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Enmendar la plana
Opinión
Cada semana se abre un nuevo frente en la relación bilateral con Estados Unidos. Y cada semana, también, la presidenta Claudia Sheinbaum debe salir a explicar, a justificar o a encubrir decisiones heredadas de su antecesor. Más que gobernar, su tarea parece ser la de enmendar la plana (o no) y alinearse con el dogma de la autoproclamada Cuarta Transformación.
Debe de ser agotador estar en sus zapatos. Porque al tiempo que lidia con la testosterona errática de Donald Trump, debe pagar los platos rotos que dejó Andrés Manuel López Obrador. Y lo hace, además, con convicción y envuelta en el manto siempre útil de la soberanía nacional.
Aranceles generales. Aranceles al acero, al aluminio, al cobre, y al tomate. Tensiones por el tráfico de fentanilo, por el agua, por el gusano barrenador. Migración. Los narcopolíticos. La renegociación del tratado. La lista crece y crece, y amenaza con llevarse lo poco que queda del frágil equilibrio diplomático entre México y Estados Unidos.
Esta semana tocó el turno de la aviación. El Departamento de Transporte de Estados Unidos acusó a autoridades mexicanas de incurrir en prácticas anticompetitivas. El origen, como tantas otras cosas, se remonta al sexenio pasado: en 2022, la administración obradorista limitó los horarios de aterrizaje y despegue en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) para forzar a las aerolíneas a utilizar el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA). Lo mismo ocurrió con las aerolíneas de carga: DHL, UPS, FedEx, todas obligadas a mudarse al AIFA.
Hoy, en represalia, el gobierno de Estados Unidos impone restricciones a las aerolíneas mexicanas. Deberán presentar y someter a aprobación sus horarios de operación, tanto de pasajeros como de carga, para cualquier vuelo con destino u origen en ese país.
Desde mi perspectiva, más allá de cualquier tecnicismo regulatorio, lo preocupante —aunque definitivamente no sorprendente— es la desconexión del gobierno con la realidad global. Porque en un país abierto al mundo como lo es México cada vez que se introduce una medida atípica, un giro forzado o un experimento nacionalista, el mensaje es el mismo: aquí las reglas cambian sin previo aviso.
En un escenario en el que Trump reescribe el guion un día sí y otro también, uno pensaría que valoraríamos más que nunca la importancia de reglas claras, estables, previsibles. Existen y funcionan por algo. Pero no. Aquí ocurre lo contrario.
El daño de este nuevo episodio se puede medir fácilmente: menos conectividad aérea, más trabas logísticas, menor competitividad bilateral. Y justo cuando se acerca el Mundial de fútbol —ese que supuestamente hará brillar a Norteamérica—, lo lógico sería buscar soluciones, no crear problemas nuevos.
Cualquiera que haya pasado por el AICM sabe que su deterioro es real: techos que gotean, pasillos saturados, caos operativo. Pero también, cualquiera que haya intentado usar el AIFA sabe que no es una alternativa, sino un curita mal puesto: trayectos de horas, transporte público escaso, un aeropuerto vacío con más soldados que pasajeros. El símbolo perfecto de una política impuesta por decreto, no guiada por el sentido común.
Mientras tanto, se acerca el 1º de agosto, la fecha en que podría entrar en vigor el arancel del 30% a las importaciones mexicanas anunciado por Trump. La amenaza es externa, pero la mala gestión en casa sólo la agrava.
La incertidumbre internacional ya es parte de la nueva normalidad, una condición que México no puede controlar. La incertidumbre nacional, en cambio, parece una decisión deliberada, pese a ser injustificable y estéril. No aporta, no protege, no transforma. Sólo desgasta. Haría bien la presidenta en corregir el rumbo, antes de que el trazo institucional se desvanezca por completo.