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Opinión

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El hilo del tiempo

Ricardo García Mainou

Leo Frobenius fue un etnólogo y arqueólogo alemán que nació en 1873 y durante las primeras décadas del siglo veinte se dedicó a explorar distintas zonas de África.

Frobenius es reconocido por algunas aportaciones significativas. La primera fue la definición de áreas culturales, que señalaba qué culturas distintas a veces tenían vínculos no aparentes en común.

Uno de los vínculos que encontró fue entre las civilizaciones antiguas del área africana y la de Oceanía, que Frobenius explicó con una teoría un tanto descabellada que implicaba la existencia de algo que llamó African Atlantis.

Frobenius había descubierto en el oeste de África cabezas y esculturas de terracota y bronce, tan sofisticadas que a su entender no podían haber sido hechas en África.

“Frente a nosotros había una cabeza de maravillosa belleza, moldeada en bronce antiguo con una patina de verde glorioso. Era la escultura de Olokun, el Poseidón del África Atlántica. Me entristeció pensar que esta asamblea de degenerados y débiles mentales fueran los guardianes para la posteridad de tanta belleza”.

Las palabras son de Frobenius en su libro Voz de África. Se refiere a los habitantes del reino de Ife, cuya civilización, siglos atrás, creó algunas de las obras de arte más sofisticadas del mundo antiguo.

Frobenius, sin embargo, fue uno de los primeros etnólogos que tomó en serio a África y su historia y le dio una voz en una época en que el consenso europeo era que África estaba en los límites de la civilización y por lo tanto no tenía historia alguna.

Frobenius se propuso de alguna manera, reconstruir el punto de vista de un mundo en que los cazadores y recolectores, los primeros agricultores, los constructores de esculturas primitivas y los reyes sagrados, habitaban el planeta.

Durante sus expediciones, tanto él como un grupo de asistentes anónimos, realizaron pinturas y acuarelas copiando pinturas rupestres con antigüedad de hasta 30 mil años.

Mucho antes de que la fotografía se atribuyera la responsabilidad de preservar la memoria visual de la humanidad, los exploradores trataban de copiar en tela reproducciones lo más precisas posibles de las pinturas que descubrían en cuevas y rocas.

El equipo de Frobenius realizó más de 8,300 copias a lo largo de muchas décadas, la gran mayoría de las cuales se quedaron guardadas y despreciadas en un ático después de su muerte en 1938. Ya para entonces, se empezaba a considerar a la fotografía como un medio más fidedigno para conservar la historia.

La mayoría de estas obras fueron adquiridas más tarde por la Universidad de Frankfurt en su departamento de etnología en lo que fue bautizado en 1946 como Instituto Frobenius. Más tarde se constató que el trabajo de su equipo no sólo había capturado con fines documentales estas obras primigenias, que Frobenius llamaba “Arte en roca”.

De acuerdo a la información proporcionada por el propio Instituto Frobenius. Durante sus expediciones en las regiones del Sahara y Sudáfrica, así como en Oceanía, Australia y partes de Europa, Frobenius contrató pintores e ilustradores para realizar calcas, copias, dibujos a partir e inspirados en estas obras de Arte en roca.

Estos trabajos se exhibieron en Paris, Bruselas, Amsterdam y Nueva York con gran éxito y se dice que influyeron en el trabajo de muchos artistas de la época.

Con sus imágenes, el mismo Frobenius creó un círculo cultural cuyos ecos conectaban más de treinta mil años de historia humana. Algunas de las zonas que exploró fueron destruidas durante el convulsionado siglo veinte, sin posibilidad de preservarse de otro modo, sus pinturas son su único testimonio.

Setenta de estos maravillosos trabajos están exhibidos en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México, como parte de una exposición temporal que termina a finales de noviembre.

Las imágenes de Frobenius combinan el doble valor de documento histórico de un pasado inimaginable, con su valor artístico. Hay en esas siluetas humanas, en esos animales primigenios, en esas manos y pies sobrepuestos en tapices enormes llenos figuras remotas que caminan, corren y danzan, algo profundamente inquietante y conmovedor que nos conecta, más que ningún libro, piedra o reconstrucción de huesos, con lo que vio, soñó y sintió el hombre en los albores del tiempo.

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