comediantes , hay que llamarlos de alguna manera, son aquellos que se apropian de esa receta llamada humor blanco, tipo el que hacía Roberto Gómez Bolaños, autonombrado Chespirito como diminutivo de Shakespeare, o el de Viruta y Capulina, o el de Chabelo, en el que el humorista , mediante fórmulas o gags repetidos más allá de lo patético, trata al público como, o bien menor de edad, pues de niño la mínima gracia detona risa; o bien como retrasado mental: si a un adulto poco educado se le trata como infante, a la larga se acabará comportando de manera infantil.

Pero el humor blanco no es, por mucho, el peor de los humores. El verdaderamente siniestro, pornográfico, es el humor procaz que, paradojas de la vida, llena de morbo, con su consabida fealdad y vileza, lo que toca, y suele diseminar su semilla, su verdad cruda y descarnada, en la mayor parte de la población (léase: vulgo).

¿Que qué tipo de humor es éste?

¿Usted ha visto u oído a Polo Polo, o a ese programa de televisión que se llama Miembros al aire o algo así, o escuchado los chistes verdes o léperos que suele contar el simpático de la fiesta? Pues ahí está, de manera implícita, la respuesta.

Y tal humor es desagradable no porque su tema constate sea el sexo, o los genitales, o que delate conductas reprimidas, sino porque, lejos de ser inteligente, se vale de los prejuicios del hombre y la mujer, de su fisiología, anatomía y gustos, para, por medio de una literalidad llana y hostil, pretender la carcajada al mostrar la parte más animal del género humano.

Cosa distinta, por ejemplo, del mexicanismo albur, que si bien en el fondo también apela a la sexualidad mal entendida, su forma, sus juegos de palabras, su doble sentido, requieren agilidad mental e imaginación tanto del alburero o albureros como de quienes los escuchan.

A partir de aquí, no obstante, los provocadores de risa se mueven en planos ascendentes, en cuanto a la inteligencia, para hacer más llevaderos los malos tiempos, a la vez que desacralizan tal o cual circunstancia y, en tanto producen gozo, también critican con afanes de cambio alguna realidad difícil y, en apariencia, insalvable. Las estaciones de tal camino llevan los nombres de caricatura, parodia, greguería, microrrelato, sátira, comedia y, en los tiempos recientes, meme.

Por eso el mexicano se suele reír de sus tragedias, porque el humor, sea el que fuere, le permite enfrentar y obtener un poco de gozo ante el desamparo, desdicha, miseria y diversos males que lo aquejan en su vida cotidiana.

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