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Opinión

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Crecimiento o simulación: México rumbo al 2026 (II): el espejismo del bienestar sin inversión


Eduardo López Chávez | Columna invitada

"Confundir transferencias con desarrollo es administrar la escasez". — Macraf

Si la primera parte dejó claro que el crecimiento económico es condición necesaria para el desarrollo, esta segunda entrega se apoya en los datos que hoy observan los mercados, los analistas privados y los propios indicadores estructurales para entender por qué México llega al cierre del 2025 con un panorama frágil y con riesgos claros de cara a 2026.

La Encuesta de Expectativas de Citi ofrece una señal que no puede ignorarse: el consenso de analistas privados anticipa un crecimiento persistentemente bajo, con revisiones a la baja tanto para 2025 como para 2026. En particular, se advierte que la inversión fija bruta seguirá siendo uno de los componentes más débiles de la demanda agregada. No se trata de una percepción ideológica, sino de una lectura fría del entorno: México dejó de ser atractivo como destino de inversión productiva frente a otros mercados emergentes con mayor certidumbre regulatoria y menor ruido político.

El análisis de UBS refuerza esta visión. En su evaluación sobre México, el banco suizo subraya que el principal lastre no es el entorno externo, sino los factores internos: debilidad institucional, cambios regulatorios impredecibles y una política económica que privilegia el corto plazo sobre la construcción de capacidades productivas. UBS señala que, aun con estabilidad macroeconómica relativa, el país no logra traducirla en mayor inversión porque la confianza está erosionada. Para 2026, este será uno de los mayores desafíos: sin inversión, cualquier narrativa de bienestar queda reducida a discurso.

Este punto es clave porque permite desmontar otro mito recurrente: que el bajo crecimiento es una consecuencia inevitable del contexto global. Los propios analistas privados coinciden en que México podría crecer más si ofreciera condiciones mínimas de certidumbre jurídica, seguridad y reglas claras para invertir. No lo hace. Y cuando un país no invierte, el resultado no tarda en aparecer en el mercado laboral.

Aquí entra la economía informal, uno de los indicadores más reveladores del fracaso del modelo actual. De acuerdo con la medición del INEGI, una proporción significativa de la población ocupada permanece en la informalidad, con bajos niveles de productividad, sin acceso a seguridad social y con ingresos inestables. Este fenómeno no es cultural ni anecdótico; es estructural. La informalidad crece cuando la economía formal no genera suficientes empleos bien remunerados y productivos, y eso ocurre cuando la inversión es insuficiente y el crecimiento es débil.

Lo relevante hacia 2026 es que la informalidad no solo limita el bienestar de quienes la padecen, sino que reduce el crecimiento potencial del país. Una economía con alta informalidad recauda menos, invierte menos y produce menos. Sin embargo, el discurso oficial parece cómodo con esta realidad, siempre que pueda compensarse con transferencias. El problema es que esas transferencias no formalizan, no elevan productividad y no crean trayectorias de ingreso sostenibles.

La encuesta de Citi y el análisis de UBS coinciden en otro punto preocupante: la política económica mexicana ha sustituido una estrategia de desarrollo por una lógica de administración del consumo. Se privilegia sostener la demanda en el corto plazo, aun cuando ello implique sacrificar inversión pública productiva y generar presiones fiscales futuras. Este enfoque puede funcionar políticamente, pero económicamente es insostenible, sobre todo cuando se mira hacia 2026, un año en el que los márgenes fiscales serán más estrechos y las expectativas de crecimiento seguirán contenidas.

Aquí se revela el verdadero riesgo del llamado “humanismo mexicano”: confundir alivio temporal con progreso estructural. El desarrollo económico implica ampliar capacidades, mejorar productividad y crear empleos de calidad. Nada de eso se logra con transferencias permanentes en una economía que no crece. Cuando el crecimiento es bajo, las transferencias dejan de ser un puente y se convierten en un ancla.

Los datos privados, los indicadores de informalidad y las propias expectativas del mercado dibujan el mismo escenario: México llega a 2026 con una economía vulnerable, con bajo crecimiento potencial y con un modelo que prioriza el reparto sobre la producción. Si no se corrige el rumbo, el país seguirá atrapado en una dinámica donde el bienestar se mide por el monto del apoyo recibido y no por la capacidad de generar ingresos propios.

Ese es el verdadero espejismo del bienestar sin inversión: parece estabilidad, pero es estancamiento; parece inclusión, pero es dependencia; parece desarrollo, pero es simplemente administrar la escasez.

De esta forma, seguimos viviendo entre cifras que brillan… y bolsillos que no alcanzan.

P.D. Les deseo que pasen unas increíbles fiestas y un gran cierre del 2025.

Nos leemos el próximo… año.

* El autor es académico de la Escuela de Gobierno y Economía y de la Escuela de Comunicación de la Universidad Panamericana, consultor experto en temas económicos, financieros y de gobierno, director general y fundador del sitio El Comentario del Día y conductor titular del programa de análisis: Voces Universitarias.

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