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Opinión

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Antecedentes remotos

Por un milagro de supervivencia, el Banco de México se salvó de la guillotina que mandó a la extinción al resto de las entidades autónomas...

Por un milagro de la supervivencia, el Banco de México se salvó de la guillotina lopezobradorista que condenó a todas las demás instituciones autónomas a la extinción. Hubiera sido una gran pérdida, con tristeza, que así ocurriese. Habría desaparecido una institución del Estado mexicano que está próxima a cumplir su centenario de vida. Una institución con antecedentes tan lejanos, que se remontan a los inicios del propio país como nación independiente. 

En un interesante libro intitulado Las primeras tentativas de fundaciones bancarias en México quedaron consignadas varias propuestas de fundación que pueden ser consideradas como antecedentes remotos de la banca central en nuestro país. Durante el nacimiento de la nación, en el año 1822 se registró el proyecto respaldado por Agustín de Iturbide para establecer una entidad con la facultad para emitir billetes y con la razón social: Gran Banco del Imperio Mexicano. Y veinte años deben transcurrir después de la anterior ilusión, para que vuelva a surgir un proyecto relativo a la fundación de un banco con la facultad para emitir billetes. Por un decreto de octubre de 1842, se otorga el permiso, que no prosperó, para establecer una institución con esas características en lo que hoy es el estado de Tamaulipas.

No es sino hasta un decenio después que se presenta en el país otro proyecto para establecer un banco de Estado con la facultad para emitir billetes. La propuesta fue presentada al propio Congreso de la Unión por su promotor: un ciudadano de nombre Manuel Escandón. En compensación por la facultad para emitir billetes, dicho banco concedería al gobierno federal un crédito anual por 9 millones de pesos, además del privilegio de administrar la recaudación de los principales impuestos.

Mas adelante, durante la presidencia de Ignacio Comonfort, se expide en el año 1857 concesión a inversionistas franceses para establecer una institución emisora con autorización para emitir billete y que se denominaría Banco de México. Contaría con un capital suscrito de 5 millones de pesos, pero el proyecto aborta por la sorpresiva destitución de Comonfort como mandatario.

Y en 1864, ya en el transcurso de la regencia del Segundo Imperio Mexicano, se gestiona la autorización para establecer en México el primer banco en el país con la autorización para expedir billetes. Ese banco concesionado tendría el ejercicio exclusivo de la emisión de billetes, fungiría como banquero único del gobierno, administraría la operación de la casa de moneda y gozaría de una exención total en el pago de impuestos. Con buen juicio, el emperador Maximiliano se negó a autorizar el desventajoso proyecto.

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