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Arte e Ideas

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El monstruo y el bufón remezclados

D’Buffo... para Frankenstein, espectáculo original de Roberto Duarte, es un remake, un pastiche y una remezcla, pero también es una parodia bufonesca, una tragicomedia bajtiniana o un espectáculo radical, abyecto y amoral.

D’Buffo... para Frankenstein, espectáculo original de Roberto Duarte, es un remake, un pastiche y una remezcla, pero también es una parodia bufonesca, una tragicomedia bajtiniana o un espectáculo radical, abyecto y amoral.

Es decir: es un arte del presente que, por medio de interferencias (temporales y episódicas), múltiples gags (usados en la televisión) más un intenso y carnavalesco uso de la parodia, atraviesa de medio a medio el pulso humano con una fuerte mirada que apenas se perfila de soslayo.

Por eso, llama la atención que esta puesta en escena, siendo un experimento teatral arriesgado e irreverente, cuente con el apoyo institucional de Conaculta, el INBA y la Coordinación Nacional de Teatro; este tipo de propuestas suelen permanecer en la marginalidad que les brinda la autonomía e independencia creativa.

Erizar y divertir

A la vista relucen dos intenciones primordiales y entreveradas en la propuesta de Duarte: provocar y entretener: erizar y divertir.

Porque el texto y los intérpretes se burlan de todo: de la religión, de la moral, del amor, de las narrativas universales, del peso de la sangre, de la belleza, del espectador que está acostumbrado al pacto escénico y la obra se desborda desde antes de que se dé la tercera llamada y hasta lo que iba a ser un intermedio: ¡se van a hacer pipí!, dicen los bufones y le tuercen el cuello al símbolo: ellos se divierten con nosotros y no es al revés. No hay grandes señores humanos, de esa especie sólo se perfilan vestigios y cementerios, por eso hay que celebrar.

El horror se convierte en humor; la rabia en risa; la promesa en infierno, y la celebración de la vida en un festejo intemporal sobre la intermitencia, porque eso es lo que somos realmente: apenas un registro vago, un eco apenas audible, una presencia fantasmal, un latido intermitente. Pasa ligera la maldita vida entera , cantan los monstruos que se creen entes puros y bellos.

La dirección de Duarte es exitosa por la manera en la que se intercalan las escenas con la irrupción de algunos personajes, las transiciones de ambiente que se sirven de la imaginación. Todo esto abona para que la experiencia estética sea total y contundente.

A ello ayuda el ingenioso y puntual uso de las luces, un trabajo de Liliana Riva Palacio, quien da vida a un monstruito increíble, y de Bruno Benítez.

Además, se apela al coro, que es como dar el paso de una dimensión a otra.

aflores@eleconomista.com.mx

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