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Arte e Ideas

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Cuando escribir duele

…pobres diccionarios que tienen que gobernarse ellos y gobernarnos a nosotros con las palabras que existen, cuando son tantas las que todavía faltan… José Saramago, Las intermitencias de la muerte (2005)

Analfabetas se llama a quienes no saben leer y escribir, pero ¿qué decir de aquellas personas que, habiendo recibido una amplia o suficiente instrucción para no serlo, procuran evitar el uso de los signos gráficos convencionales en el momento de intentar figurar las ideas de su pensamiento?

Esas personas padecen de un trastorno que afecta la capacidad para llevar a cabo funciones motoras finas que se conoce con el nombre de disgrafia motora.

Aunque hay muchos que lo dudan o pudiera parecerles exagerado, sobre todo entre algunas conocidas maestras de primaria, existe un elevado número de personas que experimentan distintos grados de sufrimiento, auténtico sufrimiento físico y sin duda psicológico también al escribir. Para ellas, un trabajo en el que se requiera usar lápiz o bolígrafo y papel con la finalidad de poner por escrito cualquier cosa, sea lo que sea, habitualmente se transforma en un penoso desafío del que resulta garrapateado un amasijo de palabras más o menos legibles.

Por lo general, la delineación de los signos – en un principio - puede lucir con cierto decoro, siempre y cuando las letras que se hayan conformado sean sólo muestras breves de una escritura que requiere un esfuerzo extremo e implica además una inversión exagerada de tiempo, imposible de sostener más allá de unos cuantos segundos.

Tan solo imaginar escribir – o incluso desear hacerlo - pasajes prolongados sobre cualquier ocurrencia, incluso en las más graves circunstancias de trabajo, deviene en una experiencia dolorosa y frustante.

Pero cuando no queda otro remedio y es menester ponerse a escribir, cuando forzosamente hay que hacerlo a pesar de toda la dificultad y el dolor inherentes, entonces sucede que el tamaño y la forma de las letras van tomando giros cada vez más indescifrables e inconsistentes. Los trazos van distorsionándose inevitablemente en la medida en que el bolígrafo – o en el cada vez más desusado caso del lápiz - son sujetados con creciente dificultad, como si estos simples utensilios estuvieran dotados de una voluntad propia – al procurar escapar de aquella mortificación -, saltando para salir disparados de entre los dedos de la mano torpe del angustiado escribiente que, a pesar de todo, se precia de tener una excelente ortografía.

Quien sufre de disgrafia motora a menudo tiene problemas de lateralidad (confusión entre el lado izquierdo y el derecho), alteraciones del tono muscular y sobre todo una torpeza inespecífica al intentar actividades que requieren cierto grado de coordinación y precisión (apraxia).

El dolor que experimenta alguien con disgrafia por lo general comienza en el antebrazo y se disemina a lo largo del sistema nervioso llegando en ocasiones a todo el cuerpo. El estrés suele iniciar y acentuar el dolor.

Lo malo es que quienes no sufren de este frecuente problema tienden a ignorarlo o minimizarlo, mientras que las personas que padecen disgrafia viven a menudo avergonzadas y con temor a ser ridiculizadas por los demás.

El tratamiento requiere grandes esfuerzos y los resultados no siempre son muy buenos, pero afortundamente la inteligencia humana ha creado la computadora y otras tecnologías que nos son de gran utilidad.

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