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El libro de los negros
Presentamos en exclusiva un fragmento de The book of Negroes con permiso del autor y por gentileza de la traductora. El texto fue tomado de la edición ilustrada de Harper Collins Publishers Ltd. La traducción al español de esta obra será publicada por la editorial mexicana Almadía.
Presentamos en exclusiva un fragmento de The book of Negroes con permiso del autor y por gentileza de la traductora. El texto fue tomado de la edición ilustrada de Harper Collins Publishers Ltd., Toronto, Canadá, 2012, pp. 8-10. La traducción al español de esta obra será publicada por la editorial mexicana Almadía.
{Bayo, 1745}
Sin importar en qué momento de la vida o del continente, el olor punzante, liberador, del té de menta siempre me ha llevado de regreso a mi infancia en Bayo. De las manos de comerciantes que iban caminando durante muchas lunas con hatos sobre la cabeza salían cosas mágicas en nuestra aldea con la misma frecuencia con que la gente iba desapareciendo. Aldeas enteras y pueblos quedaban amurallados, y se apostaban centinelas armados de lanzas con puntas envenenadas para prevenir el robo de hombres; pero cuando llegaban comerciantes confiables, se reunían aldeanos de todas las edades a admirar sus productos.
Papá era joyero, y un día cambió un collar de oro por una tetera metálica abultada a los lados, con un largo, angosto y curvo pitorro. El comerciante decía que la tetera había cruzado el desierto y traería buena suerte y longevidad a quien bebiera de ella.
Al día siguiente, a media noche, sentí que Papá me daba un golpecillo en el hombro cuando estaba en la cama. Él creía que todo durmiente poseía un alma vulnerable y merecía que lo despertaran con delicadeza.
Ven a tomar té con tu mamá y conmigo , dijo Papá.
Me rodé inmediatamente de la cama, salí corriendo y salté hasta las piernas de mi madre. Todos los demás en la aldea dormían. Los gallos guardaban silencio. Las estrellas cintilaban como ojos de todo un pueblo de hombres nerviosos enterados de un terrible secreto.
Mamá y yo nos quedamos mirando a Papá tomar la tetera con hojas de mata de plátano gruesas, dobladas, de encima de tres leños candentes.
Levantó la tapa, dispuesta sobre misteriosas bisagras, para luego hundir en el té burbujeante un palo con la punta tajada para raspar la miel del panal.
¿Qué estás haciendo? , susurré.
Endulzando el té , me dijo.
Acerqué la nariz. Habían rellenado la tetera con hojas frescas de menta, y la fragancia parecía hablar de la vida en lugares lejanos.
Mmm , dije, respirando hondo.
Si cierras los ojos -dijo Papá- el olor te puede llevar hasta Timbuktú .
Después de ponerme una mano sobre el hombro, mi madre también inhaló y suspiró.
Le pregunté entonces a Papá dónde exactamente estaba Timbuktú. Muy lejos, dijo. Y luego le pregunté si había estado ahí. Sí, me dijo que sí.
Estaba a orillas del grandioso río Joliba, adonde él había ido a rezar una vez, a aprender y a cultivar el pensamiento, además, cosa que todo creyente debía hacer. Esto me hizo desear cultivar el pensamiento. Cerca de la mitad de la gente de Bayo era musulmana, pero Papá era el único que tenía un ejemplar del Corán, y sabía leer y escribir. Le pregunté qué tan lejos estaba el Joliba. ¿Era como cruzar las aguas de Bayo? Me dijo que no, que estaba a diez veces la distancia de un tiro de piedra de un hombre. Yo era incapaz de imaginarme un río así.
Cuando el té estaba lo suficientemente cargado y dulce por el don de las abejas, Papá alzó la tetera humeante hasta donde le llegaba el brazo, inclinó el pitorro, y vertió el hirviente líquido en una pequeña jícara para mí, en otra para Mamá, y en una más para él. No derramó ni una gota. Colocó la tetera de vuelta sobre las brasas, y me advirtió que dejara enfriar un poco la bebida.
Tomé mi jícara con las palmas de ambas manos y dije: Papá, cuéntame de nuevo cómo se conocieron tú y Mamá.
Me encantaba escuchar el relato de cómo se suponía que nunca debían haber puesto ojos uno en el otro, ya que Mamá era Bamana, y Papá, Fula.
Me encantaba que su historia desafiara lo imposible. Nunca debían haberse conocido, y mucho menos haberse unido y formado una familia.
Todo un acontecimiento afortunado en tiempos tan extraños -decía Papá- , según los cuales tú ni siquiera habrías nacido.
Adelanto - Fragmento del Libro Primero
Por Lawrence Hill - Traducción de Pura López Colomé