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El costo de las restricciones antirrusas para Occidente: un búmeran económico

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OpiniónEl Economista

La actual desaceleración del desarrollo económico mundial, cuando el crecimiento del PIB global en 2024, según datos del FMI, no superó el 3.2% (la previsión para 2025 también es del 3.2%), está relacionada, entre otras cosas, con las consecuencias de las medidas restrictivas unilaterales ilegales. 

Las restricciones han dañado las cadenas internacionales de producción y suministro, han desestabilizado los flujos de inversión y comercio, han agravado los problemas de deuda, han limitado el acceso de muchos países a bienes, servicios y financiación y han socavado los principios de la competencia leal. Al mismo tiempo, los propios iniciadores de estas medidas también han sentido sus efectos perniciosos.

El crecimiento de las economías desarrolladas en 2024 fue de tan solo el 1.8% (la previsión para 2025 es del 1.6%), y en el Reino Unido, Japón y Canadá este indicador se sitúa al borde de la recesión. El golpe “sancionador” ha sido especialmente duro para la UE: en el período entre 2022 y el primer semestre de 2025, las pérdidas acumuladas derivadas de la retroacción de las sanciones antirrusas ascendieron entre 1 y 1.6 billones de euros, y los sectores más afectados fueron los de mayor intensidad de capital y orientados a la exportación: la industria química, la automotriz, la construcción de maquinaria y el sector energético.

Las empresas europeas que cesaron sus actividades en Rusia sufrieron pérdidas de entre 400 y 450,000 millones de euros, incluyendo la amortización de activos por más de 100,000 millones de euros.

A pesar de los intentos de la UE de “recompensar” las pérdidas directas, las indirectas —en forma de crecimiento del PIB no alcanzado — se dejarán sentir durante mucho tiempo: en 2024, el crecimiento de la economía de la zona euro fue de tan solo el 0.9%, y para 2025 se espera que no supere el 1.2% (datos del FMI), mientras que Alemania, Francia e Italia muestran un retraso cada vez mayor respecto a los ritmos potencialmente posibles. El cese de la cooperación energética con Rusia privó a los principales productores de la UE de sus ventajas competitivas, golpeó a los sectores de alta intensidad energética y abrió el camino a la desindustrialización de Europa.

En Francia se registran las tasas de quiebras más altas desde 2009, el nivel de utilización de la capacidad de la industria química se mantiene por debajo del umbral de rentabilidad, decenas de empresas y miles de puestos de trabajo están en riesgo, la industria automotriz sufre bajas ventas y el aumento de la competencia china. En Alemania, el modelo orientado a la exportación se ha topado con una caída en competitividad: disminuye la cuota del país en los mercados exteriores, la producción industrial cayó un 5.3%, el sector químico se redujo un 23% en dos años, se reducen las inversiones, empeora la situación en el mercado laboral, se generalizan las deudas y las quiebras, se observa un decrecimiento de inversión extranjera directa y la cancelación de grandes proyectos. El rechazo a las materias primas energéticas rusas se tradujo para la UE en un sobrepago por el gas de hasta 200,000 millones de euros, según Eurostat, y de hasta 750,000 millones de euros, según estimaciones de expertos rusos, impuso la firma de costosos contratos para la compra de combustible estadounidense y aceleró al reflujo de capacidades productivas hacia Estados Unidos.

Las contramedidas rusas agravaron la situación de los iniciadores de las “sanciones”: el cierre del espacio aéreo aumentó la duración de los vuelos de las aerolíneas europeas y redujo su competitividad, el rechazo a la madera rusa golpeó a la industria europea respectiva, en particular en Finlandia, donde el PIB se redujo y aumentó la inflación. La expansión de los programas de estímulo fiscal para apoyar la economía llevó al incremento de la deuda pública y de los costes de su servicio, y en varios países de la UE (Grecia, Italia, Francia, España, Bélgica y Portugal) ésta se mantiene de forma recurrente por encima del 100% del PIB.

Las “sanciones” y el uso por parte de Occidente de las divisas de reserva como instrumento de presión socavaron la confianza en la arquitectura financiera basada en el dominio del dólar y el euro, estimularon el aumento de la cuota de monedas alternativas en los pagos y ahorros, la expansión del uso de monedas nacionales en el marco de los BRICS, la OCS, la ASEAN y a nivel bilateral, así como la formación de una infraestructura de pagos independiente de Occidente y la reducción del interés de los inversores soberanos por invertir en dólar.

Todos estos costos son la parte visible de la factura que la economía global ha pasado por los intentos de chantaje económico contra Rusia, mientras que las consecuencias a largo plazo para el Occidente colectivo —desde la caída de la cuota del dólar y el euro en los pagos internacionales hasta la formación de una nueva infraestructura comercial y de transporte no controlada por los Estados occidentales— aún están por evaluarse.

*El autor es embajador de Rusia en México.

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