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La lucha por el poder
La historia sobre la coronación de la reina Isabel II no involucra un mundo fantástico lleno de muerte y guerras a capa y espada como en Game of Thrones; contiene intrigas y luchas por el poder, pero son menos aparatosas.
La historia sobre la coronación de la reina Isabel II no involucra un mundo fantástico lleno de muerte y guerras a capa y espada como en Game of Thrones; contiene intrigas y luchas por el poder, pero son menos aparatosas.
The Crown, la nueva serie de Netflix que costó 100 millones de libras, es una buena serie, pero resulta pertinente preguntar por qué consigue trascender fronteras y captar la atención de un público que está lejos de vivir en una monarquía. The Crown va más allá de lo telenovelesco.
La serie de 10 capítulos creada por Peter Morgan (guionista de la ganadora del ?Óscar, The Queen) es un drama histórico bien construido que da cuenta del ascenso de la reina Isabel II al trono de Inglaterra en medio de un país en crisis de posguerra, que se cuestiona si la monarquía tiene sentido.
En medio de ese contexto, la reina Isabel (Claire Foy) debe aprender de manera prematura lo que significa ser monarca en una época donde su figura resulta hasta cierto punto anacrónica y carente de sentido, aunque por momentos resulta ornamental, un lujo que la Inglaterra de la época no podía darse.
La historia comienza con el rey Jorge VI (Jared Harris) tosiendo y un poco de sangre sale de su boca, poco tiempo antes de una ceremonia donde el príncipe Felipe de Grecia (Matt Smith) está renunciando a sus títulos nobiliarios y a su apellido para convertirse en el duque de Edimburgo, el prometido de la princesa Isabel.
En ese momento, el rey no sabe que sus días están contados y que será su hija quien deberá llevar la difícil carga de la corona inglesa; sin embargo, Isabel ama a su marido y desea vivir la plenitud del amor, pero se verá obligada a hacer sacrificios para cumplir su deber. Y ni se diga de Felipe, quien se convertirá poco a poco en la sombra de Isabel. Por cierto, la familia de Felipe salió huyendo de Grecia; fue derrocada y estuvieron a punto de morir.
Y entonces viene la pregunta: ¿cuál es el deber del monarca? Porque prácticamente el rey no puede tener injerencia en nada, resulta ser una especie de gerente. Pero la abuela de Isabel, la reina madre (Eileen Atkins), define el deber de los monarcas y todos parecemos estar en paz (si decidimos comprar su discurso), disfrutamos sin culpa del drama de Isabel y su esposo, y de las intrigas de la corte y de los poderes fácticos, en una lucha en la que el poder y no el bienestar del pueblo es el objetivo. Aunque encontraremos a gente valiosa, tanto en la corte como en el gobierno, como el primer ministro Winston Churchill (John Lithgow), quien desea preparar a la reina para que sirva a su pueblo.
Si no fuera por la reina madre, no sentiríamos total empatía por la futura reina: La monarquía es la misión sagrada de Dios, hacia la gracia y la dignificación de la Tierra, para dar a la gente ordinaria un ideal por el cual esforzarse, un ejemplo de nobleza y sentido del deber para que puedan sobreponerse a sus desdichadas vidas .
La gracia de Dios cae con todo su esplendor y su peso en el cuerpo de un ser humano; es una carga y una bendición. Y en el caso de Isabel, ése ser humano debe convertirse en una imagen de nobleza y esperanza y, al mismo tiempo, no debe hacerse notar demasiado y, peor aún, a pesar de darse cuenta de que las cosas se están yendo para abajo, no se le permite meter las manos; además de que debe renunciar a sus pasiones.
En The Crown, la investidura real resulta una carga en la que los individuos deben olvidarse de sí mismos, y convertirse prácticamente en una imagen depositaria de las alegrías y desdichas del pueblo: resulta tan amada como odiada al mismo tiempo.