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De catrines
Qué catrines éramos los mexicanos allá en los linderos del siglo XX. Todos con sombrero, los hombres; las mujeres con vestido de corsé, todas holán y encaje.

Qué catrines éramos los mexicanos allá en los linderos del siglo XX. Todos con sombrero, los hombres; las mujeres con vestido de corsé, todas holán y encaje. Las fotos de la época (y recuerden que México fue uno de los primeros países que adoptaron la fotografía y el cine) muestran una sociedad talqueada, con ganas de ser güera y vivir en París.
Eso pensaba mientras veía las fotos que esta semana nos manda el Archivo Gustavo Casasola, que en este caso son sobre el hipódromo de La Condesa.
En efecto, que exista una colonia llamada Hipódromo Condesa no es un capricho de los urbanistas. En lo que hoy es la Condesa hubo un hipódromo (en realidad iban a ser dos, el segundo se quedó en meros planes por la bola de la Revolución), al que lo más granado de la sociedad capitalina asistía con sus mejores trapos.
Había dos tipos de entrada: la primera clase pagaba 5 pesos y la clase popular 2 pesos. Tan catrines éramos que había juegos de polo, aparte de las carreras de cuacos. Los caballistas y jóvenes más destacados tenían que pasar por el hipódromo condechi (¿ven? A veces la historia no cambia ni en un siglo) y dejarse ver para demostrar que eran material matrimonial de primera.
Bueno, eso último ya lo estoy inventando, pero imagino que así era. Pues el hipódromo fue un hito social y no sólo era para ir a apostar como nuestro actual hipódromo.