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Arte e Ideas

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Garage Picasso: Recordando a “Los olvidados”

Este miércoles la versión totalmente restaurada de la mejor película de uno de los más grandes artistas que han existido se exhibe en la pantalla gigante del Auditorio Nacional para abrir la Muestra de Cine.

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La primera vez que vi Los olvidados de Luis Buñuel era poco más que una niña. La vi por televisión, en un horario en el que también pasaban películas mexicanas como Los tres huastecos o El rey tomate con El Piporro.

Televisa comenzaba a rescatarla y por todos lados cacareaba la noticia. La mejor película de uno de los mejores cineastas de la historia , algo así decía el anuncio. Sonaba a algo muy adulto y por esa curiosidad que hace que los niños lean los libros prohibidos por sus mayores, me senté a verla.

Cuando terminó mi primera vez con Los olvidados , me pareció que era demasiado sombrerazo en suelo parejo.

¿De verdad esta historia simple, chafa y (me pareció entonces) medio tonta era una de la más grandes películas nunca filmadas, como había leído en una revista de cine?

El Jaibo no me asustaba tanto y Pedro era aburridísimo. El triste final de Pedro a lomos de un burro, su cadáver convertido en basura, me pareció justificable (él se lo había buscado por soplón). Pedro, que es bueno, se muere y El Jaibo , que es malo, también. ¡Vaya cosa sin sentido! ¿Qué caso tiene ser bueno si le va a uno igual que al malo?

Los niños son crueles (más bien: no son tan hipócritas como los adultos). No sentí empatía por la desgraciada vida de los personajes. Vi como quien mira por la ventana algo que está muy lejos y sobre lo que no puede intervenir y por lo tanto no importa.

Pasaron muchos años antes de que yo volviera a Los olvidados . Fue, no tan curiosamente, en una sala de cine que lleva el nombre de su creador. La Sala Luis Buñuel del Centro de Capacitación Cinematográfica nos proyectó a un grupo de jóvenes, y muy pagados de sí, estudiantes de cine.

Salí muy conmovida por la enorme obra que acababa de ver. Durante días y semanas le di vueltas y vueltas a la cinta, después a otras películas de Buñuel y terminé consiguiendo su autobiografía, Mi último suspiro . En ella Buñuel dice que no somos nada más que memoria, que nuestros recuerdos no engañan, que eso que recordamos es la verdad única de nosotros mismos.

Leyendo a Buñuel, me puse a examinar una vez más mi primer recuerdo de Los olvidados . Y me sorprendió darme cuenta que la niña que fui, creo, no se había equivocado. No en todo.

Ver Los olvidados , la maldad de El Jaibo y la bondad de Pedro, los delitos pequeños y grandes, los pequeños actos de amor que pasan inadvertidos (la imagen de la mamá de Pedro buscando a su hijo cuando ya es demasiado tarde es devastadora), todo, es como ver por una ventana algo sobre lo que no se puede intervenir.

Pero de lo que no me di cuenta entonces es que lo que Buñuel logró capturar es un pedazo vivo de la realidad. En efecto, la vida en general (que no sólo la vida propia) es fatal y en ella la bondad no es salvación y la empatía es escasa. Malos y buenos son carne y sangre, humanos desnudos y tristes, dueños de sus actos pero no de sus consecuencias. Aún más, Buñuel capturó ese pedazo de realidad viendo lo que nadie más quiso (ni quiere) ver, la existencia todavía más dura y triste de unos niños que no tienen nada.

Podría seguir y seguir sobre las cosas que Los olvidados me dio. Pero ahora lo importante es saber qué más nos puede dar a todos, especialmente a los que la verán por primera vez (qué envidia).

Este miércoles la versión totalmente restaurada de la mejor película de uno de los más grandes artistas que han existido se exhibe en la pantalla gigante del Auditorio Nacional para abrir la Muestra de Cine. Ojalá muchos la odien para amarla muchos años después.

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