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La desconfianza
Las transacciones en línea han sustituido en gran medida a aquellas hechas en persona.
Ayer intenté hacer una compra por Internet en el portal de una tienda departamental muy conocida. Decidí que sería mucho más ágil, fácil y rápido y, además, evitaría salir en el auto al tránsito de esta ciudad por lo que contribuiría la cuidado del medio ambiente. He hecho múltiples transacciones de este tipo con anterioridad en otros países sin tener un solo problema. Más que eso, las transacciones en línea han sustituido en gran medida a aquellas hechas en persona.
¿Cuál fue mi sorpresa? Varias, todas negativas. Las enumero a continuación:
- Intenté usar una tarjeta de débito. Una vez ingresados todos los datos de la misma, fue denegada.
- Intenté usar una tarjeta de crédito. Una vez ingresados todos los datos, también fue denegada.
- Intenté usar otra tarjeta y otra. Y nada.
- Finalmente, una tarjeta internacional fue aceptada.
- Al día siguiente, recibí un correo confirmando la transacción y pidiendo ciertos documentos como IFE, comprobante de domicilio, estado de cuenta de la tarjeta (todos estos con la misma dirección) para poder completarla.
- Al final cancelé la transacción ya que era más complicado completarla que ir a la tienda físicamente y ahora tardará varias semanas el reembolso a mi tarjeta.
- No sólo eso, los bancos me cancelaron las tarjetas para protegerme contra un fraude, por lo que ahora tendré que ir a los bancos personalmente a tramitar una nueva.
Es increíble lo importante que es la confianza en una sociedad. La tienda no confía en que yo soy quien digo ser y que uso mi tarjeta de crédito y no estoy tratando de hacer un fraude con una tarjeta robada. Los bancos no confían en que un día yo pueda usar mi tarjeta para un monto mayor del acostumbrado, no sea que alguien más la esté tratando de usar para cometer un fraude. Yo no confío en que la tienda departamental vaya a hacer el reembolso tan fácilmente, porque pensaré que están ganando algo al retrasar el reembolso. Obviamente, toda esta desconfianza hace que las transacciones se hagan engorrosas, complicadas y mucho más costosas. Si cada persona tiene que cubrir los riesgos en cada transacción contra los posibles fraudes de la contraparte, esto añade costos adicionales a cada transacción afectando la economía. Además, todas estas relaciones de desconfianza ocurren en una sociedad en la que el Estado de Derecho es sumamente precario y las instituciones de procuración y administración de justicia no cumplen con su cometido de forma efectiva y eficiente.
México es una claro ejemplo de un país en donde las relaciones entre los miembros de la sociedad están basados en la falta de confianza. La confianza es la esperanza firme y la seguridad que se tiene de algo o alguien (RAE). En México no tenemos esta seguridad. Los únicos vínculos que consideramos seguros son aquellos derivados de la sangre, de la familia y quizás otros cuyo lazo esté basado en algún tipo de lealtad. Esto habla de una sociedad poco avanzada.
Francis Fukuyama se preguntó por qué unas sociedades son mejores que otras en la creación de riqueza (Trust: The Social Virtues and the Creation of Prosperity). Su estudio pone a la cultura y a la sociedad en el centro de la discusión y el entendimiento del éxito o el fracaso económico. Fukuyama argumenta que los países prósperos tienden a ser aquellos en los que las relaciones entre las personas se pueden conducir de una manera formal y flexible con la base de la confianza. Pone el ejemplo de sociedades como Alemania, Japón y los Estados Unidos. También menciona otras sociedades, como Francia, Italia y Corea, donde los vínculos están subordinados a los lazos familiares y otro tipo de lealtades disfuncionales, creando rigidez, provocando intervención estatal y aletargando el desarrollo económico.
México claramente forma para de esta lista de países en los que las relaciones entre las personas no se pueden conducir de una manera formal y flexible con la base de la confianza.