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Arte e Ideas

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La Atlántida está en el Triángulo de las Bermudas

Las mujeres no participaban ni siquiera como público en esos ritos religiosos llamados Olimpiadas, so pena de muerte, según el historiador Pausanias.

Mientras todos están en las olimpiadas, mi cabeza está en otra parte. Sólo que no sé dónde. Y es que en eso de ver televisión les llevo ventaja.

Desde hace una semana estoy en cama, con gripe, con pocas ganas de leer y menos de escribir. Pero en este tiempo he descubierto varios hechos fascinantes, entre otros, que los dioses antiguos eran alienígenas, que una plaga de calamares gigantes se convirtió en la pesadilla de los salmones, que el precio justo de la historia es el que dictan unos agiotistas de Las Vegas, que las telenovelas mexicanas no son parodias de telenovelas mexicanas, que Televisa es Laura de América o algo así y TV Azteca lo más parecido a un mercado público en donde la verdulera y la fámula se pelean a grito pelado.

Intento escribir sobre los orígenes de los Juegos Olímpicos pero siento y, por lo tanto, creo, que hacerlo en estos momentos es una vulgaridad atroz, procaz, soez, como ese programa que se llama -lo juro- Miembros al aire, en el que una partida de cincuentones hablan de sus frustraciones sexuales como si fuera algo divertido. Aunque, tal vez, para las mujeres a las que está dirigida esta bazofia, cincuentonas llenas de frustraciones sexuales, sí les resulta divertido. Pienso entonces incluso contra mi voluntad, por aquello de la convalecencia en la Grecia clásica, en la de Pericles, y me encuentro con una civilización misógina que no se cuestionaba, siquiera, el por qué de su misoginia. A las Olimpiadas, por ejemplo, sólo asistían hombres. No los mejores atletas, sino los hijos de las familias nobles, mientras que las mujeres no participaban de estos ritos religiosos ni siquiera como público, so pena de ser arrojadas desde un acantilado, según el historiador Pausanias. Y tampoco eran consideradas el ideal de la belleza humana.

Así, sin querer, me descubro jugando con el control de la televisión. Me entero de que la Atlántida está en el Triángulo de las Bermudas, que los cocodrilos tienen dos pares de párpados -unos para ver abajo del agua y otros para espiar a sus presas no acuáticas- y, canal tras canal, observó a distintos levanta cejas que se indignan porque AMLO todos parecen de acuerdo en llamarlo el candidato perdedor cuestiona la limpieza de las elecciones recientes y creen pertinente darle carpetazo a las encuestas manipuladas, al despilfarro obsceno, al robo en descampado, a los casos Soriana, Monex y otras abominaciones solapadas por ese caro muñeco ventrílocuo que funge de Consejero Presidente, y de una vez ungir al nuevo haiga sido como haiga sido porque, desde Londres 2012, Mexico se escribe sin acento en la e , su majestad Isabel II gusta de llegar a la inauguraciones en paracaídas y Sir Paul, a pesar de tener la edad de mi padre, no muestra ni una cana, pero me da la misma sensación desagradable que provoca cualquier personaje gagá…

En fin, luego de una semana de cama y tele, de calentura y autoflagelación, no quiero saber lo que 100 mexicanos dijeron, ni de las futuras realidades de la Academia, ni de cómo sobrevivir si algún día me pierdo en el desierto de Dasht-e-Lut, ni seguir teniendo esas pesadillas en las que, luego de darles la mano a ciertos señores priístas, esos que le dictan línea a los levanta cejas, me tengo que contar los dedos para ver si están completos, por lo que estoy dispuesto, en cuanto me vuelvan las fuerzas, a tirar el televisor a la calle porque la gripe pasa, pero el retraso mental…

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